BEETHOVEN Y “LA MÚSICA DEL MAR”

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Ayer me encontré casualmente en el Banco con un amigo músico –Roberto Farinola-. Comentamos la publicación on line de la novela y me dio gusto contarle que una de las experiencias felices del proceso de escribirla fue escuchar toda la obra de Beethoven. El disparador sucedió una tarde, a dos o tres días de la muerte de mi hermano Penaco, que como Fari y Beethoven, también era músico.

Yo estaba tirado en el sofá del living, fisurado por esa muerte temprana y repentina (el 7 de julio de 2001), y encontré entre los cd´s el concierto Nº 5, “Emperador”. Fue un shock, especialmente el segundo movimiento, un adagio, que interpretaba y purgaba el dolor y la confusión que yo sentía en ese momento. Alcancé a contarle esto a mi amigo mientras hacíamos cola frente a las cajas, pero cuando él me respondía con un magnífico elogio a Beethoven, lo llamaron y nos despedimos, con la promesa de seguir charlando. Pero yo ya quedé enganchado, como hablando solo, y al regresar a mi casa decidí escribir este texto. Espero que tanto él como el auditorio mundial lo lean como continuación de aquel encuentro. Es breve, porque lo que importa es la música.

García Márquez dijo que una novela es como un sueño: una trasposición de la realidad, una fantasía basada en fragmentos de la experiencia real. En “la música del mar” los fragmentos biográficos-reales son varios, entre ellos una frase que me dijo Saccomanno: “la pregunta es cómo conocemos más profundamente a la mujer, si estando poco tiempo con muchas, o mucho tiempo con la misma”. Es una sentencia sobre el “enigma femenino”, que tanto nos desvela. Otro fue la experiencia de meditación grupal que tuve durante algunos años, un auténtico despertar de la conciencia, con lo verdadero acerca de nuestra condición de seres cósmicos, pero también con lo humano y “demasiado humano” de las luchas de egos e internas, que siempre surgen. Otro fue el hecho policial ocurrido hace años en Pinamar: el hallazgo de los cuerpos de dos niños adentro de una heladera abandonada, un episodio trágico que, ligado a otro ficcional –el golpe a Julia-, dispara en la novela una suerte de subtrama policíaca. Estos fragmentos son algunas de las líneas de tensión, hilos que, trasformados y acrecentados en direcciones de ficción y creación, forman el entramado de la novela. Pero, como ya dije, el principal de estos restos diurnos, de estos fragmentos, es la búsqueda a través de la música de Beethoven de una verdad que esté más allá de todo, incluso de la muerte. Búsqueda representada también por los enigmas de la sexualidad, la religiosidad, la violencia, la locura, los malentendidos, las culpas, las cuentas pendientes con los seres que amamos, en fin: la maravilla y la paradoja que somos en cuanto seres de luz y de sombra.

Así que, acabada –por ahora- la charla en forma de monólogo, les recuerdo que los capítulos se actualizan martes y viernes, y que mi intención es publicar a continuación las otras dos novelas de la trilogía –El rumor del agua y El silencio del mar-, para luego editarlas en formato libro. Ahora les dejo el adagio, que expresa lo que no pueden las torpes palabras. ¡Abrazo!

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