Viaje a Grecia (6)

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Visto en el mapa, el recorrido ahora sigue desde Zagoria a Meteora; desde nuestra aldea Monodendri son 134 kilómetros.  Y pasaremos por ciudades que suenan como agua cayendo sobre rocas, o como un oráculo de tambores: Metzovo, Kastraki, Kalambaka, Trikala.

En apenas un rato llegamos a Metzovo, donde luego de varios días de lluvia salió el potente sol de otoño. El aire tiene olor a tierra mojada, pero también a leche, a frutas, a respiración de animales, a follaje. Es una aldea de montaña convertida en ciudad, de una riqueza natural y humana que asombra, con la historia y el trabajo de siglos en la piel de sus habitantes. A pocos metros del centro, una viejita que está lavando cestos cargados de uvas nos llama y nos regala unos racimos, sin decir palabra, sin sonreír; todo es duro, pródigo y amable en esta tierra.

Metzovo es una de las muchas ciudades de la Grecia montañosa y mítica… La parte de Grecia donde moraban los dioses, en montañas con nombres célebres como el Olimpo, el Parnaso, el Helicón, y muchas otras dispersas en las islas. A estos espacios paganos se agregaron más tarde los cristianos: el Monte Athos, principal centro monástico de Grecia, y Meteora, un bosque de rocas donde acudieron ermitaños y ascetas a partir del siglo XI, hasta que Agios Atanasio fundó en el siglo XIV el Monasterio del Gran Meteoro, sobre una roca de 613 metros de altura. Este monasterio es uno de los seis que pueden visitarse actualmente.

Desde Kastraki o Kalambaka, dos pequeñas ciudades, se accede a Meteora, y la experiencia es impactante. No cuento nada, porque es demasiado inabarcable e innombrable… apunto solamente que me asombró e inquietó, en el interior de los tres monasterios que visitamos, el culto obsesivo por el martirio. La representación predominante, a diferencia de las iglesias que conocimos en el resto de Grecia donde prevalecen la serenidad y austeridad, es aquí la decapitación. Cabezas que salpican sangre, cortadas por el sable o la espada de los infieles. Le siguen parejamente las imágenes de torturas de diverso tipo sufridas por los mártires cristianos. Hay una insistencia en el dolor, en la narrativa del dolor, más parecida a las representaciones del lado católico, occidental.

El viaje de la conciencia es infinitamente más largo que el viaje en el tiempo y el espacio. Si ese viaje interior se hace escritura puede llevar miles de páginas. En la gran literatura están los ejemplos: el Ulises de Joyce tiene 900 páginas y cuenta apenas 24 horas en la vida de su protagonista, Leopold Bloom. En estos breves apuntes, voy saltando de lugar en lugar, de día en día, y anoto algunos movimientos de conciencia, de mi viaje interior. Descarto muchos y comparto algunos…

La belleza del mundo. El título de mi nuevo libro de poemas. Pienso que es excesivo, luego que será o debería ser “una mirada menos ideal del mundo”, luego que “el sentido de belleza del título incluye todo”: lo bello como lo que está vivo, no como lo lindo o hermoso a nuestra mirada, según nuestros prejuicios. Baudelaire escribió el poema “A una carroña”; y Whitman tiene este verso: “una vaca paciendo con la cabeza inclinada/ supera en belleza a todas las estatuas”. Todo lo vivo es bello. La estructura de un gusano es más perfecta que la Piedad de Miguel Angel.

La próxima parada, vía Trikala (capital de la unidad periférica homónima), será Delfos, el ombligo del mundo (pagano).

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