Con la presencia del profesor Arturo Álvarez Hernández, titular durante más de cuarenta años de la cátedra de lengua y cultura latinas en la Facultad de humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, desarrollamos la segunda charla de La poesía y el mar de este verano.
En primer lugar, completamos con un poema de mi libro Navegaciones la charla del sábado 7, y luego leímos algunas Elegías de Propercio (Roma, siglo I AC), sobre la Navigium amoris, tópico de la navegación del amor, o del amor como navegación (con sus diversas variantes).
En la segunda parte de la charla, Arturo leyó poemas de Horacio (Roma, siglo I AC), en latín y español, y presentó a los estudiantes que cursan en la facultad, con los que formó un coro que ejecuta poemas latinos musicalizados, tanto del mencionado Horacio, como de Catulo y Virgilio.
¡Una experiencia originalísima que se remonta a las raíces de nuestra cultura!
Van los textos completos leídos el sábado 14.
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Propercio: Elegía II. 12
Descripción de Amor
(fragmento)
Quienquiera que fuera el que pintó a Amor como un niño
¿no crees que tuvo una mano extraordinaria?
Este mismo añadió no en vano alas ligeras como el viento
E hizo que el dios pudiera volar desde el corazón humano
Ese fue el primero que vio que los amantes viven sin sentido
y que grandes bienes se estropean por locas pasiones
pues es evidente que somos zarandeados por olas de aquí para allá
y el viento que nos sacude no permanece en ningún lugar
Y con razón su mano está armada con saetas afiladas
y una aljaba de Cnosos cuelga de sus hombros
pues hiere antes de que a salvo veamos al enemigo
y nadie se marcha indemne de aquella herida.
*
Propercio. Elegías.
I. 11. – Estancia de Cintia en Bayas
¿Por ventura algo te falta, Cintia, en pleno centro de Bayas,
por donde se extiende la senda de Hércules a lo largo de la costa?
Y, mientras admiras, sometidas hace poco al reino de Tesproto,
las aguas próximas del conocido Miseno,
¿penetra en tu corazón el cuidado de hacer comparecer noches que se acuerden de mí?
¿Por ventura algún rincón queda en el extremo de tu amor?
¿Acaso algún rival que desconozco, fingiendo las llamas de una pasión,
te ha quitado, Cintia, de mis poesías de amor?
¡Ojalá más, confiada a remos pequeños,
una muy pequeña barca te detenga en el lago Lucrino,
o te sujete encerrada en la ola débil de Teutras
la cómoda linfa para ceder al remar con ambas manos,
antes que tengas tiempo de oír cariñosos susurros de otro,
dulcemente bien dispuesta en el silencioso litoral!
Como suele dejarse llevar mi amada, cuando el guarda alejado está,
pérfida y sin recordar los dioses que nos son comunes;
no porque no eres para mí reconocida por tu bien probada fama,
sino porque en este lugar todo amor es temido.
Me perdonarás, pues, si algo triste te traen mis libritos:
la culpa será del miedo.
¡Ah, para mí no sería más importante la custodia de mi querida madre,
ni sin ti mi vida tendría sentido alguno!
Tú eres mi única casa, tú, Cintia, mis únicos padres,
tú todos los tiempos de mi alegría.
Ya triste venga yo, ya, por el contrario, alegre con mis amigos,
como quiera que esté, diré: «Cintia la causa fue.»
Tú ya, cuanto antes, abandona la corrompida Bayas:
esas playas ocasionarán el divorcio a muchos,
playas que han sido enemigas para las castas doncellas:
¡ah, desaparezcan las aguas de Bayas, acusación del amor!
*
II. 26.
Temores de Propercio
(Fragmento)
Te he visto en sueños, vida mía, en un naufragio
mover tus cansadas manos por las espumas jonias,
reconocer lo mentirosa que habías sido conmigo
y no poder ya levantar el pesado cabello del agua,
como Hele sacudida por las purpúreas olas,
cuando la oveja de oro la transportó sobre su tierna espalda.
¡Cómo temí que acaso el mar tomara tu nombre
y el marinero, al surcar tus aguas, te llorara!
¡Cuántas promesas hice entonces a Neptuno, cuántas entonces a Pólux
y a su hermano Cástor y cuántas a ti, Leucótoe, ya una diosa!
Tú, en cambio, sacando apenas la punta de los dedos del abismo,
a punto ya de morir, invocas sin cesar mi nombre.
Y si acaso Glauco hubiera visto tus ojos,
te hubieras convertido en ninfa del mar jonio,
y las Nereidas te hubieran increpado por envidia,
la blanca Nesea y la cerúlea Cimótoe.
Pero vi a un delfín que corría en tu ayuda,
el que, creo, había llevado antes a Arión y su lira,
e intentaba yo ya lanzarme desde lo alto de una roca,
cuando el miedo me despertó de esas pesadillas.
*
Versión original en latín
VIDI te in somnis fracta, mea vita, carina
Ionio lassas ducere rore manus,
et quaecumque in me fueras mentita fateri,
nec iam umore gravis tollere posse comas,
qualem purpureis agitatam fluctibus Hellen,
aurea quam molli tergore vexit ovis.
quam timui, ne forte tuum mare nomen haberet,
atque tua labens navita fleret aqua!
quae tum ego Neptuno, quae tum cum Castore fratri,
quaeque tibi excepi, iam dea, Leucothoe!
at tu vix primas extollens gurgite palmas
saepe meum nomen iam peritura vocas.
quod si forte tuos vidisset Glaucus ocellos,
esses Ionii facta puella maris,
et tibi ob invidiam Nereides increpitarent,
candida Nesaee, caerula Cymothoe.
sed tibi subsidio delphinum currere vidi,
qui, puto, Arioniam vexerat ante lyram.
iamque ego conabar summo me mittere saxo,
cum mihi discussit talia visa metus.
*
Horacio, Odas, 1, 11
Tú no indagues –vedado está saberlo– qué fin a mí o a ti,
Leucónoe, los dioses quieran darnos, ni sondees los números
babilonios. ¡Vale más aceptar aquello que ha de ser!
Ya sean muchos inviernos los que Júpiter nos conceda, o el último
éste que vemos contra opuestas rocas quebrantar el oleaje
tirreno, sé sensata, filtra el vino y a un breve espacio ajusta
esa larga esperanza. En tanto hablamos habrá huido envidiosa
la edad: cosecha el día, y no confíes mucho en el que vendrá.
(Trad. de Alejandro Bekes)
*
Horati carminum 1,11
Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. Ut melius quicquid erit pati,
seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare Tyrrhenum: sapias, vina liques et spatio brevi
spem longam reseces. dum loquimur,fugerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.
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Horati carminum 2, 10 (estrofas sáficas)
Más cabal vivirás si no persigues siempre, Licinio, la alta mar, ni buscas, por miedo a la borrasca, demasiado la ingrata costa. Quien prefiere el dorado justo medio, seguro evita de un ruinoso techo la sordidez, y sobrio, el envidiado palacio evita. Más agita al enorme pino el viento, y con ruina mayor caen las torres excelsas, y a los montes más altivos elige el rayo. El pecho bien dispuesto, en la hora adversa espera, en la feliz teme otra suerte. Inhóspitos inviernos manda Júpiter y él se los lleva. Si algo está mal, no lo estará mañana; despierta Apolo a veces con su cítara a la Musa callada, y no está siempre tenso su arco. Muestra a la adversidad ánimo fuerte, y sabe replegar, cuando los vientos parezcan demasiado favorables, la henchida vela. Trad. de Alejandro Bekes * Rectius vives, Licini, neque altum semper urgendo neque, dum procellas cautus horrescis, nimium premendo litus iniquum. Auream quisquis mediocritatem 5 diligit, tutus caret obsoleti sordibus tecti, caret invidenda sobrius aula. Saepius ventis agitatur ingens pinus et celsae graviore casu 10 decidunt turres feriuntque summos fulgura montis. Sperat infestis, metuit secundis alteram sortem bene praeparatum pectus. Informis hiemes reducit 15 Iuppiter, idem summovet. Non, si male nunc, et olim sic erit: quondam cithara tacentem suscitat Musam neque semper arcum tendit Apollo. 20 Rebus angustis animosus atque fortis appare; sapienter idem contrahes vento nimium secundo turgida vela. |
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Catulli carminum 34 (estrofas de versos glicóneos)
Catulo, Himno a Diana Estamos, niños y niñas, bajo la fe de Diana, castos niños y doncellas, cantemos a Diana. Tú, la hija de Latona, del gran Júpiter prosapia, junto a un olivo de Delos pariéronte alta, para ser reina del monte, de los bosques que verdean, de los sotos escondidos, y el río que suena. En su dolor las que paren Juno Lucina te llaman, y Trivia potente y Luna por tu luz bastarda. Tú, diosa, que en mensual curso mides el viaje del año colmando de fruto el techo del hombre del campo, seas santa con el nombre que te plazca y, como sueles, sé con el pueblo de Rómulo benéfica siempre. Trad. de Manuel Rodríguez Tobal * Catulli carminum 34: carmen Dianae Dianae sumus in fide puellae et pueri integri. Dianam pueri integri puellaeque canamus. O Latonia, maximi magna progenies Iovis, quam mater prope Deliam deposivit olivam, montium domina ut fores silvarumque virentium saltuumque reconditorum amniumque sonantum. Tu Lucina dolentibus Iuno dicta puerperis, tu potens Trivia et notho es dicta lumine Luna. Tu cursu, dea, menstruo metiens iter annuum, rustica agricolae bonis tecta frugibus exples. Sis quocumque tibi placet sancta nomine, Romulique, antique ut solita es, bona sospites ope gentem. |
Horati carminum 2, 19 (estrofa alcaica)
Yo he visto a Baco en las ocultas rocas (creedme, venideros) enseñando sus canciones a Ninfas muy atentas; y a Sátiros caprípedos que aguzaban, astutos, sus orejas. ¡Vítor! Aún por el pavor reciente trémulo estoy, mientras, del dios henchido, confuso gozo el corazón me turba, ¡Vítor! Perdón, oh Baco; perdón, oh dios del temeroso tirso. Gracias a ti, cantar puede mi lira el sagrado furor de las Bacantes, fuentes de vino, arroyos de dulce leche, y mieles aromadas que manan, a placer, de huecos troncos. Y canto la diadema de tu esposa, que a los astros se suma y embellece; la mansión de Penteo, transformada en miserable ruina, y de Licurgo la espantosa muerte. Tú enfrenas ríos y los mares domas, y, embriagado en las cimas solitarias, impunemente anudas con víboras horribles los cabellos de tus sacerdotisas de la Tracia. Tú, cuando la sacrílega cohorte de los Gigantes escaló el Olimpo (reino del padre Júpiter), a Reto destrozaste sañudo, con garra de león y diente fiero; y aunque se te creyera sólo apto para danzas y juegos y donaires, y no para la lucha, tú supiste, como en la paz con gracia, con tu brío en la guerra señalarte. El fatídico can, alucinado por tu cuerno de oro, mansamente te vió salir de su mansión funesta; y, moviendo la cola, te lamió pierna y pie con sus tres lenguas. * Trad. Bonifacio Chamorro ++ Horati carminum 2, 19 Bacchum in remotis carmina rupibus vidi docentem, credite posteri, Nymphasque discentis et auris capripedum Satyrorum acutas. Euhoe, recenti mens trepidat metu 5 plenoque Bacchi pectore turbidum laetatur. Euhoe, parce Liber, parce, gravi metuende thyrso. Fas pervicacis est mihi Thyiadas uinique fontem lactis et uberes 10 cantare rivos atque truncis lapsa cavis iterare mella; fas et beatae coniugis additum stellis honorem tectaque Penthei disiecta non leni ruina, 15 Thracis et exitium Lycurgi. Tu flectis amnes, tu mare barbarum, tu separatis uvidus in iugis nodo coerces viperino Bistonidum sine fraude crinis. 20 Tu, cum parentis regna per arduum cohors Gigantum scanderet inpia, Rhoetum retorsisti leonis unguibus horribilique mala; quamquam, choreis aptior et iocis 25 ludoque dictus, non sat idoneus pugnae ferebaris; sed idem pacis eras mediusque belli. Te vidit insons Cerberus aureo cornu decorum leniter atterens 30 caudam et recedentis trilingui ore pedes tetigitque crura. |
*
Catulli carminum 3 (endecasílabos falecios)
¡Lloren las Venus, ay, y los Cupidos, y lo que hay de personas más sensibles! Ha muerto la avecilla de mi amada. Avecilla, delicia de mi amada, a quien más que a sus ojos ella amaba, porque era dulce y a la dueña suya, como niña a su madre, la entendía; de su regazo nunca se alejaba, sino que aquí y allá saltando en torno, sólo a su dueña siempre le piaba. Hoy va por un sendero tenebroso allá, de donde –dicen– nadie vuelve. A Ustedes maldición, malas tinieblas del Orco, que lo bello se devoran: ¡tan hermosa avecilla me arrancaron! ¡qué maldad! ¡avecilla, ay, pobrecita! ahora a mi pequeña por tu causa el llanto le enrojece los ojitos. * Lugete, o Veneres Cupidinesque, et quantum est hominum venustiorum: passer mortuus est meae puellae, passer, deliciae meae puellae, quem plus illa oculis suis amabat. nam mellitus erat suamque norat ipsam tam bene quam puella matrem, nec sese a gremio illius movebat, sed circumsiliens modo huc modo illuc ad solam dominam usque pipiabat. qui nunc it per iter tenebricosum illuc, unde negant redire quemquam. at vobis male sit, malae tenebrae Orci, quae omnia bella devoratis: tam bellum mihi passerem abstulistis o factum male! o miselle passer! tua nunc opera meae puellae flendo turgiduli rubent ocelli. |
Trad. de A. Álvarez Hernández
*
Verg. Aen. 1, 1-11: Proemio de la obra [Hexámetros dactílicos]
Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris
Italiam fato profugus Lavinaque venit
litora, multum ille et terris iactatus et alto
vi superum saevae memorem Iunonis ob iram,
multa quoque et bello passus, dum conderet urbem 5
inferretque deos Latio, genus unde Latinum
Albanique patres atque altae moenia Romae.
Musa, mihi causas memora, quo numine laeso
quidve dolens regina deum tot volvere casus
insignem pietate virum, tot adire labores 10
impulerit. tantaene animis caelestibus irae?
*
Virgilio, Eneida. 1, 1-11: Proemio de la obra [Hexámetros dactílicos]*
Guerras y un hombre canto, que de las costas de Troya fue el primero
en llegar, huyendo por el hado, a Italia y a las playas lavinas;
arrojado aquel, una y otra vez, en tierra y alta mar,
por la violencia de los celestiales, a causa de la ira memoriosa de la cruel Juno;
y que mucho también soportó en la guerra, a condición de fundar una ciudad
y de radicar sus dioses en el Lacio; de allí la estirpe latina,
y los padres albanos y las murallas de la elevada Roma.
Musa, recuérdame las causas, por qué ofensa a sus designios
o dolida por qué, la reina de los dioses a un hombre
insigne por su piedad empujó a sufrir tantas vicisitudes,
a enfrentar tantos trabajos. ¿Puede haber tanta ira en almas celestiales?
Traducción de A.Á.H.
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Navegaciones
(2004)
Poema 4
El mar abre su ser con su palabra oceánica
“Yo soy”, dice en su estruendo labial o sibilante
y su voz no es la conciencia asombrada,
dolorida y llana de la infancia.
Toda vida dulcemente perdida canta
y en la desnudez su lengua se desata
para mostrar el luminoso desperdicio:
lo que queda después del “vivir”.
El canto del mar embriaga
y disuelve el mundo de las formas
en la fugacidad de las rompientes
vibrando para los oídos sutiles.
Un coro irregular sobre medusas
revueltas corrientes de espumas y vientos
señalando la ruta de la luz
con su gorjeo elemental interminable.
Navego ciego y vidente hacia los brillos
pero el precio no es mi destrucción,
la brújula blanca en el centro del pecho
se exalta alrededor del arcoiris.
Hablan las olas en un idioma antiguo,
el mar se enciende y embarca
diciendo su pasión desmesurada,
la medida de su prisión terrestre.
Amarrado al puerto del planeta
equilibrando el mundo
el mar cumple su destino y espera
su hora celestial.
Nuestra hermandad es profunda
también Dios lo mira y lo sostiene
en la palma de su mano,
también respira quemando sus soles.
También el coro de sus ángeles húmedos
-se escuchan graves, agudos, infinitos-
armonizan con lejana música de estrellas,
con el cercano cielo rojo.
Ellos lo habitan en la noche y el día,
ponen palabras azules en su boca
para que no sufra el desconcierto del vacío,
lágrimas de provisión caen sobre sus labios.
Yo me dejé llevar por el oleaje
hacia la completud de mi carne perdida
en el desasosiego de un tiempo terrestre
mi corazón como un velero iluminado.
Y vengo de morirme en siete cielos
manchado por la sangre del padre
-ahora no sé si manchado o bendecido-
por la cruz de la muerte y del calvario.
Y traigo un deseo de infancia
y un pico de paloma
y leche de sapos malheridos
y un ojo de gato agujereado.
Las palabras del mar ya no eran muerte
ni el luto melancólico del ave enamorada
que escuchó el Maestro: era otra
la canción que deshilaba el aire.
Sinfonía de un instante, no más,
apenas un rumor de aquel otro reino
que envuelve nuestras olas, un indicio certero
como vuelo de pez, como baile de alga.
Después de atravesar las obediencias
llegué deseoso de locura
anhelante de abismo y desorden
brillante, de lógica celeste y dioses fríos.
Hasta la estrella que cayó en tu frente
claramente vista en la ventana
como un ángel de infancia
derramando luz en nuestras sábanas.
Estrella bautismal de frutas de tu vientre
receptivo y rosado, estremeciéndose
como un rayo que rompe en el cielo
y se disipa.
Se encienden las luces de los cuartos
se apagan los motores.
Solo el molino incesante del mar
repite y sostiene su canción de cuna.
(Navegaciones es uno de los poemarios incluido en mi libro «El mar en todo», publicado en 2013)
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