Soledad, mar, poesía

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Encuentro con jóvenes y docentes en la última experiencia del año del CAJ, en la sede de la Escuela Secundaria 4 de Monte Rincón. Compartí un poema en el que recordaba mi adolescencia, ya en Villa Gesell, el invierno y la presencia del mar como voz poderosa…
En la ciudad vacía
canta solamente el mar.
Alguien respira en el viento frío.
¿Por qué nadie pronuncia mi nombre?
Ya se habían muerto todos,
ya me desangraba suavemente
a través de la caña de pescar
mientras el viento mordía los anzuelos.
Y el mar estaba solo,
cantando.
Hablamos de las dos soledades, la soledad negativa, que implica aislamiento, carencia, no poder recibir y dar afecto, tener contensión, y la soledad positiva, la de tener espacios propios, hacernos fuertes, diferenciarnos y pensar por nosotros mismos. Y el mar como espejo: en la identidad con el mar –en el poema, ese joven en realidad quiere cantar como canta el mar, quiere tener ese poder y de hecho ya lo está teniendo, ya está escribiendo un poema-.
Luego leí, de Juan Ramón Jimenez, la poesía titulada, justamente, “Soledad”:
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
en un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late y no lo siente…
¡Qué plenitud de soledad, mar sólo!
Y el mar otra vez como espejo, en el devenir cambiante y fluctuante de su oleaje, como los pensamientos del poeta. El mar existe sin autoconciencia (eso creemos), pero en una soledad plena. El deseo que tienen los poetas (y los hombres en general) de ser como el mar: autosuficientes, poderosos, libres. “Mar, yo quería ser como tú eres”, dice Alfonsina en el poema Frente al mar.
En esta función de espejo, el mar también es visto atrapado en sus límites. Y como en la poesía todo es proyección, humanización, el poeta es el que en realidad está queriendo decir, gritar, y choca contra las rocas:
Aquí en la isla
el mar
y cuánto mar
se sale de sí mismo
a cada rato,
dice que sí, que no,
que no, que no, que no,
dice que si, en azul,
en espuma, en galope,
dice que no, que no.
No puede estarse quieto,
me llamo mar, repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla,
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre.
(Fragmento de Oda al mar, de Pablo Neruda).
El oleaje que señalaba Jimenez como ir y venir, aquí es inquietud y voz, grito, en la que el mar quiere nombrarse a sí mismo. Y vuelve lo dicho en el primer poema: el Nombre. ¿Por qué nadie pronuncia mi nombre? Necesitamos ser nombrados y en la adolescencia se juega mucho de todo esto: las soledades, las rupturas, la búsqueda de la identidad, del nombre propio y de que un otro nos nombre, amorosamente. Así nacemos realmente.
La experiencia compartida, el sentido de este encuentro: la lectura te conecta con las soledades de poetas y escritores que plasmaron esa soledad en obras, y que podemos dialogar con ellos a través de la lectura y son una hermosa compañía para transitar el camino del autoconocimiento.
Terminamos el encuentro charlando de las dificultades de la poesía, y de ciertos prejuicios, como por ejemplo la dificultad de leer a Borges o de entender las canciones de Spinetta. Y los chicos contaron sus experiencias de lectura y sus vivencias con y en el mar.
Gracias Claudia Palavecino por la invitación, gracias Ismael por estar siempre y a todo el grupo por la calidez y la escucha.
Abrazo!!

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