POESIA DE LA LEVEDAD

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Comentario al libro “21 gramos” del poeta marplatense Osvaldo Picardo (Ediciones en Danza).

Para el paladar negro de un poeta o para un buen lector de poesía, basta con leer “Cada producto tiene bien callado algún improvisado defecto…”, donde el autor toca la materia de las musas, que es intentar decir lo indecible. Y confirma que siempre el tema de la poesía es la poesía misma. Pero en la extensión del libro, hay un concepto total que es en sí mismo una concepción poética. Tanto el epígrafe (una cita de film homónimo) como los 31 poemas y las notas finales (comentarios y citas), se leen como una unidad. El poeta hace de 21 GRAMOS un objeto pulido, con arte de orfebre, y todos los textos remiten a la levedad: personajes, situaciones, escenas, alusiones, pensamientos, reflexiones, emergen en una zona en la que el poema se realiza, consuma y quema en su propio fuego.

En su prólogo a La poética de Aristóteles, Juan García Bacca echa mano a una metáfora para definir el campo de la poesía. La ley de la gravedad implica que entre los cuerpos celestes, los campos gravitatorios se componen entre sí, de tal manera que existe una línea, en la que no predomina ninguno de los cuerpos, y “quien la siguiera se pasearía por el universo sin caerse en astro alguno, en maravilloso funambulismo”. Bacca traslada esa imagen a la poesía: el poeta anda por esa línea equidistante donde “no predominan ni la verdad ni la falsedad, ni el valor ni el deber ser alguno, como es esa real superficie intergravitatoria que existe, según la física, entre los astros”. Está claro que el poeta está “en las nubes”, pero no escapa a la ley común, a la ley universal: se para en lo real de otro modo y camina por esa línea, ese lugar sin peso que podríamos identificar con la “levedad”.

Los poemas de Picardo habitan esa levedad: una zona intermedia, una zona de filo: entre el cielo y el mar profundo, el hombre nada… El hombre que nada en el mar, en el primer poema, se asume como fugacidad, como forma fugaz. La pequeña historia del hombre flota entre dos fondos, el de arriba y el de abajo… ¿Qué peso tiene un hombre que nada solitariamente entre el cielo y el mar profundo?, ¿No es acaso es línea de flotación la línea intergravitatoria, casi la inexistencia? Y esta levedad del primer poema, titulado: “Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos”, contiene ya la clave de todo el libro. Picardo nos pasea por una serie de levedades, desde donde mira el mundo, su propia vida, el pasado, los personajes queridos…  Con un gesto de asombro, que es también la humildad y ternura de una conciencia despierta y conmovida, inexorablemente dolorida por la “distancia”, pero a la vez gozosa.

Un poeta que lee a otro lo hace para compartir asombros, no para explicar un libro o para hacer una “crítica”. Este es mi caso. Escribo porque los poemas me hablaron, me dijeron esto y siento el gusto de compartirlo. Viajé con los poemas por cada una de sus levedades y puede vibrar y emocionarme con ellas. Los poemas habitan bordes presionados por términos opuestos: vida-muerte; sueño-vigilia; amargo-dulce; saber-no saber, cielo-tierra, ser-no ser, estar-no estar, telaraña-nebulosas; escritura-páginas arrancadas o disueltas en el oleaje… El poeta,  situado ahí, está en vilo y siempre a punto de decir algo y, como el niño que dibuja, confía en que producirá el milagro. O como la calandria encerrada en el bar, apretada contra el vidrio intentando salir, que se detiene en un momento luminoso y espera que Dios le hable. Así el poeta, al filo de los mundos, oprimido y capaz de ver “el otro lado”, espera la revelación, la liberación fugaz. La poesía es entonces lo inminente, la pausa en el tiempo que se le revela al poeta, algo que sucedió en un momento fundacional: el niño tuvo la revelación, frente al mar, de que algo puede no suceder, no corromperse en la fatalidad, la ilusión del poeta y la poesía de estar en una pausa, en un afuera del tiempo.

La poesía es entonces algo mayor a todo lo que podemos concebir, un instante de levedad en que la vida queda detenida en su éxtasis: los amantes de la escultura de Pompeya, amándose entre la vida plena y la proximidad de la catástrofe. El latido final retenido en la imagen, brilla y se salva, como resto y perfección, de la corrupción del tiempo. Al igual que en “La anunciación”: son también instantes fundantes, captados por el arte, y puestos a brillar en su leve eternidad.

Por otra parte, en ese mundo leve se recorta con fuerza la corporeidad de las cosas. Y aquí se ve la sombra luminosa de otro poeta, tal vez de un maestro: Joaquín Gianuzzi. Los zapatos que ve Gianuzzi al levantarse de la cama, las moscas, cada cosa que este gran poeta visualiza dándole una corporeidad rotunda, está en Picardo cuando nombra árboles, gatos, limones,  ciruelas, el mar, el picaflor…

Por último, otro recorte: el mundo femenino es el que sabe, el que guarda la sabiduría y el amor, en tanto el masculino es el resguardo de la épica: así los pescadores, con su caña lanzada a la inmensidad del mar. Una épica quieta y saturada de nostalgia, que nos recuerda El viejo y el mar de Hemingway, el esfuerzo heroico, lo perdido y la soledad final del hombre. Y esto es también el poeta: un pescador frente a un desierto, con su caña, con sus ojos abiertos, y una fe posible, un milagro posible. Ambas ramas de una genealogía, que se ama y se vive con ternura… Porque lo que hay en el fondo es una infinita tristeza por la pérdida, pero también asombro y amor por los seres vivos, por los objetos, y por la propia vida, o mejor, el propio destino.

 

Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos

 

Hay algo único en nadar

cuando se acerca la tormenta.

Sorprende y tranquiliza ver boca arriba

la velocidad con que el aire frota

las partículas de los cúmulos grises y blancos.

Se puede con cada brazada tocar

la intemperie, mar adentro.

 

Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan

con tu cuerpo, sin resistirse,

en otras aguas, en un archipiélago de nubes

entre la visible consistencia

y la más transparente inconsistencia.

La corriente lleva donde quiere,

Rendido a su deseo y su fuerza.

 

Pensás que también así debería flotar

tu pequeña historia, sobre el doble fondo,

entre toneladas de relámpagos

y el sordo respirar de los peces.

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