Presentación en Mar del Plata

publicado en: Blog | 0

Presentación del libro “El mar en todo”

Por Arturo Alvarez Hernández (*)

(Discurso con motivo de la presentación del libro de poemas “El mar en todo”, de Aníbal Zaldívar, en la Feria del libro de Mar del Plata, 10 de noviembre de 2013).

“La relación con el mar…es una cuestión de familia, pero además de eso hay una decisión personal de radicarse en Villa Gesell, que creo pasa por un vínculo profundo con el paisaje marino, con la playa, con el mar y que implica un vínculo que empieza por ser físico con ese fenómeno; Aníbal es algo así como un habitante del mar diríamos, es alguien que se liga a ese ser viviente que es el mar con la piel. Y creo que eso está muy presente en su obra, no sólo en aquella que tiene que ver con la pesca, sino en aquella que tienen que ver con la percepción sensible de ese mundo, el mundo de la playa, del mar, de las olas, del agua, del cielo que cubre ese mar ¿no? Entonces me parece, ese punto en la vida de Aníbal es algo definitorio, y después está en esa decisión de radicarse en Villa Gesell otro aspecto de su vida que es, digamos así el aspecto, de creador de una familia y de un vínculo social, es decir, la familia que significa mucho empezando por Patricia que es una compañera muy particular de Aníbal, y que creo que en mucha de su escritura está presente, sus hijos, ahora los nietos, y además de eso digamos la figura pública no en el sentido rimbombante de la figura pública sino en el sentido de alguien que está ligado muy profundamente con la comunidad y buscó y creó para sí mismo un rol en esa comunidad; Aníbal es creador del periódico El Fundador que ya lleva 26 años, diría que es algo estremecedor decir que un órgano periodístico puede no sólo crearse sino mantenerse durante semejante cantidad de tiempo haciendo un aporte muy interesante a la comunidad de Villa Gesell, de información pero además de contenido que apunta a lo cultural, a lo educativo y a lo literario específicamente. O sea que me parece que esas dos facetas en él son dignas de mencionarse para conocer la persona en su globalidad, en su complejidad también.

Vuelvo un poco al vínculo con el mar porque da título a esta antología de la obra de Aníbal, “El Mar en Todo”, que obviamente no es casual, porque a partir de ese vínculo que yo decía empieza por ser físico y material y muchas veces tangible en su obra, aromas, sabores, visiones: también es un vínculo que induce en él y de algún modo sintetiza muchas lecturas. Aníbal es un lector voraz, como entiendo yo que es todo poeta, todo poeta es a la vez un lector, necesariamente, y los intereses de Aníbal en ese aspecto son amplísimos, pero me parece que su vivencia del mar ha funcionado como un elemento que tamiza muchas lecturas o que induce o lleva a muchas lecturas y ha enriquecido esa experiencia con elementos específicamente literarios que también han estado volcados o presentes en sus escrituras. No sé si por eso o por la vastedad de los intereses de Aníbal, nosotros los clasicistas de la Facultad lo conocimos como alumno, alumno vocacional que se acercó al griego y a los latines, no abundan (risas), que vienen por puro interés a los cursos de griego y latín, y yo creo que el mar andaba detrás de ese interés de ese llamado, sobre todo con los griegos que eran tan marinos y para los cuales el mar es todo un tema, una presencia constante de la poesía. Lo cierto es que estuvo con nosotros muchos años acompañándonos en nuestros cursos y yo diría que animando nuestros cursos con un aporte espiritual e intelectual, muy importante, que sólo puede aportar aquel que ve en nuestros estudios, que a veces son áridos y muy gramaticales y ve otras cosas, busca otras cosas que están por supuesto pero que a veces en las clases no afloran tan fácilmente. Aníbal las hizo aflorar más de una vez por lo cual nosotros estamos siempre muy agradecidos y hablo en plural por todos los docentes del área de clásicas, tanto del griego y del latín. Eso también se tradujo en su escritura, digamos que aportó a esta experiencia que tiene no exclusivamente ni excluyentemente pero si centralmente la relación el vínculo, vivo, experiencial con el mar, con la arena con los seres que habitan el mar.

Un tema que a mí me interesó en la obra de Aníbal es algo que yo definiría como una relación problemática con la poesía, una especie de noviazgo inestable de Aníbal con la poesía que vi aflorar en algunos poemas y que me pareció interesante. Yo en general me intereso mucho por la poesía que reflexiona sobre sí misma, el poeta que piensa en sí mismo, en su condición, en cómo vive su propia obra. Y en Aníbal vi, justamente conociéndolo, esta cuestión de inestable de relación donde los términos serían: la vida por un lado y la escritura por el otro, dos experiencias que tienen en una relación en él inestable, tensa, problemática a veces. Hay dos poemas que quería leer y comentar un poquito, son recientes, relativamente recientes de su obra Archipiélago. Poema 28 y dice:

“Quiero componer un poema memorable

pero la brisa del norte es un bretel que cae

y descubre el pecho blanco de la tarde.

¿Qué hacer si no ceder al llamado de la sangre

y aflojar los lazos de la posteridad efímera

de las bellas artes y las letras?

¿Voy del mundo imaginario al otro? Eterno del instante

en el que arden fríos y azules

los labios de las olas”

Me pareció que lo dibuja muy bien en este poema esta tensión entre componer el poema que aspira a la memoria, que aspira a permanecer en la memoria; una memoria que sin embargo él un poco escépticamente llama “posteridad efímera”, no?, en el fondo también eso pasa, eso termina, también eso a lo mejor es fugaz. Entonces allí el llamado de la sangre, como dice él, se impone, predomina, porque está la brisa del norte, de su playa, de su mar, de su entorno que lo invita a vivir, vivir, vivir es una relación gozosa con la naturaleza, esto del bretel da cuenta de esa relación gozosa (risas).

Aníbal tiene una relación gozosa con la naturaleza, que es algo como un don, porque no lo tiene cualquiera, es algo que está en su propia naturaleza humana. Y entonces esa función se impone, se impone, digamos, la vida, lo que él llama “el otro mundo, eterno, del instante”. En el instante, ahí, ve más eternidad que en la memoria o en la posteridad. Aníbal ve más eternidad en el instante, en el que puede gozar de esa brisa, de esa naturaleza que lo tienta o lo viene a buscar, y cierra con que “arde fríos, los labios de las olas”, una imagen que otra vez evoca el amor, el gozo de ese mundo, de ese mar que es frío pero que al mismo tiempo arde, genera un goce, una pasión de plenitud.

La presencia que genera en ese paisaje las reminiscencias literarias, ese paisaje es un punto de partida de donde muchas veces surgen reminiscencias de esas vastas lecturas entre las que están las lecturas clásicas, y entonces por afán sectario (risas) voy a un poema que él mismo llama “Ilíada”, tal vez para que al lector no tan lector, no tan conocedor, no se le escape la alusión y que dice:

“Despojada la tierra de colores y ruidos

canta la fría noche aterradora

su profundo latido estrellado

mientras los guerreros velan junto a las naves,

los miro desde mi habitación iluminada

ebrio de su belleza y su coraje

y un nudo de garganta me reclama

desatar el potro azul de las palabras.

Cuando asome la aurora de doradas mejillas

me acercaré a palpar los restos del naufragio,

lo que haya quedado del sueño de los héroes

de nuevo borrado por el viento y las olas.

Pero ahora resuenan las broncíneas espadas

porque ha recomenzado la batalla

y el enorme corcel que pesa sobre mi lengua

se levanta y galopa desnudo a la intemperie”.

La playa geselina se transforma en playa troyana, la playa del asedio, de los aqueos, a la célebre ciudad homérica, y allí la fantasía, el sueño, el delirio si quieren, de Aníbal, coloca estos habitantes poéticos, los guerreros, magníficos guerreros evocados por esa retórica que es la que corresponde a quien ha leído y releído frecuentemente a Homero. Basta la referencia a “la Aurora de doradas mejillas”, y a “las broncíneas espadas”. Creo que ahí la poesía está transmutada en la experiencia que se funde con ese paisaje en el que Aníbal encuentra una buena parte de su vida…

(*) Arturo Alvarez Hernández, Doctor en letras, es titular de la cátedra de Latín de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Liliana Swiderski (*)

(Texto leído en la Feria del libro de Mar del Plata el domingo 10 de noviembre de 2103)

Luego del placer de leer dos de las novelas de Aníbal, y algunas composiciones poéticas, he tenido la alegría de acercarme a este maravilloso volumen de poemas que reúne casi treinta años de su producción, y quiero agradecerle a Aníbal esta invitación tan honrosa para mí.

Organizado a partir de seis secciones ordenadas cronológicamente, el libro permite seguir el hilo de sus transformaciones como poeta, aunque mantiene ciertas innegables líneas de continuidad que le dan su sello. La primera, creo, es el arraigo a su tierra, a su lugar. El título general de la obra, tomado del gran poeta portugués, Fernando Pessoa, es realmente un hallazgo; el libro demuestra la ubicua presencia del mar, que vuelve en cada una de sus secciones: “Respiraciones y estrellas”, “El mar”, “Orillas”, “Navegaciones”,“Archipiélago”, “Puerto María” y “Vía Láctea”. Todas ellas nos remiten a un poeta en diálogo con el mundo circundante, donde la naturaleza es un espacio de unión con el todo. Los elementos son contemplados, admirados, respirados, se llevan en la sangre y en los huesos. Por momentos ya no hay fronteras de ningún tipo entre el hombre y su lugar: “Frente al mar, adolescente, soñé con mis mundos y estuve solo, con mis márgenes desdibujados por la niebla”. Aníbal nos reconcilia, en este mundo tan ajetreado y lleno de distracciones, con ese momento inaugural de descubrimiento, con la aceptación maravillada de todas las cosas: la belleza, el dolor, el cosmos, la muerte, la trascendencia.

Por lo mismo, creo que es una poesía profundamente sanadora:nos devuelve la experiencia de la literatura como un espacio íntimo, reposado,ajeno a vanidosas intelectualizaciones, a las poses.

Leer a Aníbal tiene el mismo efecto balsámico que contemplar el mar. Uno deja de sentir que “el mundo es ancho y ajeno”, para sentir que el mundo es ancho, sí, pero también propio y de todos. Leer a Aníbal es como respirar la bruma marina, una experiencia de expansión de la mente, una experiencia de consuelo, una experiencia de agradecida admiración por lo que existe. “Respiraciones y estrellas” es la primera sección y podría decirse que uno participa de la respiración del poeta y se oxigena. Hay una especie de panteísmo que todo lo cubre, todo lo incorpora en esa fiesta de goces y de solidaridad: “El árbol duerme, respira, sereno en su raíz”. Aníbal condensa en pocas palabras momentos de belleza infinita, y el mundo natural que lo obsesiona se puebla de personas, de vínculos. Ellos también son objeto de su mirada asombrada: “Más hermoso que Dios, el niño duerme”.

Poemas brevísimos, con reminiscencias de los haikus, nos pintan en breves pinceladas un mundo y una situación en el mundo. Así, por ejemplo, “Amanece”, de la primera sección:

Dos párpados como dos planetas

sin órbita, cayendo.

Convocado a vivir,

el sol se suelta.

Estiramos los brazos y los dedos

sobre el horizonte. (17)

Hay que detener la prisa si se quiere mirar: Aníbal nos devuelve la paciencia y la

esperanza, nos devuelve la magnificencia de lo mínimo, como en el poema “Sucede”:

Si uno espera,

se asoma,

pregunta,

el colibrí aparece.

En un arbolito desgreñado,

con flores blancas,

lo oyes,

lo ves libar,

bailar,

verdiazul. (18)

La espera no es pasividad, al contrario. El insólito valor de las cosas se mide por el esfuerzo que es necesario realizar para ir a su encuentro: “si uno espera, se asoma, pregunta”. Leer a Aníbal es descubrir el movimiento palpitante de lo quieto.

De la misma manera, las más hondas experiencias de la vida,como la paternidad, están teñidas de vacilación, pero no de escepticismo: la falta de certezas no es cinismo en el poeta, sino más bien experiencia del misterio y de la más honda libertad:

Hijo, tu vida es un misterio

y yo, que soy tu padre,

no sé ni quién soy, ni qué soy,

Pero en tu vida se duplicó el enigma.

Tal vez seas la forma de una ola

de mar, tierra, sombra o luz,

y yo sea una ola apenas más antigua

y entre nosotros brille tan sólo

el fulgor de un accidente,

de una ley que nos iguala

y no me da derechos,

mientras abunda un rocío constante que lleva tu nombre. (19)

De modo semejante, la muerte es una experiencia natural, un momento en que el sujeto se abisma sin desesperación, sino más bien con curiosidad y melancolía. Lo terrible y lo gozoso se anudan. No hacen falta largas disquisiciones filosóficas para advertir esa hermandad entre la pérdida y el renacimiento, entre lo fatal de la vida y su indestructible esperanza. En uno de los poemas más conmovedores para mí, podemos leer:

“Gorrión muerto entre flores”

El gorrión se complació con la muerte

y la tierra lo amo como si fuera rocío.

Eran terribles sus alas secas como hojas

y su cabeza abierta capullo incendiado por la sangre.

La mañana se conmovió con mi muerte

él estaba en el ciego silencio y no sufría.

La tierra lo bebía con gozo, lentamente,

como a fruto caído de cualquier árbol.

El dulce aroma de las fresias

brotaba también de su pecho. (21)

La hermandad con el todo convoca al cielo y a la tierra, a los presentes y a los ausentes: “Dormir es necesario, cerrar los ojos/para que los muertos vengan a pedirnos ayuda/y a  despertarnos cuando sale el sol” (34). En el conmovedor “Epitafio” (a Cacho), por sobre la experiencia de la muerte crece,magníficamente, la del amor. Es un canto al amor en la agonía, a la paz que trasciende todas las cosas, al ciclo inconmensurable de la vida.

En el gran libro de la naturaleza, Aníbal lee. A veces, sorprendentemente, encuentra el desasosiego en la belleza misma: “Las hojas del ciruelo se empaparon de sangre/y la  sangre se detuvo en un color morado/desatando una tragedia de flores rosadas”. En otros momentos, el poeta advierte en su interior la fuerza arrolladora de las cosas: “Es alta y ancha la magnitud del alma/que cruza como un caballo el horizonte/y como un búho abre los ojos fijos” (24). El poeta es un río, gozoso de deshacerse en los cauces de la tierra:

Yo también soy un río,

un agua derramada

una superficie caída

un cauce inclinado.

Tengo barro en la espalda y pastos en el pelo,

bagres fondeadores limpian mis entrañas,

brutales tarariras muerden mis huesos

y finos pejerreyes circulan en mis venas.

(…)

Soy el río mirado y el ojo que lo mira. (140-141)

Aníbal celebra interminables rituales en y con la naturaleza. Ese anonadamiento de “su  majestad el yo” es un alivio indecible: “¿Habrá un ir sin volver, /sin retornar al yo, al hoy/al cuerpo/ del que nunca salimos?” (68). La identidad se proyecta y se deshace en los elementos: “soy el aire sufriente, el agua emocionada, el viento que golpea la luna/hasta que el mar íntimo, pequeño, se disuelve en mi sangre”(71).

El cuerpo de la mujer participa de esta fiesta cósmica: es un enigma inconmensurable que se contempla, pero que también se toca. Por eso,en el cuerpo de la mujer se conjugan el infinito y lo íntimo: “Suspiro de las olas/mis manos llegarán hasta el dulce gemido” (72); “Eras un vuelo de espaldas/en la noche del mar/tu bella mirada no decía/palabra, y yo abrazaba/la estela de tu vuelo/ (era un fantasma de sal)” (73). La mujer amada es la plenitud, por momentos casi una ninfa, una deidad de los bosques, un compendio de las fuerzas materiales de la naturaleza en los límites de la piel:

La fruta de la luna

madura y cae en tu boca,

un pez rojo se desliza

en tu vientre asombrado:

la noche entró de golpe

entre rayos y espuma,

con algas y humedad marina

se derramó, violenta. (76)

Sutiles evocaciones del Cantar de los Cantares se desgranan en el erotismo de esta poesía:

“Tus manos son pájaros leves/aleteando en mi cuello/tu cuerpo el racimo de frutas/más dulce de la tierra”, “caigo, subo y me deslizo/como un pez en la ola”, “soy un poco de pelo perdido/un resplandor en la noche terrestre/ vuelo para tus manos /que prometen y entregan/ cada día la dicha” (80). La mujer no es belleza estereotipada, sino mundo trémulo atravesado por el tiempo y las vivencias: “Me gusta olerte/ racimo exquisito/ pie, piernas, nalgas, ombligo/ pechos, cuello, labios, orejas/ qué gloria la tuya/ qué virtud/ qué milagro/ ser madre y selva/ a la vez” (188).

La pérdida está presente, pero nunca es definitiva: “no hay olvido en la sangre/ sino la sed que vuelve, llama y te convoca” (91). El tiempo es una deriva persistente; la poesía de Aníbal está poblada de flujos, de cauces, mares, ríos, arroyos, leche, sangre, fluir de todo lo que existe. Y esos flujos se intercambian, se mezclan, se confunden, crean a veces una geografía fantástica: “El ciprés clava su espada/ en la luna/ y ella gotea entre las ramas/su sangre blanca” (93).

La experiencia de la escritura es la coronación de estas búsquedas y contemplaciones. En la poesía de Aníbal se respiran ecos de Walt Whitman, de Juanele Ortiz, de Baldomero Fernández Moreno, de Mario Benedetti, de Pablo Neruda. En su poesía se unen el instante y la eternidad, lo mínimo y lo majestuoso, él mismo lo proclama: “Todos queremos crear/la eternidad de los instantes” (108). La fuerza desbordante de la vida se esconde en lo pequeño,late en un big bang de intensidad reconcentrada. Por eso la poesía de Aníbal es, para el lector, una experiencia de extrañamiento: la novedad no habita en las cosas, sino en los ojos. Con particular sinceridad, confiesa el poeta: “Mi caso es este/de una experiencia pequeña/me sale escribir mucho” (213). Un sutil humor reaparece, aquí y allá, ciertos guiños que parecen quebrar el lirismo del libro pero que en realidad equilibran el dinamismo de la vida. Lo cotidiano no banaliza la poesía; más bien, la poesía vive en lo cotidiano y lo enaltece:“Eres constante como las manzanas/ que siempre aguardan sobre la heladera/ en el cesto de mimbre” (129).

El contacto del hombre con el mar se vuelve particularmente fecundo en la pesca. La pesca es una constante en la escritura de Aníbal y sospechamos que en su vida. Me atrevería a decir que se transforma en una experiencia existencial, metafísica: “ya me desangraba suavemente/a través de la caña de pescar/ mientras el viento mordía los anzuelos” (30). “La inquietud del mar, /en el fino hilo, /y el latido/ del misterio profundo/ el vientre del deseo y la espera, / del porvenir” (122). En la pesca se unen el fuerte instinto de dominio y hasta de destrucción que nos habita, con la mirada piadosa ante las criaturas. La pesca del tiburón reúne magistralmente esas emociones contrarias:“El vacío es tal y el orgullo es tal/ que ambos se pierden en el mítico oleaje/un majestuoso pez resistiendo en su agua/y un pescador sediento, brutal, emocionado” (124). En el maravilloso “A una brótola” todas las fases de este ciclo están presentes: la contemplación, la búsqueda, la destrucción, el alimento. Ser humano es, también, verse obligado a deglutir la naturaleza,recrearse a partir del sacrificio del otro, en una especie de comunión profana.Hay mala conciencia y también aceptación de la mala conciencia:

La tarde salada y ardida

declinaba, y el mar abundante

entregó una breve brótola oscura,

sutil, oleaginosa, abismada

en la quietud de su agonía.

En mis manos el don del gran océano

fue materia blanca, carnosa,

hendida y ordenada por cuchillos

con una furia piadosa y deseante.

Ahora en el placer de sus aromas

la trama de su materia se deshace

en un final, donde mis dientes sin mar

la reducen y llevan a su propio torrente,

Con reverencia, atrapado en impulsos,

de crueldad y deseo,

pido a esa muerte marina

la esencia de sus dones,

las horas de agua, la mirada oscura,

los silencios profundos.

El rito consumado y consumido

en un altar de ajos y pimientas

violento y humano se mira en el espejo

con turbada culpa original,

con paladar y sangre y almas agradecidas. (125)

Leer el poemario de Aníbal me ha provocado esto: un descanso, una búsqueda, una necesidad de compartir con otros sus poemas y sus imágenes, un recordatorio del poder sanador y reconfortante de la literatura. La alegría de la poesía de Aníbal resiste todas las cosas: no brota de la ignorancia o de la ingenuidad, sino del trabajo de tamizar todas las experiencias (el amor, el humor, la muerte, la naturaleza, las preguntas existenciales y las situaciones límite) para regocijarse en su misterio y su esencial belleza.

(*) Docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Magister en letras hispánicas y Doctora en letras. Trabaja en el Departamento de literatura europea. Su tesis doctoral se tituló: “El gesto ambiguo. Apócrifos y heterónimos en la poesía de Antonio Machado y Fernando Pessoa”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *