Violencia mundial

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Cuando leí que el Sr. Blatter se preguntaba, cancheramente: “¿dónde están las protestas, la furia social”?, me alegré por Brasil, porque no tuvieran razón los que vaticinaban el caos y el fracaso del Mundial de fútbol. Pero pensé también que los hombres poderosos, fatalmente, son temerarios y soberbios. Hablar de disturbios y violencia en el momento políticamente oportuno –cuando ya está todo bajo control- fue patéticamente inoportuno, una provocación. ¿Con qué necesidad, si justamente está todo bajo control? Dijo también: “Todos se equivocaron”, frase que permite leer, entre líneas: “Menos nosotros”. Por otra parte, si Blatter se pregunta dónde está la violencia, sugiero una respuesta que está delante de sus ojos: la violencia está dentro de la cancha. Y es fruto de una estructura institucional que la provoca.
La violencia está en las canchas y marcó el clima de este mundial. Pasemos rápido por cuestiones viscerales: todos queremos que nuestro equipo gane a cualquier precio, todos sufrimos. Pero seamos sinceros: esto fue un desastre. Y es por la violencia que el Sr. Presidente busca y no ve. ¿Acaso no mira los partidos? ¿O ve lo que quiere ver? Una prueba: la Fifa felicitó al árbitro de Colombia-Brasil, tal vez la muestra más desesperante de un pésimo arbitraje: permisivo, dubitativo, confuso, temeroso. El partido se le fue de las manos de entrada y no tuvo la presencia de carácter y la autoridad como para encauzarlo. Clásico recurso comunicacional del poder: declarar como virtud lo que es evidentemente un oprobio; mejor lo peor.
Mi opinión es que la causa eficiente de la violencia es un sistema normativo caprichoso. El mundo entero, que está en vilo hoy por sus equipos y sus banderas, sufre de más, porque el Mundial no reposa sobre una justicia serena y equilibrada, rigurosa y amable, sino sobre un delirio constante. Los jugadores entran a la cancha sin saber si saldrán vivos o muertos. Los árbitros ejecutan un reglamento tal vez en la letra sea claro, pero en la práctica es ambiguo y manipulable. ¿Por qué la permisividad extrema que vimos en este mundial? ¿Por qué la reticencia a aplicar el rigor de las amonestaciones, las expulsiones, cuando se ven golpes sin fin y fouls a repetición?
Es verdad que los partidos se emparejaron porque el fútbol está globalizado, porque hay jugadores de casi todos los países en las grandes ligas, pero en este mundial los partidos se emparejaron sobre todo por esta especie de terrorismo deportivo. El buen juego fue castigado sistemáticamente. Ya es difícil jugar bien con el nivel atlético de todos los jugadores, y con la marca férrea que sufren los habilidosos, pero si además los cagan a patadas y no hay ni ley ni juez que los proteja, ¿quién puede jugar un fútbol vistoso? O mejor: ¿Quién puede jugar al fútbol?
El resultado son estos partidos trabados, interrumpidos, peleados, grises, interminables, que sólo se salvan por la infinita pasión de las multitudes, que ciegamente –me incluyo- terminan pidiendo que su equipo gane aunque sea en medio de ley de la selva, rezando por que no sea uno de los nuestros el que salga fracturado. En consecuencia: si un equipo tiene jugadores que corren mucho y pegan en el momento oportuno, cualquier partido se emparejará. Y que esto no se tome como un ataque a los “equipos chicos”, los que fueron sorpresa en el mundial. ¡Por favor! Al contrario. Costa Rica y Colombia fueron tal vez los que mejor jugaron. El jugador colombiano que fracturó a Neymar fue un soldado más en una guerra de 120 minutos, donde todo se fue de madre desde el arranque del partido –en el que los brasileros no fueron los que menos pegaron-.
Y todo esto sucede a pesar de la tecnología y los millones de dólares que genera este gran espectáculo. ¿Por qué no se adoptan medidas simples, que facilitarían la justicia de los fallos arbitrales? ¿Acaso no es violencia que le anulen por off side dos goles a un mismo equipo, en el mismo partido, por error de un lineman, cuando todo el mundo está viendo por televisión que los jugadores estaban habilitados? (México vs Camerún). Agreguen ustedes, amigos y lectores, a este caso, las decenas de fallos desastrosos, que seguramente recordarán, algunos definitivos para el resultado o para la moral y el ánimo de los equipos. Pobres chabones, no quisiera estar en la piel de esos árbitros y linemans que fallan con sus propios ojos cuando hay millones que gracias a la tecnología, ven mejor que ellos. Son el último eslabón de una cadena ya anacrónica, oxidada y absurda.
En varios deportes se aplican medidas sensatas. En el rugby, por ejemplo, los jueces se permiten dudar –rasgo humano que no comparten los árbitros y los amos del fútbol-, entonces acuden a un cuarto árbitro que mira el video de la jugada, le informa al árbitro principal, y éste juzga entonces con ese aporte fundamental. ¡Casi no hay margen de error! Y no es un video secreto el que mira el cuarto árbitro, es el mismo que vemos todos, en el estadio, y en la televisión. O sea que se democratiza el fallo, se hace transparente. Y no es verdad que así “el fútbol se haría muy lento». Actualmente, los partidos se cortan constantemente, no por fallos, sino por los golpes.
Franz Kafka (1883-1924) mostró en sus novelas y relatos la oscuridad y arbitrariedad del poder, la perplejidad del individuo ante decisiones de las que no participa, de las cuales no conoce sus fundamentos ni su sentido; decisiones que marcan y deciden su vida. Pero muchachos, ya está. Aunque no sé cuán accesible es ahora el castillo, al menos Franz nos avivó, los tiempos cambiaron. Dejen de humillarnos, de avergonzarnos, de ofender nuestro sentido común, de tratarnos como estúpidos.
Esta es mi opinión. Ahora me pongo serio y solemne para despedirme:
¡¡¡¡¡Vamos Argentina Carajo!!!!!

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