El mar en la poesía modernista

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Textos leídos en el encuentro del sábado 25 de febrero de 2023

Odio el mar

José Martí

Odio el mar, sólo hermoso cuando gime
del barco domador bajo la hendente
quilla, y como fantástico demonio,
De un manto negro colosal tapado,
encórvase a los vientos de la noche
ante el sublime vencedor que pasa:
y a la luz de los astros, encerrada
en globos de cristales, sobre el puente
vuelve un hombre impasible la hoja a un libro.
*
Odio el mar: vasto y llano, igual y frío
no cual la selva hojosa echa sus ramas
como sus brazos, a apretar al triste
que herido viene de los hombres duros
y del bien de la vida desconfía;
no cual honrado luchador, en suelo
firme y pecho seguro, al hombre aguarda
sino en traidora arena y movediza,
cual serpiente letal. También los mares,
el sol también, también Naturaleza
para mover al hombre a las virtudes,
franca ha de ser, y ha de vivir honrada.
Sin palmeras, sin flores, me parece
siempre una tenebrosa alma desierta.
*
Que yo voy muerto, es claro: a nadie importa
y ni siquiera a mí: pero por bella,
ignea, varia, inmortal, amo la vida.
Lo que me duele no es vivir: me duele
vivir sin hacer bien. Mis penas amo,
mis penas, mis escudos de nobleza.
No a la próvida vida haré culpable
de mi propio infortunio, ni el ajeno
goce envenenaré con mis dolores.
Buena es la tierra, la existencia es santa.
Y en el mismo dolor, razones nuevas
se hallan para vivir, y goce sumo,
claro como una aurora y penetrante.
Mueran de un tiempo y de una vez los necios
que porque el llanto de sus ojos surge
más grande y más hermoso que los mares.
*

Odio el mar, muerto enorme, triste muerto
de torpes y glotonas criaturas
odiosas habitado: se parecen
a los ojos del pez que de harto expira
los del gañán de amor que en brazos tiembla
de la horrible mujer libidinosa:
vilo, y lo dije: ?algunos son cobardes,
y lo que ven y lo que sienten callan:
yo no: si hallo un infame al paso mío,
dígole en lengua clara: ahí va un infame,
y no, como hace el mar, escondo el pecho.
Ni mi sagrado verso nimio guardo
para tejer rosarios a las damas
y máscaras de honor a los ladrones:
odio el mar, que sin cólera soporta
sobre su lomo complaciente, el buque
que entre música y flor trae a un tirano.

**

Sinfonía en gris mayor

El mar como un vasto cristal azogado
refleja la lámina de un cielo de zinc;
lejanas bandadas de pájaros manchan
el fondo bruñido de pálido gris.

El sol como un vidrio redondo y opaco
con paso de enfermo camina al cenit;
el viento marino descansa en la sombra
teniendo de almohada su negro clarín.

Las ondas que mueven su vientre de plomo
debajo del muelle parecen gemir.
Sentado en un cable, fumando su pipa,
está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país.

Es viejo ese lobo. Tostaron su cara
los rayos de fuego del sol del Brasil;
los recios tifones del mar de la China
le han visto bebiendo su frasco de gin.

La espuma impregnada de yodo y salitre
ha tiempo conoce su roja nariz,
sus crespos cabellos, sus bíceps de atleta,
su gorra de lona, su blusa de dril.

En medio del humo que forma el tabaco
ve el viejo el lejano, brumoso país,
adonde una tarde caliente y dorada
tendidas las velas partió el bergantín…

La siesta del trópico. El lobo se aduerme.
Ya todo envuelve la gama del gris.
Parece que un suave y enorme esfumino
del curvo horizonte borrara el confín.

La siesta del trópico. La vieja cigarra
ensaya su ronca guitarra senil,
y el grillo preludia un solo monótono
en la única cuerda que está en su violín.

Rubén Darío

**

El ojo azul

ÁRIDA roca junto al mar, no habías

Tenido nunca un ser blando en tus vetas.

Sabías que existías por el golpe

Del mar, pero eras cosa muerta y ciega.

Un día te creció sobre la dura

Cabeza pétrea, un ojo azul: pequeña

Corola fue, que te vivió unas horas

Tímidamente, en una fértil grieta.

Aves, el cielo, el mar, asi pudiste

Mirar un rato por la flor aquella:

Ojillo azul, que al apagarse, a poco,

Ya te dejó de nuevo ciega y muerta.

La flor, que era una cosa blanda y tenue,

Tuvo piedad de ti, golpeada piedra,

Y, ser muy dulce, te creció en el seno

A riesgo de morir, ¡para que vieras!

Alfonsina Storni

**

Atlántico


Océano que te abres lo mismo que una mano
A todos los viajeros y a todos los marinos:
Tan sólo para mí eres puño cerrado,
Para mí solamente tú no tienes caminos.

Jamás balanceará tu lomo milenario
La nave que me lleve desde esta tierra mía,
Ondulada y menuda, a las tierras que sueña
Mi juventud inmóvil y mi melancolía.

¡Ah! océano Atlántico multicolor y ancho
Cual un cielo caído entre el hueco de un mar:
Te miro como un fruto que no he de morder nunca
O como un campo rico que nunca he de espigar.

¡Ah! océano Atlántico, fiel leopardo que lames
Mis dos pies que encadenan el amor y la vida:
Haz que un día se sacien sobre tu flanco elástico
Esta ansiedad constante y este afán de partida.

Juana de Ibarbourou

**

El mar no es más que un pozo

El mar no es más que un pozo de agua oscura,
los astros sólo son barro que brilla,
el amor, sueño, glándulas, locura,
la noche no es azul, es amarilla.

Los astros sólo son barro que brilla,
el mar no es más que un pozo de agua amarga,
la noche no es azul, es amarilla,
la noche no es profunda, es fría y larga.

El mar no es más que un pozo de agua amarga,
a pesar de los versos de los hombres,
el mar no es más que un pozo de agua oscura.

La noche no es profunda, es fría y larga;
a pesar de los versos de los hombres,
el amor, sueño, glándulas, locura.

Idea Vilariño

**

Soneto del Amor navegante

Porque no está el Amado en el Amante
ni el Amante reposa en el Amado,
tiende Amor su velamen castigado
y afronta el ceño de la mar tonante.

Llora el Amor en su navío errante
y a la tormenta libra su cuidado,
porque son dos: Amante desterrado
y Amado con perfil de navegante.

Si fuese uno, Amor, no existiría
ni llanto, ni bajel, ni lejanía,
sino la beatitud de la azucena.

¡Oh, amor sin remo, en la unidad gozosa!
¡Oh, círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.

Leopoldo Marechal

**

El mar sigue adelante


Entre tanto guijarro de la orilla
  no sabe el mar
     en dónde deshacerse

¿Cuándo terminará su infernidad
   que lo ciñe
      a la tierra enemiga
        como instrumento de tortura
          y no lo deja agonizar
            no le otorga un minuto de reposo?

Tigre entre la olarasca
  de su absoluta impermanencia
    Las vueltas
      jamás serán iguales
        La prisión
          es siempre idéntica a sí misma

Y cada ola quisiera ser la última
  quedarse congelada
     en la boca de sal y arena
         que mudamente
           le está diciendo siempre:
              Adelante

José Emilio Pacheco

**

Parece que un navío…

Parece que un navío diferente
pasará por el mar, a cierta hora.
No es de hierro ni son anaranjadas
sus banderas:
nadie sabe de dónde
ni la hora:
todo está preparado
y no hay mejor salón, todo dispuesto
al acontecimiento pasajero.
Está la espuma dispuesta
como una alfombra fina,
tejida con estrellas,
más lejos el azul,
el verde, el movimiento ultramarino,
todo espera.
Y abierto el roquerío,
lavado, limpio, eterno,
se dispuso en la arena
como un cordón de castillos,
como un cordón de torres.
Todo
está dispuesto,
está invitado el silencio,
y hasta los hombres, siempre distraídos,
esperan no perder esta presencia:
se vistieron como en día Domingo,
se lustraron las botas,
se peinaron.
Se están haciendo viejos
y no pasa el navío.

Pablo Neruda

**

Bitácora

No conoce el arte de la navegación

Quien no ha bogado en el vientre

De una mujer, remado en ella,

Naufragado

Y sobrevivido en una de sus playas.

Cristina Peri Rossi

**

Selección de poemas, lectura con Graciela García:

*

Un cuerpo y otro cuerpo en el destierro

se enlazan.

¡Qué solos vibran juntos

en la belleza de la primavera

otoñal!

Juntos en un agua sueñan

lo que son y fueron

y esa misma ola es un hermoso sueño

que otra vez rompe

en la orilla.

*

La cama y el mar los paraísos

del poeta que mira el universo

por la ventana o el caracol hundido

en la respiración o el agua.

Vi el desierto del mar y el desierto

de la ciudad y eran lo mismo

estaban llenos o vacíos como una primavera

o un bosque de acacias o un invierno.

*

El deseo de correr

empuja al perro

tras las gaviotas.

Sabe que no las va a alcanzar

pero corre y

ya de noche

no ve si están realmente

pero las imagina y corre

tanto o más intensamente

que cuando las veía.

*

Tenso y bello es el mundo

que se abre y cierra como ola

se estira y brilla como nube

en ese mar profundo.

Elástico y duro el tiempo cruza

los ríos de la sangre

se transparenta en los tonos

de la piel.

Nace y muere el instante

y emerges de algún aire

con tu pelo de niña

tu cuerpo natural que ríe

y te escucho y te miro

por primera vez.

*

Vivo como en los viejos inviernos

reina la acacia de fibras torcidas

y aunque es el otoño ya se huele

un silencio largo que solo rompe el mar.

Iguales son las ramas y los huesos

nubes de humo sobre lentos hogares

médanos sembrados de pastos solitarios

y grandes casas yacen solitarias.

Vuelvo a ser el niño que flota

recostado bajo un frondoso pino

y mira entre las ramas las estrellas

el que vuela descalzo hacia la orilla.

*

Kabir me enseña que en cada ola

está todo el océano

y que el océano

las contiene a todas.

Esto hace fuertes mis brazos

cuando nado hacia la boya flotante

que me sirve de puerto.

*

Lo que viene no es cabeza demorada

ni la bella final en las paredes

es un alba que asoma con rosados dedos

y gargantas de zorzales encendidos.

No es lo que viene a llamar un pensamiento

que gravemente pesa sobre el mundo

sino una música que atraviesa todo

el aire posible cuando abro los ojos.

El mismo colibrí y otros y otros

que zumban ávidos de flores

y los árboles dueños de sí mismos

elevándose lentos hacia el cielo.

Y es también el rosa de tus manos

y tus mejillas que renacen sonriendo.

*

No menos bello que una flor

el bagre

me ruega que no lo vuelva al agua.

Quiere ser en mi sangre triturado

un río de hombre

habitarme como una llama blanca.

Yo le digo que sí con la mirada

y muerdo sus anzuelos

y en la orilla los dos nos devoramos.

*

Una sombra pasa por mi frente

esta mañana

sobre este mar inquieto.

Las gaviotas se alejan sombrías

y me quedo solo y muerto

sin sus alas.

*

Cangrejo Azul

(arte poética)

Solo y sexual entre las algas

de Punta del Diablo

y hermosas mujeres con hombres

generalmente feos

que no las merecen

y lindos homosexuales perfumados

y rústicas lesbianas tiernas

y cangrejos de pinzas azules

que entregan la vida

pero no sueltan la presa.

Heroicos, enamorados, enfáticos,

caen como yo caigo mutilados

en las ollas hirvientes de las musas

y ya son con las algas exquisitos buñuelos

marinos, verdes, azules y brillantes.

El rumor pindárico regresa

en las olas grises y me dice

que no consuma en un rincón oscuro

una vejez sin nombre

que lance mi carro al desigual combate

y no me prive de las cosas bellas.

(selección de Rosas del desierto, Deshojamiento y La belleza del mundo)

**

Poema de Anastasia:

A veces logro perderme en la familia de las cosas…

Le cantamos al mar nuestra poesía para que éste se empape de nuestras palabras

Y nos devuelva lo que alguna vez

creímos haber perdido

Mis casas se vuelven tuyas, te acogen

Se desvelan por ver tu amanecer

Y atardecen con tus despedidas

Antes de partir me dijiste:

«creo que estamos hechos de espuma de mar»

No me reconcilio con la idea de que migres a otros mares

Pensé que mi corazón era tu océano favorito

Y regreso, y regresas

A este testigo involuntario de azul infinito

Con los pies salados y la mirada agrietada

Para perdernos juntos,

esta vez

en la familia de las cosas…

**

Poema de Adriana:

El amor sabe guardar sus perlas

(Las protege de la invasión de las pasiones).

Duermen enterradas en la orilla

Como una carta que nadie puede abrir.

No quieren ostentar el brillo de sus sueños

Ni el eterno deseo de ser amadas.

Fueron sirenas ultrajadas por el mar

Que silenció su canto.

Las ostras

Descarnadas madres

No soportando su belleza

La sometieron a una dulce asfixia.

Se desprendieron con el impulso de la diáspora

Hacia el retablo donde moran los dioses

En triste humanidad.

Giran en el ruedo de las olas

Mirando cómo tauro hace sangrar a las estrellas.

Sienten que amar es disolverse en el océano

Siguiendo el rastro de un eterno ser.

Las perlas son pálidas princesas cuando nacen

Y reinas deslumbrantes en la ciega noche

(No hay cuentos que las vulneren).

Una ronda de lágrimas es el destino

De su destierro.

Liberarse es iluminar joyas umbrosas

En el albergue de las perlas muertas.

*

Homenaje a Tennesse  Williams, al cumplirse el 25 de febrero 40 años de su muerte.

Contar la vida

Después de acostarse por primera vez con alguien,

sin la ventaja o la desventaja de la relación previa,

es muy probable que la otra persona te diga:

háblame de ti, cuéntame tu vida, toda tu vida.

Y de buena fe piensas que realmente tiene interés

en conocer tu historia;

enciendes un cigarrillo y empiezas a contarla,

ambos ya descansados, desparramados sobre la cama

como un par de muñecas de trapo dejadas por una niña aburrida.

Le cuentas tu vida, o lo que el tiempo, o cierta prudencia

te permite contar, y oyes decir:

Oh, oh, oh, oh, oh,

hasta que el último oh es un sonido apenas perceptible,

y entonces, por supuesto, se produce una interrupción.

El camarero, que tardaba en llegar, aparece con un bol

de cubos de hielo que se derriten, o bien uno de ustedes

se levanta para orinar y contemplarse, con suave desconcierto,

en el espejo del cuarto de baño. Y entonces lo primero que adviertes

antes de que hayas tenido tiempo de retomar el hilo

apasionante de tu historia,

es que te están contando ya su propia historia,

tal como pensaban hacerlo desde un principio.

Y tú, a tu vez, también exclamas: oh, oh, oh, oh,

cada vez más débilmente, apenas un suspiro,

mientras el ascensor, hacia la izquierda, a mitad de camino del corredor,

exhala un último, largo y profundo suspiro de postración

y deja de respirar para siempre. ¿Luego?

Bueno, uno de ustedes cae dormido,

y la otra persona hace lo mismo con un cigarrillo encendido en la boca,

y así es como la gente muere incendiada en los hoteles.

Tennesse Williams

(En internet se encuentra el libro “En el invierno de las ciudades”, en pdf)

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