Libro publicado en el 2021.

Poemario completo.

“A mí denme la vida que más quiero

y todo lo demás se los regalo”

R. L. Stevenson: “El vagabundo”

Arte de tapa: Mariel Galarza

*

Mármoles, arenas y peces triturados

no me dan tregua, mar:

¿por qué te cansás golpeando mis rodillas?

¿No ves que soy más fuerte

que vos, que te agitás

en esa taza cósmica mal llamada “océano”?

En cambio yo estoy aquí sostenido y pronto a disolverme

para que no puedas romperme ni alcanzarme.

Sin embargo mientras viva quiero darte todo

porque me embriagan el olor a peces y a tierras lejanas

que traes en tu espuma.

La trituración es silencio

brasas del fuego oceánico

las conchillas guardan el secreto

de tus profundidades.

Brillos que piso con las plantas de mis pies

abiertas al temblor de la tierra cuando

la ola la envuelve.

Atento a cómo pasan los árboles

y la voz que deshoja y nutre

en su oleaje, aire en movimiento

ensimismado, afuera

la brisa que confluye en este espacio

último donde árboles y plantas…

Es el modo

de darse a través de este instrumento

flauta, plumaje, un puñado de células

luz del sol entre los pastos…

Dejo la agenda, pongo mi corazón

y algo florece.

Cuando el otoño deshoja el liquidámbar

mi daimon me invita a recostarme

tan amable ante la abrumadora

sencillez del milagro revelado.

Mirar un cielo ocre que murmura

no hacer nada junto al mar o no hacer

nada en la ciudad

solo cerrar los ojos y ver el infinito.

La hora en que aparecen los ostreros

con su beriberi bárbaro y festivo

brotan del aire, el mar pliega sus sábanas

y vuelve al lecho a dormir bajo el cielo

y reposa y no por eso deja de cantar.

¡Es una gran pena que yo muera! Una gran

pérdida, incluso mi cuerpo y mi voz

deberían ser inmortales, lo saben

las musas, la madre tierra, el mar…

Estrictamente hablando, mar, estamos solos

en este raro multiverso que

ni mis ojos ni los tuyos abarcan.

Mis lentas pupilas no vislumbran más que resplandores

fugaces, tus espumosas olas son gemidos

mínimos en el cosmos, arrogante fuerza aquí

pero en la vía láctea pequeña que habitamos

tu ruido no llega a oírse muy lejos.

Sólo nos queda encontrar el silencio

hacia el amor, aceptar al doliente y que

tu respiración y la mía sean música.

Dispuesto a soñar con lo que sea

me entrego al sueño luego de un día fatigoso

¿o fue ayer el que cansó mis ojos y mis brazos?

Llego a tu orilla, mar, y no sabés decirme

si era este día o el anterior el que miraba

tus aguas lechosas, tus abismos dulces,

como un vagabundo que no tiene nombre…

Nadie tiene nombre perdurable en tus aguas

y en mi tumba había una pluma de cotorra

verde y suave para que la admire el viajero

y se alegre al seguir su camino.

Acostumbrado a no existir me sorprendió

la aurora pidiéndome que hable

que mire que sonría pero yo estaba

ya hecho al silencio a la continua

distracción y al olvido sin embargo

el agua enfrió mis pies besándome

con una ola espesa y larga y sentí

que al retirarse dejaba un fuego

terrible y paradójico y no quise irme de allí.

Es el mar, me dijeron; Soy yo, me dijo

el leonado infinito azul y verde… No

le creí entonces y no le creo ahora pero

no puedo alejarme sin llorar no puedo

volver al mundo solitario

donde felizmente no vivía.

La primera premisa es ver la hormiga en línea

con su grupo y seguir viaje a la segunda

que atraviesa la arena innumerable la tercera

en la orilla es romper el aire con el agua

y entrar al mar para la cuarta que

te lleva al lugar de no pensar en nada.

Al vegetar viajando miro humanos

los puntiagudos hieren a los blandos

lágrimas del mundo estanques ríos

hasta los mares de saladas aguas.

Llena de sí, así, la gente ama

y se ama en el juego del agua

flujo reflujo adrenalina risas

heridores y heridos se ahogan juntos.

La carne cubre el hueso y allá vamos

por más y al vegetar viajando flotan

las raíces fuertes que nos salvan es

la gran crónica simple de los días.

Entonces volver al vacío, a la materia oscura

la ola que refluye la respiración que

hace la pausa y retoma el hilo del

agua en su fluidez para ser raíces

pulso tao personal en el fondo en

lo alto nada y todo palabras imposibles

nombrarlas y ya no son se diluyen

en su propio movimiento en ocho versos.

La cáscara de su cuerpo se contrajo

por sus ojos había salido el alma

y el lenguaje

y el soplo de su voz.

Besé la cruz para subirlo al cielo

y consolar a mi madre

pero él ya estaba lejos

de la materia y de los símbolos.

Un trozo de mar salva la mañana

-piso diez del hotel Valles-

en la ventana entre los edificios

y hago mi balance provisorio.

Trozos de pomelo y de naranja

salvan el desayuno no deseado

de facturas pan queso y manteca

untados con café con leche y agua.

Recomenzamos lo que nos alimenta

y daña como el mar el oleaje

lo virtuoso queda en la nostalgia

y en la fe de que mejoraremos.

Mientras solitarios y familias prenden

sus ojos a los celulares, absortos,

miro el mar recortado en la pantalla

de la ventana, lejano, con gaviotas.

Profundidad, oscuridad, distancia

llamándome, llamándonos

la invitación larga de la orilla

sus labios perlados, encendidos, luces

de un final y un principio renovados

fríos del cosmos llamándome, llamándonos

y así partir lejos de aquí

de la espalda cargada de voces

gritos, edificios, automóviles, anclas

de sentido, inmóviles banderas, calles

que no dan más que a un laberinto.

Oscuridad, profundidad, lejanía

tan próxima como la ola que canta.

Estamos presos en la monotonía de nuestro

oleaje, hermoso mar, y cantamos al unísono

con nuestra espuma renovada, cansados,

hartos del sonido de nuestra breves voces.

Roncos volvemos a escapar de la orilla y más

roncos volvemos a descansar en ellas, a

rompernos con los dedos húmedos o a llorar

por este sin fin de mareas que nos empujan.

Como vos no puedo librarme de mi orilla

y traigo un largo viaje a mis espaldas,

me expongo a la luna y al mar de las estrellas

y velo por los peces de mis profundidades

y amo cada latido que me habita y se muere.

Quiero también vaciarme de significaciones

me pesa la carga de las muchas palabras

que contaminan mi agua desde los orígenes

de los idiomas del hombre de voz articulada.

Rompo el espejo en el que te estás mirando

vuelvo a ser esa nada incorruptible

donde todo es posible y es hoy y para siempre

un silencio sonoro sin pensamiento o números.

Y te invito a vaciarte, como último gesto.

Posado en un junco miro el agua

no veo  mis ojos y no sé mi nombre

perlas negras en aros amarillos

cabecita inquieta

sin voluntad hago lo que hago y él

escribe su poema.

Asombrosamente lejos de mi páncreas

subo la última cuesta

y me veo yacer, ya sin memoria.

Sólo nubes heladas y ramas deshojadas de álamos

orillas de agua de invierno entre patos

musgos que murmuran.

Son más cerca de mí  mientras yo busco

el más íntimo hueso

allí donde aprendí a nacer, justo ese son…

Oteando en el camino voy más lejos

hasta pasa el cielo entre los sauces

arena entre manos o relojes.

Justo abajo sublingual brotan los grillos

y vislumbro el latido cuando salta

húmedo, en la voz divina.

Acercarse, acurrucarse al páncreas

a los hígados pulmones o a cualquieras

 que sean el yo más verdadero.

Los dos perdimos, mar, la alegría

y aquel consuelo que llegaba

desde los grandes álamos.

Canción o rumor simplemente inclinado

donde ahora son un antiguo lamento

troncos al ras del suelo, cortados

una esquina con negocios de ropa fina y remedios.

Así evoluciona el terrible destino

de los hombres, y ese cardumen

de hojas contra el cielo, tan bello

ya  no canta para vos ni para nadie.

Volvió de ver los mares y trajo

de cada lugar una reliquia

piedras únicas, forjadas por el agua

y quiso que otros admiraran

comprendieran lo que había detrás

de cada una, los aromas, los climas…

lo miraron como si hablara en un idioma extraño

y él se quedó atónito y feliz y descubrió

la soledad.

Levantar los ojos de la página

para leer el mundo

la gran ilusión de los poetas.

Desilusión de necesitar palabras

para encantar otra vez la vida

montar a Rocinante

y recomenzar la aventura.

En la ermita y su atmósfera sagrada

embrión en el útero

el hombre respira los aromas

de hierbas, junto a la sal marina.

Así floto en el agua sumergidos

los oídos en la inconsciencia

rodeado de imágenes enormes

de San Jorge, el Pantocrátor y la Virgen.

Los ermitaños bajan a las tumbas

y las tapan con mármol de Paros

para continuar solos tal como vivieron

arrullados por el rumor del mar.

Yo me enredo en las algas de tu pubis

ato mi pelo a las doradas hebras

y me deleito observando tus nalgas

piedras pulidas por el roce del tiempo.

En la ermita de tu cuerpo rezo

y me uno a los santos de esta tierra.  

En viaje a Castelar en el Sarmiento

campera de cuero y olor a chivo

el joven me incomoda y yo a él pero

callamos, mezclado el sudor rancio y el perfume

picante que emanan los vagones.

Huelo el mundo y abro mi cuaderno

para verme en letras fondo blanco

y perderme cuando se acercan los amigos

y dicen guturales y medias palabras.

La voz de la mujer joven con cáncer

peleando la metástasis con la venta

de especias, con su historia veraz y convincente

la pensión de ocho mil ochenta y los seis mil

de alquiler y los seis hijos y su delgadez sin pelo.

Hay adornos mochilas estampitas en oferta

cubre-celulares cuadernos chocolates Vizzio

cargadores caramelos cintas métricas y

hay personas resignadas y amables

y muchas que charlan y sonríen

se abrazan se aman cantan con los ojos.

Me salgo del encierro doble y busco

aire al lado de la puerta pero un viejo tose

y tose y tose y tose a mi lado y otra vez

me alejo una mujer se suena la nariz

pañuelo tras pañuelo y también limpia a su hijita

y luego le acomoda amorosamente el pelo.

Otras dos niñas igualmente bellas la miran y

sonríen cómplices y pícaras al lado de la puerta

mientras su madre la observa complacida y feliz. 

Dos gotas somos, mar, cuando me ablando

para entrar en tus aguas, ola aguzada soy

y también barca arriesgada que se inunda

con la violencia de tus olas ciegas. La espuma

corto con mi cuerpo en el instante

en que nos encontramos fríos y ardientes

como dos caras de la misma piedra.

Y aunque me quieras blanda y blanca

gota de espuma que duerma eternamente en vos

debo decirte mar que soy la bestia sin agallas

y respiro por arriba de tus manos

en ese espacio que no conocés y que llamamos cielo.

Como un seductor que ama a su esposa, mar

dejo que me conquistes para el amor eterno.

Me despierto cada noche a escribir

y en ese regazo es donde duermo

subo a las líneas como a nubes

de otra cama abierta que me espera.

De la inquietud del sueño me levanto

apremiado por las altas mareas

sobre seguro nado por tus aguas

temeroso de que no me abraces.

El colibrí canta en mi corazón

tiene su forma

su levedad toma mi pesadez

su pico apunta al cielo

más allá de sus ojos.

Sin mirarme sale a mi encuentro

corta el camino para llamarme

mientas el zorzal roba en las ramas

su alimento, canta grave

y contrasta el chirrido agudo

que se pierde en el aire.

Solo anclado en cuerpo el verbo

se sale por los dedos hacia el aire

de los pies a la ventanas altas

donde la tarde deja caer sus trinos.

Y yo vuelvo a no saber si habito

una casa soleada o un sótano lúgubre

donde el agua del  mar roza o penetra

balbuceos y risas de náufragos eternos.

La voz se abre a las ramas del mar

pone en los nidos huevos de gorriones

cree vivir allí con sus poemas

palabras que  esperan que les crezcan alas.

Ay ruiseñor del mito, ay colibrí

que corazona esta brisa terrestre

aquí y ahora está siendo su canto

y late en mi soledad enteramente.

Anclado el verbo canta y gime

y celebra su no sé qué de haber nacido.

II Cuarentena y flores

La manzana se hace lengua

y asombro de infancia

ahora sabor repetido

sobre el olivo del pecho

frondoso y viejo

y va con nueces, coco rallado

pasas de uva, bananas.

Va con todo el silencio

a tocar la brasa del corazón

la piel de adentro donde reposa un dios

latiendo para todos

tronco rama hormiga o colibrí.

La belleza del mundo como toros o nubes

mientras atardece o cae la tarde

y el deseo de vivir en alguien no se olvida

y persiste ¿por qué? Persiste

más que los evanescentes toros blancos

que en silencio y suaves se dilatan arriba.

No poder ser de un solo instante

nos empuja a unos ojos y a otros

que nos miren en sed inacabada

y la tarde que no es agonía sino

cantos unánimes incontables matices

y el sol no es quien se desangra

sino una luz serena que volverá mañana.

Me aburre el aire del paraíso

porque no sé respirarlo

y creo que la poesía son palabras

y no silencio

y sigo dejando rastros

huellas, monumentos, ruidos.

El malvón no habla de la inmortalidad

muestra sus pétalos encarnados

y el peso del rocío sobre los pétalos

hace rodar los cascos de los héroes.

A su lado hay otras flores enfrente

otro malvón rosado abre sus pétalos

crecen desalineados libres y la belleza

de la poesía del mundo carece de centro.

Como el paseo que hago con mis pies

de un lado al otro distraído

extraviado en los aromas y colores

de un sendero que lleva hacia ninguna parte.

La mano corta unas flores de menta

y la avispa verde fluor huye espantada

en su lugar emerge la diminuta mantis

que husmea la tumba del escritorio y cae.

El aroma robado se disipa aquí arriba

los insectos deshabitan las flores

vuelvo de hacer el amor y me pregunto

por qué canto las penas de estas flores.

Irreparable haber gozado y darle tiempo

al próximo deseo mientras disfruto

del olor que entregan en su pérdida

estas breves cabecitas cortadas.

El cerco de lantanas

trae la piel de mi abuela

y el olor  arrugado de su voz

cuando llamaba a comer.

Y yo almorzaba todo de sus manos

embriaguez de cocina colmada

pasos cortos, de luto, ella miraba

hacia la calle de sonrientes pétalos.

Aquí abajo, cerca de sus ojos

el cantero de flores escribe su poema.

Bajo las estrellas fijas

las nubes danzan quietas

desfilan hacia el norte

blancas en la noche, riéndose.

Quisiera sumarme a ese viaje

flotar con ellas y ofrecerme

para que se hagan palabras

mientras soy barco o algodón o espuma.

Suelto amarras para hacer el viaje

mientras ella mira álbumes de fotos

de la infancia de su madre y la vecina escucha

a todo volumen el noticiero de la noche.

Malabarista entre flores, acróbata

de ramas que coronan los días

y tiñen el aire de hermosura

y aligeran el jardín del mundo.

Todo cabe en tu ilusión monarca

solitaria de espinas y de pétalos

proclama cada día la victoria

de mezclar la savia con la sangre.

Era nombrar la rosa o el taco de reina

la corona de novia o el asfódelo

y entregar luego unas frazadas

y un paquete de leche a los sufrientes.

Así crece el paraíso en esta tierra.

Hermosos héroes literarios

las cabezas de cosmos

se agitan en batallas aéreas

y al tronar de la brisa

flamean como banderas naranjas.

Bien lejos de la muerte de los hombres

comparto con ellos las guerras perfumadas

y entro en las páginas de grandes epopeyas

como en un sueño de otros que han caído

derramando su sangre en esta tierra.

Me siento lejos del mar y de la guerra

hermosa para aquellos guerreros

educados en la espada, ciegos como flores

agrupados en racimos y respirando valor…

Hoy mi jardín los recuerda en silencio.

Yo miraba las hojas rojas

caer en lentos otoños como plumas

pero ahora, al rastrillarlas

mi corazón baja a la tierra

y las veo entre los pastos

desprendidas del hermoso aire.

Sería absurdo afirmar que aquí cayeron

las alas de los ángeles tan sólo

porque hay algunos pétalos azules

mezclados con la ardiente enredadera.

Yo creo que los ángeles huyeron

aturdidos por los gritos de la calle.

Qué bello es verme allí, tan limpio

como el pastito que va a ser cortado.

La rama se imprime en mi columna

vértebra a vértebra, hoja por hoja hasta la nuca

se abre en nervaduras hacia el aire

reverberan los pensamientos distraídos

cegados por la luz olvidan sus raíces

los muchos años que duró el verano

cuando las cosas se cansaron de mí

y el otoño bajó en una hoja roja.

Transparente en la rama, a contraluz

cede por la fin la resistencia, la reticencia oscura.

El árbol creció detrás de mí

hacia la luz dispersa del espacio

afirmado en las raíces, erguido

en los troncos y en los tallos frágiles.

Se iba por ellos la gravedad marrón

en un cerrar y abrir de ojos transparentes

eran aire en el aire y eran plumas

que la brisa subía a sus leves alas.

La repetida imagen de una abeja

libando una flor de cinco pétalos

volvió a unos ojos, vino

igual que el sol surge del mar.

Calladamente y floreció en otoño

la madreselva, movida por los rayos

esta mañana renació y su canto

endulzó el roce de las hojas cayendo.

La milésima parte de estos pétalos

florecen en mí como un océano

rumor de gota que viajó en meteoros

y nos trajo la corona de espinas.

La belleza del mundo en la flor del duranto

cinco pétalos lilas acompasan la muerte

el caer incesante de las flores oscuras

de Yemen, Congo, Bangladesh, Zimbahue…

¿Qué hay en el jardín sino sangre y savia

en la molienda de la Pachamama

sol que guía un sendero de hormigas

calor que hizo vibrar las bacterias azules?

Es el otoño de la madreselva

que vuelve a cantar fuera del tiempo

y anuncia en su aroma la agonía y las risas

del liquidámbar, que alfombran el suelo.

Generosa es la muerte de las hojas

la lluvia del dorado liquidámbar

que asume la forma de los médanos

ante el viajero de asombrados ojos.

El fundador de mi pueblo encandilado

vio los imposibles granos florecidos

tocó el corazón innumerable

y la riqueza oculta de su alma.

Llevo en mi carretilla una nación entera deshojada

que volverá a crecer del otro lado

semillas rojas de un imposible huerto.

Y pienso en vos, padre delirante,

que dejaste aquí tus huesos y tus músculos

mientras mis pasos rompen la pinocha

seca de tus bosques.

El árbol toma en sus ramas la guitarra

que perdió el aroma de las flores

pero no la música secreta de su hojas.

Crédulo el hombre se deja llevar por la madera

que es lluvia de manos en la brisa

y libre danza sobre las cuerdas húmedas.

Un ser sinfónico gotea

vaciándose de savias viejas

en el último otoño de su alma.

Lejana como una película

y cercana como una flor

la realidad pasa y tomo su aroma

y hago un ruido sobre la superficie

áspera del tiempo, estas líneas fluidas…

El tic tac del reloj y el rumor del mar

la armonía de la respiración y su oleaje

ardiente o manso acompasado abrupto

en los pliegues del sueño y en los sueños.

Cuando están frías las estrellas se alejan

en el aire transparente y sin viento

y hay sin embargo un ambiente

de familiaridad con la tierra.

Acaso el recogimiento de las flores

las acerque a los pétalos celestes

en una íntima quietud sin tiempo

que los ojos pueden juntar para dormirse.

Desde la cárcel evoco

la cárcel

y veo cuánto cambió.

El jardinero

la llenó de flores

un amor sorpresivo

la llenó de luz.

El cuerpo de tiempo fue

y quedaron las flores y la luz.

Yo también doy el tono

el sapo la ruda melancolía

la rana su festejo.

También quiero estar solo

con mi cuerpo

y abundar luego

en el otoño final

en el frío atardecer

con las camelias.

Nieve ardiente

el universo pasa y toca

su melodía impecable entre los pétalos:

lo que nadie esperaba que ocurriera

tan cerca del invierno.

Isla entre océanos, el continente flota

sostenido por su raíz de piedra

y el néctar que nunca probé se ofrece

en esta brisa de náufragos inmóviles.

Es claramente un gesto amoroso de la noche

el desvarío en la oscuridad de las estrellas

la manta que no tapa los pies

la cabeza que sale a respirar silencio.

Hasta los seres que amamos navegan

como fantasmas y con un parpadeo

se van descalzos a la luna, solitarios,

llevando en sus ojos nuestro amor.

Fuerza y valentía empujan tus pasos

en el bosque quemado y las cenizas

las camelias frías fulguran en el suelo

con sus bellas cabezas cortadas.

Así afrontan el invierno que llega

mientras avanza a remos esta isla

de costas interminables a tu mirada

y tu valentía es tu mástil y tu vela.

Seteado en modo solitario

el almendro se deja desnudar

y podar hasta sus ramas frágiles.

Luego su apariencia seca se deleita

con la luz que llega desde el este

y es la savia la que desea hablar.

Los múltiples arcos de sus brazos

recuerdan haberse derramado

en pétalos de nieve para un lejano amor…

Y esta memoria embellece cada

mutilación ocasional y empuja

la ilusión de otros amores inmortales.

Nos dejamos pulir y erosionar

por la verdad que el aire trae

al respirarnos y no empujamos

la brisa hacia ninguna parte.

Pasto lluvia cenizas la

dispersión que sucede

escribe el incesante

epitafio de la tierra.

Luego en la propia respiración

brotan las semillas inaudibles

un día se unen de nuevo

pastos, lluvias, cenizas…

La enredadera también es mi nombre

el nombre que me dieron

y trepa apretada uñas y dientes

por la piel rugosa del pino.

Soy miles de hojas renombradas

que pierden el verdor y luego caen

sin ruido sobre el pasto

anónimas páginas de un libro.

Soy las letras que vuelven al humus

solitarias, juntas, disgregadas.

Encuentro en el árbol

mis brazos

las largas piernas de mi amor

la invitación al viaje.

Recibir el reflejo

el rocío resplandeciente

de esta luna llena

la luz de no ser de este mundo.

Y así anclar para siempre aquí.

Descanso en el árbol

y despierto

mis ojos miran

a través de las hojas.

En el helado julio

brillante en el aire

la luz de la luna entra

aterciopelada y poderosa.

Al atardecer el zorzal emite su canto

en la intimidad del árbol deshojado

y dice lo que es y nos dice a todos

lo que buscamos está dentro nuestro.

Canto para ser, extrañado de mí

con una felicidad que no interesa

cuando amanece suelta su cascada lírica

y es un rayo más del sol desplegado.

Ahora suena su voz en un murmullo breve

que no pierde música ni gracia

se suelta en el aire y pasa al corazón

para afirmarse y hacer pie en el universo.

En este confín teje su telaraña

el mar, y la higuera empuja

desde abajo su retoño

con entusiasmo, cada uno

en  su centro: una mata de espuma

en la orilla

rápidamente la deshace la ola

y allá, donde estás vos

con tu fruto y tu savia

empujando tu raíz

esa flor de telas en la cual estás

cazando y sosteniéndote

hasta el venga, rápidamente, la ola.

La vi y palpitó en mi corazón

un ojo hacia mí

otro hacia el limonero

sobre la rama de una acacia

de Constantinopla, sin hojas ni flores.

Luego me dio la espalda

irisada de plumas la torcaza

me dedicó una danza extática

pata levantada, ala abierta al aire

picotazos suaves y mimosos.

Sin pliegues ni repliegues

en un frío de invierno

estuvimos entre dos ojos

entre el limonero de cuatro estaciones

y la ausencia de unas flores lilas

suficiente para comunicarnos

y abrazarnos esta mañana al sol.

Estos versos podrían ser rimas

me digo, y te abrazo, árbol

para sentir tus latidos, y podrá

la música de las palabras

ocupar un espacio en el tiempo

y te miro, árbol, para ver tus ramas

desiguales alzarse al cielo estrellado.

Arrimo mi oído a tu piel antigua

y busco adentro la fuerza que me falta

y le pido a tu savia que me empuje

silenciosamente a continuar desplegándome

cuando ya no sepa qué decir

y quede a partir de ahora

solo y aterrado a la intemperie.

Luz de octubre (Luce)

La uña de mi árbol

de arena concentrada

confronta al mar

dureza de antiguos caracoles.

De tanta ola rozándole

decidió no trabajar nunca

olvidó lo que sintió tanto

para oír el eco de su remoto origen.

Recordó el largo viaje

de sus granos de lluvia

por el espacio oscuro

fruto que se hizo flor en su copa.

Lo que llamamos yema

es una abrupta abeja

espiral en vía láctea repetida

libando y libando al tacto la ceniza.

Pétalos del mundo, lo que llamo falange

es sueño de asir el viento que nos toca

gusano en tierra fresca poros todos

abiertos al nutricio deleite.

Así bajo al valle de las palmas

conozco el verdadero océano

región de brujas, larga vida, exilio

junta de prana, leche, corazones.

Comenzar con los dedos del zapato

hubiera sido épico

tan lejanos como el páncreas o el hígado

o el mitológico intestino azul.

Aires cordilleranos de los dorsos

caparazones protectores, pulpos,

nudillos agresivos, expectantes, tensos,

plataforma del dardo de los dedos.

¡Cuánto de mí hay en vos, mano tocadora,

acariciadora, palpadora mano!

Sos mi rostro y mi cerebro sensible

constante en el mundo como la respiración o el latido.

La dureza no les sirve ya

de corcovo en corcovo inútiles

van los nudillos sin nadie

a quien golpear, cansados.

Ya pasaron del enojo, inútiles,

son dados a la caricia y al canto

libres de odio conviven con el dorso

como botes vacíos en extenso mar.

No era Teresita la culpable

mi piel no entendía y la suya

era una superficie extraña enviada

por mi tía para que me hiciera hombre.

Y no llegaban todavía a mis manos

las corrientes nerviosas, palabras y dedos

yacían ignorantes o ausentes

de no poder sentir ni  recibirte.

Pequeña niña usada y aturdida

lo mismo que mis manos

no sabías ni que había un espejo

donde mirarte y mirarme, dulce nada.

En el serenísimo eucaliptus vive ahora

y sueña conmigo que la lluvia llega

luego de la sed y abrazamos las raíces

que están aquí desde que se retiró el mar.

Anclado en distintos puertos

la mano quiere templar las cuerdas

de las constelaciones, abrir al viento

los ojos al hondo mar lejano.

Experiencia de estar rodeado por

los propios límites lo que soñaba

anoche las agendas de hoy las

zapatillas las compras los olvidos.

¡Qué ilusión la de que estabas

repitiendo un momento de ayer,

los pasos hasta la puerta de tu casa!

Manos ahora alas cruzan a tus brazos.

Escarabajos remontan el médano

hasta el codo

juncos en la llanura

se mecen haciendo olas.

Brazadas sobre la piel

avanzando en este río poroso

escarabajos trepan sumergidos

en la constelación del brazo.

También mi padre tenía el suyo

y mi madre blando blanco y

estas fisonomías nos igualan aquí

y en las tímidas galaxias.

Un poderoso giro, una gran expresión

de fuerza entre dos árboles floridos

y siento la preocupación por la frescura

del río malbec en las orillas, el gozo

que tememos, aunque fructifica en el ser

de aquí en la tierra, los estremecimientos

de la piel en las caricias, de los órganos

sedientos, hambrientos, al contacto.

Luces que van al codo disponible

al recodo, a la coda, al acodado

devenir que es aventura y orden

palanca que levanta el mundo.

Piedra pulida por las aguas nupciales

abrumado sol, oda del salerito antiguo,

paralelas columnas de energía

puente entre huesos y alas.

Aquí me afirmo en plumas

maestros ascendidos

manifestación de la esencia

frutos en rama eterna.

Y lentamente deslizo mis escamas

hasta perderme en la musgosa

axila hermafrodita

dulcísimo candor, hondura.

No tocado por pasión alguna

se yergue en su cúpula

tapando protegiendo el sensible

nido o seso o enramado pubis.

Cúpula él mismo, quizás,

umbrío, masculino, redondeado

guerrero de intemperie o insomne

vigía que espera ver el fuego.

Su cabellera, erguido firme

caballo en la llanura

constare, atlas de los mundos

equilibrio, gracia, nube en movimiento.

Camino por la línea de los pastos

a empoderarme y florecer en la cabeza

durazno picoteado por los pájaros

y a las cuatro el zorzal rompe el silencio.

En la nuca los incontables árboles

tranquilos laten a su ritmo

llega el alba y las palomas se mojan

silenciosas sobre las ramas altas.

Llueve y llueve y las ratuchas únicas

arremeten con himnos percusivos

vibrantes en la maraña de hojas…

El cerebro abre sus rayos

sale a respirar vive se expande

en la sangre de todos, caracoles

fríos del alba, babas, antenas infinitas.

Las ranas de mis venas bajan

y suben ardientes por el cuello

unánimes como peces del mar

que cantaran un himno de alabanza.

El cuerpo murmura el luminoso

asombro de caminar por su paisaje

milagro o magia de las células

fusión de lo grande y lo pequeño.

La gaviota en mi garganta

flota en el rugiente pecho

abismo entre rompiente y orilla

corrida por la perra, estremecida, mira.

Ella huele la belleza de la altura

quiere a saltos alcanzar esa voz

 diosa blanca que juega desde arriba

a salvarme viene, a lanzarme al mar.

Me despojo de las ropas

nado hasta ganar las aguas del naufragio

mar adentro hasta gastar las alas

semillas de fuego, nuevo nacimiento.

Pasto para las fieras

boca expuesta a los perros

mejillas al aire de los buitres

presas de cardúmenes voraces.

Pliegues de la frente acordeones

de música y un sentir nostálgico

de voces viajeras murmullos ecos

retornos por cavernosas narinas.

Inimaginables órganos autónomos

honduras superficies agujeros

del recóndito ser multiplicado:

nunca podrás vivir en las palabras.

Polución diurna, abecedario

de una dicha, tus encantos en

mi pecho ancho de mares

clara reina que es abeja nocturna.

Contar las letras que saltan en la boca

fuera del rebaño saltan

del cerco de los dientes huyen

papeles de gaviotas en el viento.

Cuando dije boca y era la noche

diurna algo estalló se hizo trizas

trazos vello incendiado de una

historia larga, de ahora mismo, de amor.

Asfixia todo la mediocritas reinante

el gordo soplo del sudoeste calla

hasta los pastos íntimos se valen

de su vigor para imponer su cólera.

Que al final en la conciencia abierta

es puro amor desplegado, elementos

más cercanos a la respiración del gran

planeta que también bajó por la garganta.

Se hizo río de tráqueas anilladas

abastecimiento de corazones y algas

festiva vida al expandir el ego

de sangre, huesos, sueños, despedidas.

Racimos de uvas en la barba

para que comas con tu boca hermosa

y se hagan dos cabezas de una

de fusión en la sed interminable.

Gozo de la cuarentena de cien días

repetir la  tormenta bienvenida alza

desde las tripas la soga de trepar

a un paraíso conocido y nunca visto.

En columpio que quiere volver a jugar

lenguas chupadas succiones indecibles

rastros huellas de un siempre volver

siempre nacer y repetir la estrella.

No me molesta la oscuridad del día

cuando pide salir de los oídos

el grito estruendomudo la bulla

que brilla intocable en muchas voces.

Piensa en no pensar y se desliza

hacia un nuevo morir nacer

que huele a algas de tu cuerpo

nariz que pide aromas fuertes!

En ensoñaciones que supe de vos

y me diste sin muchas palabras

cinco sentidos para oler por siempre

una dicha que viene de tu adentro.

Cuando las orejas aletean o vuelan

fuera del agua o del aire, libres,

celebran la calentura de sus vueltas

giros de saber oírte, gemidos.

Tomado por la espalda me envolví

en un tocarme trocarme desvirgar

los vacíos y hacer una distancia

para volver a unir donde querer.

Estar por siempre de nuevo en esos mares

los océanos tuyos que reparten las

cabezas los decires los sonidos que

habitan mis poemas, esta desnudez única.

Son las vértebras que quieren hablar

deslizarse sobre el canal de luz

que saben serpentear desde el altísimo

solar hasta la profunda tierra azul.

Es el decir que rompe, tira

bombas de sol big bang perpetuo

macedonios balbuceos bárbaros

de no empezar, no  nacer, o reencarnarse.

Vamos al juego de la espalda

hasta caer en el oscuro ano, hasta

perdernos y descargar los versos

para dormir entre serenos astros.

Al no redondear nunca solo queda

un agujero en la piedra una ventana

que siempre lleva a un más allá

imperceptibles huevos de caracol.

Se disimula en la lisura extrema

de esa superficie de la Creadora

tacto aterciopelado suavidad

amarilla, rodando desde el fondo.

Del mar viene y en redondeada belleza

nos muestra la misma imperfección

esa ranura que no está a primera vista

por la que nacen millones de poemas.

Lo digo de una vez: encontré al cíclope

en la orilla del mar, un caracol perfecto

que abrió su tercer ojo sin pudor

para ver por allí el resto de los mares.

Y fui yo el que sintió la mano

que me levantó del suelo

fui el que sintió la pequeñez

de esa concha llovida de colores.

Dura. Con el único ojo en medio

de su frente, cincelado por el agua

y le pedí que me arrojara de nuevo

al mar de donde vine, y donde habito.

El sol habla por las bocas del mar

tantos milenios compartidos

de luz al agua y a la espuma

estalla con brillos estruendosos.

Aunque la noche seguirá cantando

el mar sin sol entre sus ondas

ahora es puro brillo el sonido

cuando amanece en mis pestañas.

Yo miro al sol por el agujero

de una piedra y pesco, distrayéndome

para no mirar al dios de frente

que me extermine con un golpe de ola.

Las jóvenes dejaron a sus hijos

con las niñeras para tomar el sol

desnudas como antes de ser madres

y yo arrojo mi anzuelo hacia el profundo azul.

Muevo las algas de mi pelo

entre piedras, cangrejos y al garete

estamos aquí para la intensidad

para hacer fuego y quemarnos y dar luz.

Me deshabito para habitar el mar

recomienzo el oleaje,

lengua de la rompiente sabrosa

beso ardiente y amargo.

Primeramente fascinado por el mar

prendido luego a las formas que expulsaba

billones de datos que procesa el ojo

por segundo, pequeño sol, gigante luna.

Diminutas voluptuosidades, suspiros de colores

la vista hacia abajo minuciosa orfebrería

recorriendo las huellas el trabajo de manos

en infinitas fraguas…

Me costó después alzar la vista

y enceguecerme con los brillos del agua

ya está todo mostrado en sus fragmentos

la perla negra se quemará en las llamas.

Los pómulos, nalgas duras

dan a luz a mi nariz

para que huela el mundo

sin marearse, la alumbran.

Qué sonrosados duran tantos años

la vida entera en mí bajo los ojos

colinas entre valles vitales y

hondonadas de ver, de gustar, de oler.

Ni la movilidad de la mandíbula

ni el arco de triunfo de las cejas

ni siquiera el adorno de la barba:

pura intemperie, lucha, resistencia.

Los labios del mar tiemblan al atardecer

y nosotros permanecemos enlazados

durante años de amorosas algas

rodando en el lecho marino.

Tiembla el oleaje y se oscura

su vibración nocturna, pero nosotros

brazos de pulpos enlazados

en amor constante circulamos, abajo.

Nos llegan los ecos del temblor de orilla

cuando la luz se apaga en el oeste

pero ya quedó en nosotros el sol, el brillo

bajo el peso total del gran océano.

Si las palabras pudieran nacer

de las entretelas del cuerpo

y yo aceptar que renazco

de tus costillas, amor.

Si desde el sol irradia el mar

o en un susurro de las olas

soy una bella mitad sin tristeza

en el silencio o la soledad de la noche.

Entre las costillas la marea del lenguaje

sube y se muestra en brillos de agua

peces de versos alineados

escamas, gotas, vapores ascendentes.

Me arrojo al mar para sentir mis límites

no respiro bajo el agua me sumerjo

para no hablar más para escucharme

y que el shock me selle la epidermis.

El mentón se mueve para decirme

que no debo nada ni me deben nada

abrir la boca para besar y cantar

lo que el aire diga o murmure.                                 

Bruxismo como rocas que el mar gasta

hasta que no hay nada más que anotar

ni lápiz ni cuaderno solo espuma

que deja evanescente el mar al irse.

En últimas escalas de su tristeza se ahonda

el cangrejo retrocede con el anzuelo en la boca

amenazado y recogido en sus caparazones

urgándose los bigotes de miedo hipersensible

y solitario, en hiperbaba del crustáceo

del tórax, plato pulpo para ser comido

sorbido por las lenguas vivientes

tiene cada minuto un reto con la muerte.

Y no puede encontrar el hambre

que calma el oleaje.

La vida simple de una gaviota

la araña girando y deambulando

cerca de la orilla con sus patas húmedas

la abeja que agoniza y quiere libar el mar.

El acto creativo, solitario, del mar

lo salva de sí mismo

conoce las variantes infinitas

de lo que es igual y recomienza.

Los tonos variables de la ola

su arqueo, su melodía, matices

de la creación del mar constante

que lo salva de  la soledad y de la muerte.

Le hablé a mi amor por mi oído izquierdo

y la voz bajó hasta el ombligo y se hizo

flor y brotó y brotó en colores primavera

y mi ombligo se llenó de pájaros.

Le hablé después por mi oído derecho

y la voz subió a mis pelos para

convertirse en frutos pequeñas peras

mandarinas naranjas ciruelas picoteadas.

Por último hice silencio y me quité la ropa

y desnudo me interné en el mar

allí escuché a mi amor llegando a los oídos

de mis poros y fue todo más simple.

Toda la vida velándose a sí mismo

el mar cantó la endecha, el treno

insomne hasta que dejó de parpadear

cuando encontró su caja negra.

Allí había una lluvia de meteoros

que develan todos los secretos

de su propia muerte, mientras goza

de cardúmenes que las gaviotas comen.

Nos llegó el tiempo del AmarNacer

fin de la guerra, mar, ya soy tu piel

y entro y salgo de tus aguas. Tócame

con tus dedos corvos. Puedo retribuirte.