El mar en nuestra cultura

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La poesía y el mar

Textos de la charla del 1° de febrero de 2025. Quedaron pendientes las lecturas de los poemas de Oliverio Girondo… porque quienes estaban a cargo de la lectura no llegaron desde Buenos Aires por la congestión del tránsito… Eran los poemas Campo Nuestro y Euforia. También el poema de Héctor Blomberg La fragata Negra. Los publico al final de este texto.

“El mar en nuestra cultura”

*

Soneto XXI

Rota barquilla mía, que arrojada
de tanta envidia y amistad fingida,
de mi paciencia por el mar regida
con remos de mi pluma y de mi espada,

una sin corte y otra mal cortada,
conservaste las fuerzas de la vida,
entre los puertos del favor rompida,
y entre las esperanzas quebrantada;

sigue tu estrella en tantos desengaños,
que quien no los creyó sin duda es loco,
ni hay enemigo vil ni amigo cierto.

Pues has pasado los mejores años,
ya para lo que queda, pues es poco,
ni temas a la mar, ni esperes puerto.

Lope de Vega

*

Carmen IV

Aquel barquito que veis cuenta, oh huéspedes,

que él fue, de todas, la nave más rápida,

jamás trabada por el traidor leño

flotante. Bien con los remos volar

podía, si era necesario, bien

con las velas de lino.

Y niega que esto niegue la acechante

costa del Adriático, o las Cícladas,

y Rodas la noble y Tracia Propóntida

terrible o el furioso golfo Póntico,

donde, antes de barquito, fue un tupido

bosque: pues en la cima del Citoro,

con parlante crin, lanzó silbo hermoso.

A ti, Póntica Amastris, en boj rico

Citoro: afirma que fue conocido

por ti y que en su origen último sobre

tu altura se mantuvo firme; aguas

fueron las tuyas en que hundió sus palas.

Y desde allí portó a su señor, ora

viniera diestra o siniestra del alba

la llamada, por tanto mar soberbio;

ora hiriera Júpiter el velamen

con acción favorable.

Y no había hecho votos a los dioses

costeros, cuando de la mar llegó

por fin hasta este cristalino lago.

Pero esos tiempos pasaron y ahora

envejece en recóndita quietud,

dedicándose a ti, gemelo Cástor,

y también a ti, de Cástor gemelo.

Gayo Valerio Catulo

*

Niebla del Riachuelo

Turbio fondeadero donde van a recalar
Barcos que en el muelle para siempre han de quedar
Sombras que se alargan en la noche del dolor
Náufragos del mundo que han perdido el corazón

Puentes y cordajes
Donde el viento viene a aullar
Barcos carboneros
Que jamás han de zarpar
Torvo cementerio
De las naves que al morir
Sueñan sin embargo
Que hacía el mar han de partir

Niebla del riachuelo
Amarrado al recuerdo
Te sigo esperando
Niebla del riachuelo
De ese amor para siempre
Me vas alejando

Nunca más volvió
Nunca más la ví
Nunca mas su voz
Nombró mi nombre junto a mí
Esa misma voz que dijo adiós

Sueña marinero con tu viejo bergantín
Bebé tu nostalgia
En el sordo cafetín
Llueve sobre el puerto
Mientras tanto mi canción
Llueve lentamente sobre tu desolación

Anclas que ya nunca, nunca más han de elevar
Hordas de lanchones
Sin amarras que soltar
Triste caravana sin destino ni ilusión
Como un barco preso
En la botella del figón

Enrique Cadícamo/ Juan Carlos Cobián

*

Blues del barco abandonado

AQUÍ estoy desde el día en que varó la rosa.
Nadie podrá saber quién distrajo su rumbo.
Aquí fui destruyéndome y hoy, casi vuelto al árbol,
sólo la fiel madera permanece en su forma

La tempestad me trajo del pedrusco y el limo
que arrebaté al secreto de las aguas atroces.
Los náufragos partieron y el capitán, sin novia,
quedó en los arrecifes lejanos del olvido.

Cuando la luna saca mi mascarón a flote
la aventura vacía se puebla de recuerdos,
donde en el remolino de las ondas amargas
una paloma besa la frente de la noche.

Vuelvo a ver hondos puertos de carbón y de sal,
tiestos en la ventana del aduanero triste,
y oigo los acordeones que en los barcos de sombra
dicen dulces Italias en nostalgia de mar.

Vuelvo a ver marineros que cantan en las fondas,
deliciosos tatuajes con nombres de mujeres,
la cajita de música y el pontón fatigado
en donde el ángel vela su sueño de gaviota.

Vuelvo a ver horizontes de aldeas sumergidas,
lavanderas que lloran a los maridos muertos,
callejones con fondos de silueta de ahorcado
y el muelle, cuando atracan las ratas perseguidas.


He bordeado la isla de florida fragancia
la tarde en que me vieron pasar los pescadores.
Yo iba a recoger a sus hijos perdidos
en el feroz remanso que devoró la balsa.

Vencedor de la niebla, timonel del ojo astuto,
por los ríos famosos cargué placer y pena,
alegres contrabandos de amores fugitivos,
el jugador fullero y el leñador oscuro.

Ni los soles tremendos ni la bruma enervante
consiguen abatir mi esqueleto solemne.
Sólo turban la paz de mi prisión mecida
los asaltos furtivos de los niños salvajes.

Quisiera ser un puente, un andamio, un refugio
en la lluvia o el féretro de los exploradores.
No estar aquí tumbado, deshabitado, eterno.
Quisiera ser el arca del último diluvio.

A veces desde el tiempo, por la playa desnuda
viene Mary Celeste. Su adolescencia errante
bajo la Cruz del Sur se tiñe extrañamente
y me contempla, solo, desierto de la espuma.

Su clara aparición me hace amar esta orilla,
el otoño mojado y mi antigua congoja.
Entonces un albatros nace en alguna parte,
y se torna dorada mi magnífica ruina.

Raúl González Tuñón

*

Mascarón de proa

Fue en su origen sirena de pintado barroco

Y una larga rutina patinó su madera.

El tiempo fue borrando sus lilas y sus rosas

Y ahora allí arrumbada, desolada, sin barco,

Tiene algo de trágica corista envejecida

O extinta musicanta de bar de camareras

Que se llamara Mary Celeste o Anna Lee.

¿No estaría mejor dentro de una botella

Gigante y en la orilla dejado por descuido?

Allí recordaría al lírico armador

Del remoto astillero ya deshecho en la niebla

Que lo lanzó a la magia.

Y allí recogería como en los caracoles

La íntima resonancia de las ondas errantes,

La canción melancólica del viejo mar perdido.

Raúl González Tuñón

*

Al mar hay que decirlo

(fragmento)

al mar hay que decirlo

el mar es un hecho que el hombre no puede pasar

 por alto

hay que volverlo palabras

hay que hacer del mar

un sonido que te salga

de la boca

un dibujo de letras que te parta el corazón

ahora van a ver qué fácil

yo les voy a decir

el mar

uno va por el camino y de pronto el mar

sale del cielo para abajo

está duro liso cobrizo vertical

uno ve el mar y qué

es algo innecesario rebuscado

un mero color puro

con la tierra y el cielo bastaba para envasar la tarde

pero el camino se derrumba al mar

………………… ………. …………..  

¿para qué tanta agua si no podrías ahogar una gaviota?

¿qué te parece la república argentina

te acordás de Mariano Moreno?

pero el mar no responde

la quilla lo hiere lo saja

él opone magia blanca de espuma y recobra su respiración

     ondulante

……………………………………..

el mar es una especie de tierra benigna donde no tropiezo

una especie de viento muy fuerte que se ve

al agua la conozco con la boca y el cuerpo

respeta mi perfil mis tejidos más delicados

se deja doblar

     nos recibimos por entero

mar ya te voy entendiendo

algo como eso pero no tan largo

solo una sirena podría abreviármelo

(llorando entrecortadamente)

ah si yo fuera pez

ameba siquiera

(más esperanzado)

si me ahogara tal vez…

…el texto continuaba

en la próxima estrofa explicaba el mar completo

yo la escribí crispado sobre la proa

pero esa hoja se me voló al mar

                                                                      1955

[de «Espacio escrito»]

César Fernández Moreno (Buenos Aires, 1919-París, 1985)

*

Me voy al mar

a reconciliarme

con todos los que estén adentro

para que salgan afuera

y se vayan

tranquilos ellos

tranquilo yo

otra vez el cuenco de paz

Me voy al mar a reírme

para volverme rico

para hacer buenas

para ensañar como hacerlo

me voy a descifrar mensajes

porque me llaman

me voy a buscar piedras preciosas

a encender faroles

abajo de las olas

Alejandro Urdampilleta                                                                                                                                                                       

(incluido en Vagones transportan humo (2000) , llamado «Me voy al mar para ser el mar»)

*

No te salves
No te quedes inmóvil al borde del camino
No congeles el júbilo, no quieras con desgana
No te salves ahora ni nunca, no te salves
No te llenes de calma

No reserves del mundo solo un rincón tranquilo
No dejes caer los párpados pesados como juicios
No te quedes sin labios, no te duermas sin sueño
No te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo

Pero, si pese a todo no puedes evitarlo
Y congelas el júbilo y quieres con desgana
Y te salvas ahora y te llenas de calma

Y reservas del mundo solo un rincón tranquilo
Y dejas car los párpados pesados como juicios
Y te secas sin labios y te duermes sin sueño
Y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo
Y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas

Entonces
No te quedes conmigo

Mario Benedetti

*

No eran cadáveres

Eran muchos que querían volver

No iban a naufragar en las cenizas

en la ciénaga de la orfandad

Habían limado las espumantes olas

la materia del llanto

Habían aniñado su carne entre los huesos

para cambiar la suerte.

Querían salir por el desfiladero de las almas

sin que el mar fuera rojo

sin la vacuidad de la sangre

Habían deseado amasar el horizonte

con sus gélidas manos

y lubricarlo hasta parirlo

con su hambre sexual

Habían ansiado llegar a viejos

con sensual lucidez

y convertir sus escápula en alas

con cartílagos de piedra

escualos del aire.

Habían querido hablar el silencio con palabras inútiles

Como hacen los niños cuando juegan

Y partir sin irse

Sin cabalgar la lejanía.

Habían viajado hasta llegar a ser

Habían amado

Ser

Serían llevados por una tierna Muerte

parecida a las madres del regreso

por una Muerte demasiado niña

que dejara vivir.

Adriana Scheinin

*

Tu voz
interrumpe el mundo
y le da otra palabra. Ahora gira
en los silencios del sol. Tiene
mares y tu idea del mar
es más bella que el mar. Islas
que son cuando hablás y
se van cuando callás
a su isla que se hunde
en movimientos de mi vida
y un reloj finge que
nuestros cuerpos duermen.

Juan Gelman

*

CAMPO NUESTRO

Oliverio Girondo

Este campo fue mar

de sal y espuma.

Hoy oleaje de ovejas,

voz de avena.

Más que tierra eres cielo,

campo nuestro.

Puro cielo sereno…

Puro cielo.

¿De tu origen marino no conservas

más caracol que el nido del hornero?

No olvides que el azar hinchó sus velas

y a través de otra mar dio en tus riberas.

Ante el sobrio semblante de tus llanos

se arrancó la golilla el castellano.

Tienes, campo, los huesos que mereces:

grandes vértebras simples e inocentes,

tibias rudimentarias,

informes maxilares que atestiguan

tu vida milenaria;

y sin embargo, campo, no se advierte

ni una arruga en tu frente.

Ya sólo es un silencio emocionado

tu herbosa voz de mar desagotado.

¡Qué cordial es la mano de este campo!

Sobre tu tersa palma distendida

¡quién pudiese rastrear alguna huella

que revelara el rumbo de su vida!

Tus mismos cardos, campo, se estremecen

al presentir la aurora que mereces.

Une al don de tu pan y de tu mano

el de darle candor a nuestro canto.

¿Oyes, campo, ese ritmo?

¡Si fuera el mío!…

sin vocablos ni voz te expresaría

al galope tendido.

Estas pobres palabras

¡qué mal te quedan!

Pero qué quieres, campo,

no soy caballo

y jamás las diría

si tú me oyeras.

Por algo ante el apremio de nombrarte

he preferido siempre galoparte.

Ritmo, calma, silencio, lejanía…

hasta volverte, campo, melodía.

Sólo el viento merece acompañarte.

¿No podrá ni mentarse tu presencia

sin que te duela, campo, la modestia?

Eres tan claro y limpio y sin dobleces

que el vuelo de una nube te ensombrece.

¡Hasta las sombras, campo, no dan nunca

ni el más leve traspiés en tu llanura!

¿Cómo lograste, campo tan benigno,

asistir a los cruentos cataclismos

que describen tus nubes

y ver morir flameantes continentes,

inaugurarse mares,

donde jóvenes islas recalaban

en bahías de fuego,

con el vivo y remoto dramatismo

que recuerdan tus cielos?

Al galoparte, campo, te he sentido

cada vez menos campo y más latido.

Tenso y redondo y manso,

como un grávido vientre

virgen campo yacente.

Sin rubores, ni gestos excesivos,

—acaso un poco triste y resignada—

con el mismo candor que usan tus chinas

y reprimiendo, campo, su ternura,

—más allá del bañado, entre las parvas—

se te entrega la tarde ensimismada.

Pasan las nubes, pasan

—¿Quién las arrea?—

tobianas, malacaras,

overas, bayas;

pero toditas llevan,

campo, tu marca.

Dime, campo tendido cara  al cielo,

¿esas nubes son hijas de tu sueño?…

¡Cómo no han de llorarte las tropillas

de tus nubes tordillas

al otear, desde el cielo, esas praderas

y sentir la nostalgia de sus yerbas!

Lo que prefiero, campo, es tu llaneza.

Ya sé que tierra adentro eres de piedra,

como también de piedra son tus cielos,

y hasta esas pobres sombras que se hospedan

en tus valles de piedra;

pero al pensarte, campo, sólo veo,

en vez de esas quebradas minerales

donde espectros de muías se alimentan

con las más tiernas piedras,

una inmensa llanura de silencio,

que abanican, con calma, tus haciendas.

En lo alto de esas cumbres agobiantes

hallaremos laderas y peñascos,

donde yacen metales, momias de alga,

peces cristalizados;

peto jamás la extensa certidumbre

de que antes de humillarnos para siempre,

has preferido, campo, el ascetismo

de negarte a ti mismo.

Fuiste viva presencia o fiel memoria

desde mi más remota prehistoria.

Mucho antes de intimar con los palotes

mi amistad te abrazaba en cada poste.

Chapaleando en el cielo de tus charcos

me rocé con tus ranas y tus astros.

Junto con tu recuerdo se aproxima

el relente a distancia y pasto herido

con que impregnas las botas… la fatiga.

Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?

hasta encontrarlo dentro de uno mismo.

Siempre volvemos, campo,

de tus tardes con un lucero humeante…

entre los labios.

Una tarde, en el mar, tú me llamaste,

pero en vez de tu escueta reciedumbre

pasaba ante la borda un campo equívoco

de andares voluptuosos y evasivos.

Me llamaste, otra vez, con voz de madre

y en tu silencio sólo hallé una vaca

junto a un charco de luna arrodillada;

arrodillada, campo, ante tu nada.

Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,

te me vas, despacito, para adentro…

al trote corto, campo, al trotecito.

Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.

Entra y descansa, campo. Desensilla.

Deja de ser eterna lejanía.

Cuanto más te repito y te repito

quisiera repetirte al infinito.

Nunca permitas, campo, que se agote

nuestra sed de horizonte y de galope.

Templa mis nervios, campo ilimitado,

al recio diapasón del alambrado.

Aquí mi soledad. Esta mi mano.

Dondequiera que vayas te acompaño.

Si no hubieras andado siempre solo

¿todavía tendrías voz de toro?

Tu soledad, tu soledad… ¡la mía!

Un sorbo tras el otro, noche y día,

como si fuera, campo, mate amargo.

A veces soledad, otras silencio,

pero ante todo, campo: padre-nuestro.

“No eres más que una vaca —dije un día—

con un millón de ubres maternales”…

sin recordar —¡perdona!— que enarbolas

entre el lírico arranque de tus cuernos

un gran nido de hornero.

“Si no tiene relieve, ni contornos.

Nada que lo limite, que lo encuadre;

allí… a las cansadas, un arroyo,

quizás una lomada…”

seguirán —¡perdonadlos!— murmurando,

aunque tu inmensa nada lo sea todo.

Comprendo, campo adusto, que sonrías

cuando sólo te habitan las espigas.

Aunque no sueñen más que en esquilmarte

e ignoren el sabor de tus raíces,

el rumbo de tus pájaros,

nunca te niegues, pampa, a abrir los brazos.

Has de ser para todos campo santo.

Al verte cada vez más cultivado

olvidan que tenías piel de puma

y fuiste, hasta hace poco, campo bravo.

No te me quejes, campo desollado.

Cubierto de rasguños y de espinas

—después de costalar entre tus cardos—

anduve yo también desamparado,

con un dolor caballo en las costillas.

Recuerda que tus nubes se desangran

sin decir, campo macho, ni palabra.

Son tan grandes tus noches, que avergüenzan.

Si los grillos dejasen de apretarle

una sola clavija a tu silencio,

¿alcanzarías, campo, el delirante

y agudo diapasón de las estrellas?

Hasta la oscura voz de tus pantanos

da fervor a tu sacro canto llano.

¡Qué buenos confesores son tus sapos!

Nada logra expresar, campo nocturno,

tu inmensa soledad desamparada

como el presentimiento que ensombrece

el insomne mugir de tus manadas.

Vierte, campo, sin tregua, en nuestras

venas la destilada luz de tus estrellas.

Tu santa luna, campo solitario,

convierte nuestro pecho en un hostiario.

Déjanos comulgar con tu llanura…

Danos, campo eucarístico, tu luna.

¿A qué sabrán tus pastos

cuando logren, por fin, domesticarte

y en vez de campo potro desbocado

te transformes en campo endomingado?

Cómo ríen tus sapos, tus maizales,

con dientes de potrillo,

del candor con que todas tus ciudades,

no bien salen del horno,

ya ostentan capiteles, frontispicios,

y arquitrabes postizos.

Sólo soportas, campo, los aleros

que aconsejan vivir como el hornero.

Te llevé de la mano

hacia aldeas y rutas patinadas

por leyendas doradas;

pero tú sonreías, campo niño,

y yo junto contigo…

siempre, siempre contigo

campo recién nacido.

Tantos viejos modales resobados

y tanta historia

con tantas mezquindades,

desde la ausencia, campo, musitaban

tus ingenuos yuyales.

—¡Qué tierras sin aliento! —balbuceabas—.

Sólo produce muertos…

grandes muertos insomnes y locuaces

que en vez de reposar y ser olvido

desertan de sus tumbas, vociferan,

en cada encrucijada,

en cada piedra.

Los míos, por lo menos, son modestos.

No incomodan a nadie.

Y el eco de tu voz, entre las ruinas:

“Dadle muerte a esos muertos”, repetía.

¿Dónde apoyarnos, campo?

¡Ni una piedra!

Nada que indique el rumbo de tus huellas.

Persiste, campo nada, en acercarnos

la ocasión de perdernos… o encontrarnos.

Gracias, campo, por ser tan despoblado

y limpito de muertos,

que admites arriesgar cualquier postura

sin pedirle permiso a los espectros.

Muchas gracias por crearnos una muerte

de tu mismo tamaño y tan perfecta

que no deja ni el rastro de una huella.

Y mil gracias por darnos la certeza

de poder galopar toda una vida

sin hallar otra muerte que la nuestra.

Con sólo descansar sobre tu suelo

ya nos sentimos, campo, en pleno cielo.

—”¿Y si en vez de ser campo fuera ausencia?”

—”En mí perduraría tu presencia.”

Espera, campo, espera.

No me llames.

¿Por qué esa voz tan negra,

campo madre?

—”¿Es tu silencio mar quien me reclama?”

—”Ven a dormir a orillas de mi calma.”

Tú que estás en los cielos, campo nuestro.

Ante ti se arrodilla mi silencio.

*

La fragata negra

Héctor Pedro Blomberg

Dieciocho cañones por banda tenía

La fragata negra de Guillermo Brown:

No vieron las aguas de ríos y mares

Más bravo navío que el barco inmortal.

Sus puentes, que luego tiñeron de sangre;

Las líneas airosas del palo mayor;

El blanco velamen que amaban las brisas,

Y las carronadas brillando en el sol.

Arenas ardientes de Martín García,

Estrellas y soles del cielo oriental,

Espumas que vieron pasar la epopeya

Que nunca los hombres podrán olvidar…

Después de la gesta gloriosa del río

Las gentes dijeron, al verla zarpar:

“Va en busca de nuevas y heroicas hazañas:

¿No veis en el mástil la insignia de Brown?”

Entre tempestades surcaba el Estrecho,

Gallarda y airosa bajo el temporal;

Rabiosas espumas barrían el puente,

Mecían los sueños de su capitán…

Allá por el claro Pacífico inmenso

Seguían las naves del bravo Bouchard;

En aguas peruanas la flota española

Oyó el desafío del barco de Brown.

Al pie de los mismos cañones del puerto

Las naves iberas lograba rendir,

Y en otra mañana de fuego y de sangre

La fragata negra llegó a Guayaquil.

Fue la última hazaña. Las velas al viento

La vieron de nuevo las aguas del Sur:

Navega en demanda de mares remotos,

Allá en las Antillas bañada de luz.

Marinos ingleses arriaron entonces

La insignia gloriosa del palo mayor:

Miró el Almirante por la vez postrera

Su barco, y del héroe sangró el corazón.

En los entrepuentes contaban su historia

Los viejos marinos, así, al comenzar:

“Dieciocho cañones por banda tenía

La fragata negra de Guillermo Brown…”

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