tapa_el-mar-en-todo_

(Obra poética 1981-2009)

Arte de tapa: Mariel Galarza

Publico a continuación el libro completo, con sus nueve poemarios.

Respiraciones y estrellas

(1981-1988)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Inicial

Sereno.

Con el mismo racimo

y otra primavera.

Locura, ventanas, altura.

Saliendo, despierto al mar.

¿Qué vino dulce, amargo,

quemará mis labios esta vez?

Una delgada,

una íntima

lluvia de oro

está cayendo,

y siempre

sus hilos recorren mi cuerpo

de la cabeza a los pies,

y tejen,

tejen,

armando otra vez la vida.

 

Belleza

Más hermoso que Dios,

el niño duerme.

Cinco meses de vida fueron

un incesante amanecer,

todo claridad!

Y duerme,

más hermoso que Dios,

más hermoso que el rostro desconocido de Dios.

 

 

Móvil con gatos

Las formas crean la vida

señales a su alrededor

vibraciones que generan

un alma.

Mirándolos atentamente,

en el silencio,

 

Noche de Domingo

Agosto humedeció la luna

y su rocío o sus lágrimas hicieron flores

en el ciruelo

embelleciendo

la trágica o serena soledad de las calles.

Anochecía en las primeras corolas,

anochecía en las ventanas…

 

 

Sueño

El árbol duerme, respira,

sereno en su raíz.

Los días lo acunan, lo agitan,

lo afean

los inviernos

y al fin el sol lo sana.

Como nunca supo

qué hay detrás de aquel monte

se ha echado a dormir.

 

Riomar

A Juan.L. Ortiz

El mar es un espejo profundo, múltiple, oscuro.

El río, una vena que atraviesa la tierra.

Frente al mar, adolescente, soñé con mis mundos

y estuve solo,

con mis márgenes desdibujados por la niebla.

Dicen que acercando el oído a la piel del río

se escucha, en las noches, lejano,

latir un corazón.

 

 

Amanece

Dos párpados como dos planetas

sin órbita, cayendo.

Convocado a vivir,

el sol se suelta.

Estiramos los brazos y los dedos

sobre el horizonte.

 

 

Sucede

Si uno espera,

se asoma,

pregunta,

el colibrí aparece.

En un arbolito desgreñado,

con flores blancas,

lo oyes,

lo ves libar,

bailar,

 

 

Certeza

Hijo, tu vida es un misterio

y yo, que soy tu padre,

no sé quién soy, ni qué soy,

Pero en tu vida se duplico el enigma.

Tal vez seas la forma de una ola

de mar, tierra, sombra o luz,

y yo sea una ola apenas más antigua

y entre nosotros brille tan sólo

el fulgor de un accidente,

de una ley que nos iguala

y que no me da derechos,

mientras abunda un rocío constante que lleva tu nombre.

 

Nocturno

Hay frío y soledad y cielo

y silencio llovido por los grillos

y sombras temblorosas

y un planeta de estrellas.

Hay un calor sereno, hay un vino dormido

y ese olor triste que traía el mar

y un abismo de bocas

y ranas,

lejos,

 

Gorrión muerto entre flores

El gorrión se complació con la muerte

y la tierra lo amó como si fuera rocío.

Eran terribles sus alas secas como hojas

y su cabeza abierta capullo incendiado por la sangre.

La mañana se conmovió con mi muerte

él estaba en el ciego silencio y no sufría.

La tierra lo bebía con gozo, lentamente,

como a un fruto caído de cualquier árbol.

El dulce aroma de las fresias

brotaba también de su pecho.

 

Negación

Las hojas del ciruelo se empaparon de sangre

y la sangre se detuvo en un color morado

desatando una tragedia de flores rosadas.

¡Qué orden admirable de dramas y de dichas

cuando es sábado y un hombre y una mujer se besan

como pájaros entre espesas ramas y ascienden!

Está pleno setiembre, y en su estallido cálido,

se cubren de hojas moradas las mañanas

y no es tan fácil no tener destino.

 

Fábula

Por el amor de las enredaderas

los pinos estiran sus brazos

y los agobia la excesiva ternura

y la tibieza apasionada del amante.

La luna tropieza con las ramas grises

y mira tristemente

el condenado y heroico amor

de las criaturas de la tierra.

Paisaje

El medallón del cielo cae hecho cenizas

y hace un pozo de claridad en la noche

sobre el lago quieto de mi sangre dispersa.

Reúno la vastedad como la estrella al fuego,

concentro en mi unidad el eje de la tierra,

el temblor vertical y ciego de la noche.

Grito al oído húmedo del aire,

abrumo a los árboles que aguardan el día,

vuelco mi cerebro extendido en rocío.

Es alta y ancha la magnitud del alma

que cruza como un caballo el horizonte

y como un búho abre los ojos fijos.

La vida corre en arroyos hacia el mar,

la humanidad balbucea en una niña enferma,

en el campo arden abandonadas las hogueras.

 

Álamo

El alivio del álamo en el cielo,

voz de la tierra inclinada hacia el mar

fina seda de hojas conjurando llantos

y un rumor de savia que circula en el viento.

Tibio algodón verde sobre madera luna,

entrañable altura de mi primera muerte,

bajo el sol de noviembre, en la edad

del silencio, de la huida en soledad y arena.

Siempre el alivio del álamo, siempre

campanas, párpados cerrados, abiertos,

y ondulantes olas bajo el mar

del cielo, y un cardumen en llamas.

¡Posesión o exilio entre nubes huyendo!

 

Tocata y fuga

Una lluvia de hojas amarillas, de tenues copos húmedos

o de alas errantes que perdieron al pájaro en su vuelo…

y el repentino plomo del cielo desprendiendo su llanto

sobre el teclado enorme y seco de la tierra

que ya libera aromas musicales…

Esa dulce y serena alegría contra una ventana cálida

llegando desde la claridad de aquella aldea

igualmente cubierta de pinos y rocío…

Y el fuego humano ardiendo en el hogar

y la lentitud de besos encendidos

y el calor de la piel frente al otoño…

Y este mar

quebrándose en ecos infinitos, envolviéndolo todo,

urdiendo la telaraña mágica de notas

que une y sostiene los silencios…

…..

Y más arriba del aire y de la lluvia

increíbles gaviotas de fantasía…

Y en esta tierra incierta de destinos

un irisado cielo de semillas…

Y entre la ternura de las hojas que mueren

un recuerdo que cae en la memoria…

Avenida ocho

Cada mañana tus jardines

despiertan en mis ojos

y me hundo en tu atmósfera de cielo

y en tus álamos de madera luna.

En las campanas de las hojas

el mar canta una armonía salada.

El rocío flota sobre los techos

y el viento teje un destino en mi frente

mientras avanzo entre madreselvas claras

o con la escarcha del invierno

desvaneciéndose.

 

Cuna

Por amor a lo que respira

la noche no hace ruido

y la respiración invade todo

y se traga el tic tac metálico.

El televisor de pies fríos te mira

y ves a la Virgen rezando de perfil,

por amor al niño que sueña

tu respiración se ha detenido.

En la oscuridad se dibujan los sueños

como canciones de cuna

y la noche se deja llevar

y se pierde en el cuerpito dormido.

 

Paso revista

El viento silba entre párpados muertos

y es la respiración de cada día, difícil,

entre pechos como cuevas oscuras

con estalactitas de tabaco

y un sueño engangrenado entre los ojos.

Paso revista y el cielo está en su sitio

y hay una atmósfera de templo perdida

entre las ramas y las hojas

y los grategus son el cuerpo y la sangre

para la comunión de los zorzales.

 

En la ciudad vacía

En la ciudad vacía canta solamente el mar.

Alguien respira en el viento frío.

¿Por qué nadie pronuncia mi nombre?

Ya se habían muerto todos,

ya me desangraba suavemente

a través de la caña de pescar

mientras el viento mordía los anzuelos.

Y el mar estaba solo,

cantando.

 

Merienda

Una paloma se adelgaza, tersa, contra el cielo.

Sobre la rama se estaciona la nube

ocre del atardecer.

El cachorro duerme sin abrigo sobre el pasto seco.

El té humea y la tostada cruje

y en los vidrios empañados

por una tibieza humana conocida

se derraman, meciéndose,

las hojas muertas de un álamo.

Allá lejos, lejos

se recorta un frágil horizonte.

 

 

Universo

El universo es el dormitorio de Dios,

las galaxias son móviles que adornan

el Cielo,

y que Dios hizo por terror al vacío

o para no aburrirse.

Luego Dios

se tiró a dormir

los cinco minutos celestiales

que duran todavía.

Dios está dormido.

La respiración de Dios

mueve los móviles.

 

 

Poema Infantil

Mi hermana tenía diez en redacción

y en sus escritos de escolar

un niño o una niña se perdían

en la selva cerrada y oscura.

En su historia un claro se abría

sin embargo, hacia la altura del cielo

y por allí Dios enviaba un rayo

de luz, pintado de amarillo.

Ella escribía y recitaba “La higuera”,

perdida como estaba en la espesura

multicolor y frágil de la infancia;

sin embargo algo bajaba hasta su alma.

Y no importa si detrás de Dios hay otro

y otro y otro:

ella sigue subiendo

por su rayo de tinta cada día.

 

El otro mundo

El otro mundo es un perro en vigilia,

velando nuestros sueños bajo suaves estrellas,

sereno en la brisa y en el rumor del mar.

Es el modo como escucha las olas

y respira el aire pleno de rocío

y ese olor fresco de la extraña noche.

La noche tiene una palabra ciega

sílabas perdidas y la ilusión que negamos

al hundirnos ebrios en el sueño más hondo.

Dormir es necesario, cerrar los ojos,

para que los muertos vengan a pedirnos ayuda

y a despertarnos cuando sale el sol.

El caracol

Soy el que goza con la lluvia leve

soy el que reverdece con las hojas;

siento en mis nervaduras las gotas deslizarse

anunciándome vida y vida de savias nuevas.

Renace la frescura dentro de mis huesos

se filtra el polen impregnado de aromas

en mi piel reseca por días de fuego y de desierto;

una infusión me estira, me conmueve.

Soy el caracol que sale de su encierro

a mojarse, a recibir alivio del agua;

soy el invadido por humo y alcoholes

buscando la salud perdida, el zumo de los árboles.

Soy el que huye de la noche y busca el día

con un deseo de hojas recién brotadas

recorro el silencio que preanuncia el grito

que tiene cada cosa donde la vida late.

 

Anillos

Hacia adentro, en espiral interminable,

atravesando máscaras y espejos,

lejos de lo hostil, evitando

la mordedura del aire y del invierno,

voy forjando una escultura temblorosa.

Con el pincel de cada día, con los crepúsculos,

insistiendo en auroras, metales y sonidos,

dibujo esta figura que aún desconozco

y que brilla en el pecho del pájaro amarillo

golpeado por el sol, en otoño, a mediodía.

Me reconozco en el árbol, en el sol, en la noche,

reitero un día de vida, el tiempo ejemplar de vivir,

y me ocupo en penetrar el secreto de esta hoja

que cuelga sola, ocre, del esqueleto otoñal.

Pero allí donde el mar y el río se unen

algo late, algo debe latir, suceder,

lo primordial, la fe: al fin creo

en la fuerza de las palomas y de la tierra

y en lo que detrás del otoño acecha.

Atravieso calles, horas, tareas, poseído por sueños

distintos a esto que sucede; no estoy como la línea

de un horizonte o el arco de una ola

sino en esta flor, afirmado en un cielo,

en una esquina para no caerme, o perdido

en el ruido de los pasos de las marionetas,

apenas filtrándome, o auscultando una lluvia

que desde un tronco se desliza, imperceptible,

o cuando hay lágrimas en las paredes,

o mil soles estrellados en las alas del pájaro

que ágil se mueve en el pasto como un cristal

o un diamante irisado y fugaz.

Sin tristeza deambulo, sentado o parado,

al margen del tiempo, salido del cauce

de la amargura y del odio, del surco del viento,

esperando, casi sonriente, una posible muerte.

 

Elegía

Salgo a la noche con dos ojos de sombra

palpando un cielo demasiado lejano

hay fragmentos de estrellas entre las ramas

vacilante cruzo el umbral tan temido.

Ahora no importa, debo cruzar, hundirme

en vértigo continuo y detenerme

a la altura de las hojas, acechando

la voz remota de sus roces,

sus repentinos estremecimientos.

Quiero comprender la vehemencia de un gesto

urgido por la brisa y abandonar ahora

esta máquina pesada de sangre y torpeza

animal inerme cegado también por la luna.

Hay una canción apenas

un álamo en lo oscuro que canta

como un disuelto pájaro sin cuerpo.

Muerdo la secreta frescura de los pastos

apoyado en la rugosa piel del pino:

¡qué bien danzan los plumerillos,

uniéndose al aliento del aire,

deslumbrados de polen!

Me alegran los plumerillos, amigo, amigo muerto,

ellos son más  ágiles que el llanto

y están en la tierra y respiran mejor

que los que gimen sin saber, sin entender adónde

están el cielo y la tierra y la savia y el canto

y el viento que venga y a uno lo sople al fin,

lo sople y empuje son sus manos blancas.

 

Ruido

Ruido en la lejana mente

íntima respiración del agua,

compañía, presencia, calor

asmático en las hojas.

La noche no tiene la culpa

cuesta entender, ilusionar

un viaje violento, inaceptable,

el absurdo ciego, el hielo final.

Leva el cáncer encima,

ahora no lo siente, lo tienen

sus ojos, su boca

que no ríe.

Va por los lugares de siempre,

respira igual, es uno de tantos,

lo rodean tres amantes,

el mundo negro alrededor

y todo lo que suena:

la fe en el paraíso

la escupida del mal

treinta grados febriles.

Otras miradas se pierden

el propio ciego ruido de metales:

una noche así lo recuerdo quieto

el sol le abrió la boca

la piel ahogada, el corazón partido:

aunque está conmigo

le cosieron los labios.

La noche destila vida espesa

y un sonido se teje

para que baile el viento:

las ranas ya no hablan

queda solamente un pájaro con vida,

el ruido baja en un arroyo blanco

desde la luna, entre las piedras limpias.

 

El sueño

El sueño desborda

el dominio de todo alrededor,

el zorzal vuelve a cantar

al amanecer.

Sentía ese mismo aroma fresco

impregnado de pájaros y de aire de mar

volvía la vida en las chicas

de rostro secreto, en los más grandes.

Siempre había ese vacío

la soledad partida en dos

en medio de la sensación feliz.

Ningún tiempo pasó

ningún tiempo murió

la misma mordedura

el niño sigue detrás

de su cortina de silencio.

El destino es imposible de pensar

las ilusiones ingenuas

es casi indecible impensable vivir.

¿Cuánto dura esta agonía feliz

que no se consume,

la fuga hacia delante,

la ilusión del viento?

 

Tarde en el mar

La perfección ya es recuerdo

y vaga y sutil está en el tiempo:

instante de luz reflejada

en la llanura del mar,

aire más transparente en el cielo iluminado.

La resistencia ya es huella,

suspiro, gloria perdida

en el movimiento de la ola,

agua interrumpida por la carne gozante,

cicatriz ahora, en el sinfín del cuerpo.

Materia residual esta alegría

que la sangre atesora en su fluir

cuando la noche emplazada

por altamar hambrienta

desata su condena.

Pero también el mar se disgrega en sus límites:

hermoso y extendido en la serenidad

aullaba por sus peces, en la tarde mansa,

absorbía miradas y gaviotas

y temblaba de angustia en el atardecer.

Era la soledad que volvía,

la música igual del viento,

la monstruosa rutina de la eternidad.

 

El enfermero

El enfermero se pierde

en las estrellas

recorre sigiloso

inclinado hacia

con paños para el frío del espacio.

Babas estelares

le mojan los labios

y eructos de meteoros

y lluvias de sangre helada

en la ausencia de luz.

El quiso esa altura,

disolverse en el polvo del cosmos

con su delantal

interminable

dejando el descanso para después.

Cuando iba subiendo

oleadas de niebla

golpeaban la ciudad

mientras todos dormían.

Llevaba algodones y palabras.

El cielo lo absorbía

indiferente

para curarse las heridas

y él se dispersaba en

palabras,

su única medicina,

también consuelo de los astros.

 

Saber

A J. L. Borges

El cuerpo quiere saber

si agoniza en los atardeceres

o si acaso el zorzal le recuerda

la música secreta

dormida entre las piedras

trasponiendo los siglos del deseo

o la lluvia que el poeta no escucha

en su tierra de olvido.

El cuerpo quiere saber

si caerá sobre sus ojos

la toalla del universo,

si el viento secará el sudor

si los huesos tendrán una respuesta.

 

 

Epitafio

a Cacho

Mientras yo dormía

la siesta de febrero

me anunció, secretamente, que se iba.

Un eco sutil

de su big bang de amor

llegaba hasta mi almohada.

Él desde su hoyo y yo

desde el mío

buscamos largamente

las palabras perdidas.

Pero esa simetría horizontal

de su cuerpo muriéndose y el mío

soñando con su muerte

había ido ya muy lejos.

Al fin hicimos una tregua

que total del polvo al polvo

la creación se continúa

y aquí estoy yo, y están mis hijos,

y estarán los hijos de mis hijos.

Ahora los dos descansamos en paz.

El mar

(1991/1993)

 

 

 

 

 

 

 

Ritos

I

Aves en la bruma

migraciones y regresos

devenir cruzado del oleaje

manso…

Naufragios y tormentas

insinuados

en esa bruma

imaginaria,

primaveral,

Refugio de dulces golondrinas,

deseo, sueño de los muertos,

plenitud recobrada,

armonía en celo, tirante,

de la mañana mecida

por la voz del agua.

El sol despierta y derrama

sombras de sangre sobre el mar,

una forma bella

de permanecer

un rato

en la oscura soledad,

sin verse,

sin escucharse llorar,

Tu boca impregna

las alas, el aire

abierto por el sol, esparcido

en voces, besos,

semillas de agua cristalina.

Mi cuerpo quiere abrazar

hasta los ojos y las lenguas

de las aves marinas

y tirarse a descansar

sobre el enorme océano azul

para esperarte.

Migraciones, regresos,

caracoles que dicen

que nunca está dicha

la última palabra.

II

Si, el agua nos mece

eternamente,

alimento de ríos contenidos.

Todas las cosas vienen al mar

al fin, para descansar.

Profunda huella del sol,

estela lisa, lámina viajera…

Las olas sólo se derraman

en un hilo de voz

arrullando los huesos de los muertos.

Nada disipa

el tremendo instante

jueves repentino

empapado en luz.

Las olas se alzan

las aves juegan

sobre remolinos ciegos

la sangre de los pescadores

busca el mar.

El aliento se contagia

de la espuma marina

y respiramos juntos

olor de flores y de algas.

Los días perdidos, las horas

por venir, nunca estamos tan solos:

sereno, el día llega,

la primavera nos mece eternamente

y la furia se expande, descansa.

III

Repentino el cielo

te devuelve las lágrimas

de un antiguo dolor.

Un sol asomado,

un pájaro perdido y solo,

el viento implacable

del sur.

Quisimos olvidar

que la lluvia volvía,

que llamas grises

enfriarían el espacio.

Te disparan y huyes

en la bruma y la lluvia

no ves el horizonte

detrás del agua ciega.

Las gaviotas se hunden

en la última ola,

los perros se dispersan

Y el mar distante

como una masa fría

se congela, duro,

en tu cabeza.

IV

Violenta espuma de la orilla

sal remota

de los héroes.

Las olas abrazan

un mínimo de luz,

la voz que se disuelve,

las huellas que aún vibran

de algún modo.

El mar se contrajo

y estalló en cenizas:

nadie ve ahora

el azul profundo

el rojo amanecer.

Tanta sangre quieta

me enamora

el dulce jugo

de la noche dormida.

Me desvela el recuerdo

de tus ojos

pero menos que una estrella

en el abismo del cielo.

Héroe solitario,

una sola boca

me daría

la vida.

V

Vértigo en la lejanía:

un pájaro exiguo

contra el viento

abre sus alas.

Los edificios se derrumban

sobre la orilla,

espuma de mármol

sin nombre todavía.

Una extensa piel

de cazón muerto

cubre el árido mar

como si los ladridos

pudieran ahogarse,

como si los niños engendrados

se olvidaran.

El índice y el pulgar

fuertes, en los lagrimales,

los labios apretando

el monte de Venus,

el sol en los ojos claros

mirando el amanecer.

Danzan los cuerpos

sobre las olas,

chillan gaviotas

con la panza vacía,

el sudor seco,

las plumas mojadas.

Una sola gota

rasga el manto silencioso,

el océano inflamado

rompe los horizontes.

Vértigo, lejanía:

con sus fragmentos azules

vuelvo a mojar mis pies

y una almeja me guarda

en su nido enterrado.

VI

Nadie mira

desde el más allá:

partes desunidas

de peces carcomidos.

El flujo y reflujo de la ola

los expulsa

del paraíso del mar

y quedan para no ser mirados

por nadie

en esta orilla seca.

Inútiles gestos fríos,

un espejo, un cielo,

el agua sin memoria,

las aves que cambian cada hora.

Golpea en el techo infinito,

el barco ya navega hacia abajo

expulsando ojos, aletas,

escamas y branquias masticadas.

La ilusión no te une,

el viaje, los puertos, las estrellas,

se quedaron quietos

y el aullido ya es rumor de mar,

eternidad innumerable.

Ojos secos en la arena final,

el cielo esta vacío

y no merece

una lágrima.

VII

Fuertes, altivas, eléctricas,

las puertas del agua

abren el dulce abismo.

No hay marcas

de algún designio

cierto

solo el juego de escuchar y escuchar.

La brutalidad interminable,

el sol trepándose a los murallones,

la risa que no alcanza

a ensordecer.

No hay paz en la guerra,

escalinatas de espuma

tiemblan bajo tus pies

pero subes y caminas sobre el agua.

Sin que la baba

caiga

miras y admiras

la abrumada inmensidad.

Una ola

turbadora y bella

te sofoca,

perderse es indecible,

un ruido te habita

como un pez tremendo.

No hay música,

sólo ese vano ruido

te estremece.

VIII

Buscas en la hondura

el color, el acorde

enterrado

los ríos circulantes.

Pesado, el abismo ahora

te cierra sus alas,

la sangre se detiene

en el silencio gris.

Sólo tocas

la yema de tus dedos,

la verdad ahí descubierta,

la tibia eternidad

en la presión hostil.

Tu cuerpo estirado lame

el lecho oscuro del mar

donde el amor congelado

se aleja,

donde los ojos de tus muertos

gozan tu lenta asfixia.

¿Para que hundirse?

¿Para que romper

la malla del infierno?

El agua y la sal ocupan

el espacio posible,

detrás están sus bellas

lágrimas,

estrellas que fueron

luz espesa

en tiempo delicioso.

IX

La espuma me reintegra

a un sólido universo

de agua, aire, tierra y

Otro rumor emerge

de las entrañas limpias,

otro sueño

de labios quemados,

voces amarillas

que el sol besa en la noche.

La copa del mar

se volcó entera en mi cuerpo,

puerta del universo

para abrazar el fondo,

para beber la luz.

Vacilan sensibles

mis huesos,

son espuma

que se alza y cae

derramándose

y que nunca

se pierde.

X

Traslado mi sangre

a un nuevo lenguaje,

a las lenguas del mar,

y el contacto trae

un nuevo amanecer,

otra garganta en celo.

XI

Liviano me dejaron

mis muertos,

murmurados de labios

del propio Jesús

volaron hacia el mar,

hundiéndose en el barco siniestro.

Sin peso, ahora,

con la vela en alto

voy en el universo,

las bocas son mías,

las lágrimas son mías,

el calor de los cuerpos

se acopla fácilmente a mi aliento.

Tu risa es para mí

más perfecta,

la amo más que nunca

y camino con ella o sin ella

como con un caracol

que tomo de la orilla.

XII

¿Cuándo aquietará el mar

su excesivo color

su turbio

esplendor gris?

¿Qué lo acongoja

en el lejano mirar,

el arrollarse en vano

de las olas?

Un sólo muerto, un sólo niño

enfermo

disgrega la ilusión del mar,

agrava la luz blanca del viento.

Si pudiéramos ver

los espíritus felices

las señales de Dios

en la bruma cercana.

Otra vez el juego,

aves nocturnas

cruzando el cielo negro,

la crispación de la sangre.

Dos perros juegan

para romper el orden del espacio,

llego a lamer apenas

algo de su gracia.

El mar no calma

en su fluir

sin objetos,

en su pérdida y goce,

respiración que huye y permanece.

¿Habrá un ir sin volver,

sin retornar al yo, al hoy,

al cuerpo

del que nunca salimos?

Aún en la noche

el mar grita, grita.

XIII

El mar devuelve

voces, objetos corroídos,

formas puras

pulidas por el agua.

Hasta el hierro lejano se conmueve

en los labios del tiempo,

la dureza deviene alga, latido,

brisa y sal innumerables.

Un baño de mar

para los ojos,

profundidad, bautismo,

perderse y volver en una ola.

El terror al vacío

nos confunde

con la corvina muerta de la orilla:

esa muerte esta plena

esa muerte esta llena de mar.

Nuestra sangre solo inicia el viaje

y el remoto vientre nos devuelve

las dulces voces reencontradas,

las cosas ganadas a la muerte.

Ahora tres claveles rojos

velan el cuerpo ausente del pez,

pero los ritos son apenas un instante

entre las manos grises de las olas.

XIV

Si no me arrasa el mar

será posible vivir,

si las espumas acechantes

no apagan las semillas

o las gotas de luz.

Noches y noches golpearon

salvajemente los sueños

los dientes del mar.

La arena exasperada

sin aliento pide tregua

cae, aguanta, se sostiene.

La furia pasará y volverá

la que ahora despliega flechas

en todo el horizonte.

Y en el regazo estéril

una flor de sal,

el hueco de una mano.

XV

La armonía del agua,

el devenir,

germina y sube al aire

temblando en ojos, miradas, bocas,

palabras sorprendidas.

 

Jugar, soltarse, ir

en la cresta de la ola,

o sumergido, gozante,

con la piel verde estremecida.

 

Noche terrible y clara:

tu olor es único en su flor final

buscando en la nariz

estar unido o dulce,

 

Soy el aire sufriente,

el agua emocionada,

el viento que golpea la luna

hasta que el mar,

íntimo, pequeño,

se disuelve en mi sangre.

 

 

Gaviotas del horizonte

I

Donde mi cuerpo te vea

besará el olor de tu pelo,

enceguecido,

buscando lo enorme y tibio

de tu boca

y tu risa que desnuda al mar.

Suspiro de las olas,

mis manos llegarán

hasta el dulce gemido

y moldearán

la gaviota del horizonte

con algunas palabras.

Cuando mi cuerpo te vea

tu olor a ciegas vencerá otra vez

y nutrirá y quemará

el instante

para asombro del tiempo

y para envidia de las viejas estrellas.

II

Las alas crueles

y el mar transfigurado,

caballos a manos llenas

galopan hasta el fin,

entrañas de negrura profunda

volcándose, bruta, en la espuma.

Algo de tu pelo

persiste allá lejos,

delgada piel de aire

y la luna:

lágrima que cae

en la hendidura blanca

de una sábana.

Tus ojos mordieron

mis venas sin volar

acurrucada en un sofá desnudo

atada con cuerdas de guitarra.

Eras un vuelo de espaldas

en la noche del mar,

tu bella mirada no decía

palabra, y yo abrazaba

la estela de tu vuelo

(era un fantasma de sal).

Se disgregaron mis manos

por buscarte,

las plumas cedieron al viento

y en el vacío del horizonte

el hueco de mi mano

navegó solo en busca de tus labios:

alas crueles

entre barcos perdidos.

III

Tu voz llega

como un bálsamo azul,

labio del arco iris

rozando la tormenta.

El mate contiene

la forma de tu cuerpo,

despierto con la hierba

del mar en mi boca.

Asombro de arena y gotas de lluvia

palabras sobre los besos

cuerpos sobre palabras de viento

noche sobre los cuerpos tirados.

La mínima estrella de tus manos

basta para dulcificar el universo,

la aridez oscura del mar vuela

desde tu ombligo y tu pelo.

Y aunque hay en tu mirada un ala perdida

y un nido que el naufragio devora,

los dedos del mar se meten por tus pies

y suben hasta tus ojos, gozándote.

IV

Las estrellas ríen

con tus dientes

y un ombligo ciego se abre

al perfume áspero del mar.

La fruta de la luna

madura y cae en tu boca,

un pez rojo se desliza

en tu vientre asombrado:

la noche entró de golpe

entre rayos y espuma,

con algas y humedad marina

se derramo, violenta.

El mar cantaba o lloraba,

cien colibríes coronaban tu pelo,

tejieron con su vuelo un collar verdiazul

y se llevaron el alma de los cuerpos.

Besaba así la luz de tu sonrisa

yéndose con la bruma del mar,

hasta que amaneciera el agua dormida

como un nido olvidado en una estrella.

V

El mate, la misa verde,

la madreselva que aún sostiene

su aroma,

la ola con su brazo inmenso

cayendo sobre el hombro

con la mano extendida.

El las matas los dulces remansos

en los rincones los cuchillos,

la sangre derramada al morder

lentamente mis ojos,

la mirada que volvió del mar

con pupilas de piratas y náufragos.

El viento impreciso, y mis pies

entre caracoles aferrados

con su baba, a la arena,

el punto de lo que partió

mínimo, en el horizonte.

Dos barcos de luz

acechan la orilla nocturna,

se mueven sensuales

entre cardúmenes de saciedad y espanto:

los cuerpos se agitan sobre cubierta

y las redes caen al mar.

VI

Mis palmas levantan

el aroma del mar,

peces prometidos a mi boca

en una oscura leche mezclada,

pechos que han nutrido huesos,

lágrimas de canas enlutadas.

Lo hermoso revuelto,

voces que no regresan,

plumas verdes sumergidas

como bellas algas sepultadas,

la luz que respiran mis ojos

brillo infinito de escamas ardiendo.

Las huellas que tu carne conduce

milagros perdidos en tu piel

ganados para las nuevas dichas,

gaviotas del horizonte

que mis manos modelan

en la masa brutal de cielo y agua.

Mis palabras abrazando ancianas

llevando en procesión nuestros últimos soles,

para que tu rostro al fin

no se llene de llanto

para que las puertas del cielo

dejen pasar las olas.

Tablas del naufragio

que el abismo consume,

flotan ahora como naves errantes

en la piel vibrante del mar,

nuestras manos unidas con la marca

del tiempo

y el viento que las lleva.

VII

Tus manos son pájaros leves

aleteando en mi cuello,

tu cuerpo el racimo de frutas

más dulce de la tierra.

Lanzo y sigo las flechas

que lastiman al cielo

con el vago recuerdo

del mar de los naufragios.

La chispa de tus dientes

abre bocas de luz

en la pared negra del tiempo,

caigo, subo y me deslizo

con el pez en la ola.

Soy un poco de pelo perdido,

un resplandor en la noche terrestre,

vuelo para tus manos

que prometen y entregan

cada día la dicha.

Estás allí en la primera arena,

un molde de calor

rozado por lenguas de almeja

tibios agujeros que la espuma penetra

con su fresco lenguaje rumoroso.

Dulce y sabroso y abundante

tu racimo se expande extendido

como los astros de la noche

en un leve manto de piel

tejido por mis besos.

VIII

Juego y domino el fuego,

las hojas tiernas que tritura el mar,

un ave posada en olas violentas,

el mar vomita y limpia sus entrañas.

Las uvas de tu aliento

rompen vientos de sangre,

oleadas contra ojos grises,

espuma de peces fríos.

Hasta la ultima gota

del jugo que dejaste,

una flor asomada al infinito

radar de tu voz disuelta en noche.

Viene galopando la soledad del mar

y se cuela sin querer tu aliento

entre las cinturas verdes

de las olas.

El viento empapado de muerte

cayó herido en tu voz,

con los ojos cerrados la forma venció

y ese pétalo aroma todo el aire del cielo.

IX

Escarbo la arena

busco las alas

de tus manos,

rompo mis uñas en los filos.

Gotas de los planetas

formaron tus labios

y el rumor del mar

germinó en tu oído.

Dura es la dicha

transparente del mar,

flotan los restos del ángel

y los sueños se aferran a la espuma.

Soledad del agua

en apretada inmensidad

brisa que arranca voces

huesos molidos que el amor recupera.

Aquí quedó el aroma

del sándalo,

dulce en el aire salobre,

pájaro que emigró y que vuelve.

Escarbo y abro el vientre de la playa,

en la altitud navego en botes de nubes,

todo se hermosea y me recuesto

en la cuna del mar.

X

La casa de los vientos,

la refinada espera,

el hilo que cose la carne

y anilla las palabras.

La daga del tiempo

en que somos y estamos

sin saber,

venas en repentino remanso.

Tu ausencia moja más

que toda la lluvia por venir,

el caracol se obstina

en esperar el molde de tu mano.

Y aunque lentamente mire mis piernas,

y la lenta bruma cuelgue como un panal,

mi cuerpo solo,

mi cuerpo reconocido al tacto,

mi cuerpo que podría ser

más bello,

cierra todas las puertas de sus ojos

y se abandona a los vientos,

permeable a la suave carga del aire.

XI

Ella se apagó

entre mis manos

brasa bajo la luna

del invierno.

Algas secas de comer

en la mesa tendida,

dientes armados bajo lluvia

de amor gris.

La tormenta pasó,

la sangre mezclada,

su antorcha se voló al azul

y es una estrella.

En algún lugar duermen sus ojos,

el pan se parte,

el vino se derrama

y la voz es del aire.

La luz perdida se expande,

ella es un cometa

que rozó el corazón

y lo llevó en su estela.

Ella se extinguió

y hermosa en los sueños

trae todo lo dado y más:

mis puertas se abren al día.

Ella está toda en el cielo

y sin tristeza su cuerpo

se reparte,

quedó en mi piel como rocío.

Ella al morir dejó

abiertas las alas del amor

y siendo otra

camina y ríe a mi lado.

El milagro de su boca besada

me sopla los huesos,

y me hace correr descalzo

y desnudo hacia el mar.

XII

Aquí esta tu boca,

con su sol mojado,

soy desnudo un aullido

quebrándose en tus labios.

Donde tu cuerpo roza

sangra la dicha,

un río sediento corre

entre tus tibias piernas.

La palma de tu mano tiene

dibujado el universo,

los dioses tiemblan de frío

en la distancia.

El olor de tu cuello

supera en dulzura a los jazmines,

abrazado veo otro cielo

no soñado por nadie.

Aquí esta tu pelo

atado a mis pestañas,

tu pecho de paloma

palpita amenazado.

Aquí esta tu voz gozante,

tus tobillos mojados por la lluvia.

XIII

Veo todos los poemas

a través de tus ojos,

paloma de pelo dulce

en el viento del sol.

Amé tu piel desde antes

de nacer,

mi memoria en la sangre

grita tu nombre.

En tu boca se vacía el mar,

los planetas se detienen

un instante en el cielo

y las algas corren a abrazarse.

Tu voz viene desde un río soñado

donde se bañan piedras y animales,

tus hombros sostienen el puente

que atraviesa el mundo.

Tus labios están en mí

como dos sábanas tendidas,

entre tus pechos sueño el ser

que desvelo a los sabios.

Nada se escapa en el viento

y en la noche veo tu sombra,

mi piel te llama

desde los campanarios.

Tus axilas envuelven

la bóveda del cielo,

la tierra celeste está en tus ojos,

y yo camino en ella hasta perderme.

XIV

Para volver a amarnos

el viento deberá traer

otras palabras

y otra dulzura en su voz

los bellos pájaros que oímos

en las primeras sábanas.

Las estrellas se cuadrarán

en nuestro cielo

con renovado asombro

y gozarán

mirando el nudo desatado

de nuestros destinos.

Para volver a amarnos

el océano tendrá que amanecer

temblando de caricias

limpio en su energía original

con el dolor disuelto

entre las olas.

Para volver a amarnos

el tiempo habrá de quemar

aún nuestras pupilas

y el mágico sabor del universo

deberá reunirse de nuevo

en nuestras bocas.

XV

Noche llena de líquido espeso,

aire sacudido por lenguas circulares,

girar de cuerpos comiéndose y gozando,

voces y piel en torbellinos rojos.

Hay un ciego muerto agazapado,

un cadáver que vuelvo a matar,

en tu gemido el fantasma huye

y mis manos lo ahogan para siempre.

Corre el líquido lleno de sabores

en el único río, en su alta marea,

las aguas se agitan con delicia violenta,

torrentes de la noche con palabras y besos.

Volverán las formas recobradas del sueño,

la lenta fisura, las aguas separadas,

el hielo del aire erigirá la ausencia

y la luna sumará otro viento triste.

Pero la hermosa escama en la dulce piel

deja una huella perdurable y tibia:

no hay olvido en la sangre

sino la sed que vuelve y llama y te convoca.

XVI

Débil de huesos, masticado

por el sol del alba,

frágil como la hoja del álamo,

quebradizo en nervaduras secas.

Sólo toco tu cuerpo enroscado,

animal de miel, colmena

de sangre y leche y sabor

agridulce, tu cuerpo deseado.

Disperso en arena triturada,

débil de sangre sufriente, de tiempo

doliente, de minutos y horas y segundos

lastimando, sólo tu boca veo.

Sólo tus labios que espesan palabras,

ruidos del deseo, sonidos

que despiertan huesos, células, químicas

nebulosas, llamas de un extraño dios.

Solo tu cuerpo frotando, ardiendo, alzando

la ola terrible de la vida.

 

 

XVII

El ciprés clava su espada

en la luna

y ella gotea entre las ramas

su sangre blanca.

 

El viento dispersa

las cenizas

y esparce el humo derramado

en una estela clara.

 

La herida y la congoja

de la luna

la humanizan y liberan

del frío.

 

El ciprés ejerce

su daga silenciosa

aún en la mayor distancia

 

Con la sangre vertida

se nutrirá la noche

y la luna vacía

renacerá mañana.

 

 

 

Piedras marinas

I

El agua furiosa

golpea los altos muros,

la ilusión se cae entre las piedras,

se rompe el labio de la roca

y un pez bebe la sangre:

así de luminoso tu recuerdo

del goce del arroyo

que mordía las orillas.

Algo siempre moría

en la sensación feliz,

el padre caído en el agua

la madre abrazando lágrimas.

Furiosa el agua

en su forma de flecha

azotaba los muros.

La tormenta indicaba

la sangre de los labios,

la carne mordida, la trampa,

cangrejos voraces trepándose a la red.

II

Veo en la espuma

la garganta del diablo

el rumor dulce de la muerte

la promesa de ir.

¿Pero dónde está la red

que los días mojan

con la respiración del mar?

¿Dónde se abre y se cierra

la vulva secreta

del espectro

entrevisto en la piel?

Olor a ladrillos de verano

empapaba el crecer,

fugaz el papel pegado en la vidriera,

bicicletas rodando

al borde de los bosques.

El azar toca los timbres

corre entre las bombas

el obispo no sabe que hacer

con el río de los muertos.

La botamanga mojada

irisaba el ojo de la madre

y se corría aún más

la soledad.

III

Era una pileta de sueño,

lejana, de los primos,

donde el tiburón había desgarrado

su carne entre las olas.

El mar y el cielo eran la misma línea,

detrás el balneario las cenizas,

ella tenía la piel tostada

y sus ojos cambiaban de color.

Con los sandwiches en el bolso

se iban mojando mis pies,

era triste el mar gris

desde el comedor vacío.

La ciudad empañaba sus perfiles,

el mar la desnudaba con sus manos

ola por ola hasta dejarla desnuda

en la bruma y el frío.

La red se tejía sin lágrimas,

los gatos se morían al caer

de cualquier árbol, mi hermana

me rozaba también al desnudarse.

IV

Retenía el pis hasta las lágrimas,

el doctor oval se imprimía

en la ventana

con todos sus anteojos.

De la mano en la salita verde.

Aún con las bermudas el mar

excitaba y lavaba y excitaba

la sangre y la espuma.

Si hablara el agua diría

los secretos que conoce

lo que esconde su honda

mirada de agua.

Nunca el océano será

el pis perdido, el dolor derramado,

en el arroyo se anudaba un ombligo

y se perdía en el mar.

Habíamos pecado por ir

más allá del fin de la ciudad,

nuestros dedos tocaban naufragios,

aves, pezones, lo prohibido.

V

Entre las acacias goteaba

el olor a sexo, brillo amarillo

en petacas vacías

en viento codiciado que se iba.

Los cuartos amasaban sueños,

tetas compartidas en los últimos bancos,

álgebra llorada sin dolor real,

leche batida en las encrucijadas.

Veía asustado la oscuridad del mar,

el viento metido en el oído,

la silueta en el muelle,

la cabeza perdida del asesinado.

Ella, sumergida, encontró el caracol

que calzó en mis huesos,

dormía en el pequeño mar

y esperaba su mano.

La furia de las redes

era inútil, la caña se partía,

el oleaje era inútil, nada

se desnudó sin ella.

VI

No hay voz posible en el viento

el soplido monótono apenas

cubre la superficie

y las aves se impregnan de plomo.

El ser se crucifica mirando

el agua muda detrás del vidrio

y Let it be clavando los clavos

con su voz de tormenta.

El orden viene caótico,

los caracoles se acumulan,

vi muchas estrellas caer

en la guerra del mar.

Era más fuerte su voz

que las corrientes marinas,

un gemido suyo en mi oído

movía más que cualquier sudestada.

El viento sólo balbuceaba

entre los ingenuos pejerreyes,

era cruel pero hermoso,

todos matábamos sin necesidad.

VII

El poeta mayor entreabría

las alas de los patos,

suficiente para que su voz

combatiera al mar.

Nosotros salíamos de caza

empuñando la totalidad de las armas,

y era un soplido en el viento del mundo

nuestro pie desnudo.

Lo que había que atrapar

resistía la fuerza de las piedras

y las pobres alas que caían

desde torcazas tibias.

Sacar el corazón de los pájaros

y golpear una guitarra,

con fogones celebrábamos

la grandeza de la noche.

Lo que había que atrapar

era imposible de ver

de tan cercano, el faro ciego

se agitaba en la noche.

VIII

Tomados de la mano

como todos los náufragos,

rezando para que la lluvia

dejara de caer.

Gorjeos de golondrinas

en los aleros de las casas

cercanas a la orilla

gritos de ahogadas lenguas.

Podíamos beber leche fría

bañándonos bajo la luna,

con su amor la hacia sangrar

y era feliz por eso.

Reunidos todavía alrededor

de ese pobre cuerpo blanco:

¡había corrido por él

tanta sangre de todos!

En ese morir se perdía todo

lo que había sido:

las galletitas al atardecer,

los caramelos siempre en el aparador.

IX

¿Por qué vuelve tu voz

en la nube que veo?

Toman mate y comen conmigo

los muertos, miran y sonríen.

No es más lejano mi morir,

mi ridículo estar con las yemas

así, sobre los signos,

mi tiempo que oscurece y renace.

Con la pluma de la gaviota

el niño hizo la letra,

el tío me regalo al morir

la tinta de sus lágrimas.

No parece haberse ido nadie

de esta casa que habito,

mi padre prende fuego

en un rincón, mi amigo canta.

Así rozan mis dedos el lecho del mar,

hace frío en la orilla

y las corvinas duermen:

sólo aquí hay calor de hogar.

X

Nací ayer, ayer era un niño,

hace unas horas dormía en la cuna.

No puedo creer

que el mar haya cambiado.

Los hombres de cara quemada

podrían estar aquí,

pero mueren de hambre

en el cuerno de Africa.

Íbamos al muelle

con la voz helada,

soñábamos bebernos

un cuerpo de mujer.

Los libros escondían la rabia

de nuestro semen retenido

queríamos la guerra de amor

Ayer sentí el tibio pezón

hundirse al tacto de mis dedos,

esa es la eternidad

que seguirá conmigo.

XI

El mar come

las algas de mi pelo,

el deseado abismo

tiembla a mis espaldas.

Así debe ser

la dicha de la muerte,

música imperfecta

en la calma de la ola.

Su cuerpo se extendía desnudo

sostenido en el agua,

el mar no olvida su miedo

ni sus dulces tobillos.

Flotando en la orilla

toqué las alas rotas,

sus ojos tenían el color secreto

de los túneles marinos.

La gaviota cayó extendida

con la bala en el cuello,

mi lágrima no alcanzó a tapar

su asombro y su agonía.

XII

Ella respira a mi lado

asistida por lejanos perros,

mi corazón es una noche frágil

latiendo en las hojas de un álamo.

Sé que un instante es capaz

de incendiar las sábanas de luz,

el hueco que forma la almohada

las muertes en tierras remotas.

El televisor venía sobre unos hombros

y ahora está frente a la cama,

me salpica de sangre y escondo

mis huesos en el nido de su brazo.

La tinta habla y derrama el tiempo,

todo corre hacia una aurora incierta,

la aldea de los sueños espera,

la aldea del morir se regocija.

Ella ahora espera mi abrazo,

su mano tiembla y sueñan sus pies,

en sus entrañas hay todavía

memoria de sus hijos.

XIII

Nadie entendió al mar

cuando habló de su nada,

cuando exploró su ausencia,

cuando anunció su vacío.

Encontré rodando

el idioma de las piedras,

las formas eran conciencias

congeladas en universos.

Eran pequeñas lunas pateadas,

sepultura de besos o semen calcinado,

ni los peces podrían

señalar su destino.

Una montaña de pequeñas piedras

se agita en las bodegas ebrias

y fuerza el deseo de dormir

y alienta el ansia de nacer.

Se quedó mirando el horizonte

un siglo tras otro,

aunque su voz se hizo sal

el mar no cerraba sus párpados.

XIV

Una hoja blanca dada

es un amor abierto,

asombra el contorno secreto

de su vacío.

Otros hombres habían

mordido sus labios,

sin embargo sangraba

solo para mí.

A cuchilladas escribo esta historia

vulgar y triste y de agonías,

a todos les pasaba peor,

todos tenían una lágrima seca.

Subí al faro y desde allí el océano

era una bella palma abierta,

una tarde de tostadas y besos,

una dulce promesa.

Una hoja escrita

es amor consumado,

un cansancio dorado,

un sueño repetido.

XV

Queda sólo el saludo

de un álamo plateado,

o un pino derretido

por el viento del norte.

La magia de las noches de miedo

de la infancia no vuelve,

era hermoso el temor

completo en el espacio.

El primer olor a caballo que sentimos,

el pez que nos emocionó al morder,

los primeros bolsillos

llenos de nuestras manos.

Todos queremos crear

la eternidad de los instantes,

las llamas se dispersan al ritmo

de la respiración regular.

Pájaros que sonríen

aunque acechen los gatos,

dormir, dormir es el camino

hasta entregarse al mar.

XVI

Huí de quienes combaten

las historias de amor,

aunque vi la cadera rota

y la leche endurecida.

Los pájaros endulzan el alero,

el rocío hiela las hebras de pasto,

la condena siempre es ver morir al hijo

y al padre, en lentas agonías.

El pescador persiste, insiste,

solo resta luchar,

sus redes en el inmenso océano,

los peces que huyen y los que quedan.

El otro quedo mirándose

en toda la pared,

de ahí no se regresa,

la saliva se enfría y el amor no rueda.

Busqué los límites de mi sombra,

me comí los muertos del espejo,

de esa guerra se vuelve

veterano fantasma con bellas cicatrices.

XVII

El búho no traiciona

sus estremecimientos,

la siempre latente amenaza

de la perfección.

 

Gajo de mandarina,

viento perdido en el mar,

huella de avión oscuro,

dolor sin ruido sobre nubes.

 

La delicia del sufrir

ahoga la flor del ciruelo,

el nido entre las tejas,

la acacia que brilla en la noche.

 

No hay párpado ni cielo,

ruedan ciegas las piedras,

dureza de amor cristalizado,

veteadas lágrimas de hueso.

 

Hostia maldita o sangre retorcida,

queda atrás la blasfemia,

el fruto cae del árbol,

la vela se cuadra en el viento.

Orillas

(1994-1998)

 

Inocencia

Una cara moviendo

un aparato de dientes

diciendo: soy

inocente,

sólo he matado alguna vez,

sin querer, sin saber,

por un impulso ciego.

Como un niño inofensivo

que una tarde asesina

a una paloma

o a una araña.

El hombre habla y el café

me salpica

aunque ya no humea:

está frío de tanto escuchar

que todos somos inocentes,

los asesinos y los muertos.

Sauces

Bajo añosos

sauces

los años

anidaron

entre largas ramas lloronas,

y las pisadas

solitarias hablan

en la sombra

creciente y empapada

Yo era

un gajo entre ellas brotando

con los mismos perros

con otro pelo y nuevas uñas

y ahora huelo

algo extraño en las hojas.

Un viento o una brisa

de fin de mundo

o mediados de vida

con otros cómplices

y sentidos ahogados

por nuevos aluviones.

Ojalá los sauces sigan

creciendo y aún llorando

sobre estos pies

Fundador

Soñó al pueblo como una isla

con propios e inconfundibles

manantiales,

sin los extraños vientos,

pero pronto

los corsarios, los Drake,

los Morgan invadieron

tomando posiciones.

Entre ellos crecieron los pinos

las acacias redondas

la luz del polen amarillo

y las alturas de los álamos;

entre ellos las olas

siguieron cantando

sobre la costa rota.

Soñó una isla imposible

y entonces entendió

que venía del mismo lodo,

de la misma materia

que su sueño:

recordó que era también

un náufrago

a merced de las olas

y preso de la espuma.

 

Lluvias

La lluvia cayó

lavando y alabando:

toda la noche oscura

la noche de Dios

cayó rozando sueños y golpeando

techos, la lluvia sabia

acumulada en geografías

de norte y sur, de este a oeste,

cayó casi cansada de mirar

las latitudes y los hemisferios,

cansada de entregarse y de limpiar

sangre y tierra,

de mojar horrores y bellezas.

Cerrando los ojos adivino

la violencia del mar

allá en el nudo

de la bruma y el viento

y sumergido

en almohadas, sábanas, infancias,

en un sueño de labios

dejo pasar la lluvia, la otra lluvia

que me endulza y arrasa

y que cae

lavando y alabando.

 

 

Maitines

Aire batido por alas de gorriones

o aire de mar aventurero:

mojas las mañanas y desarrollas

la dócil fe, el puro nacimiento.

Abrazado en el viento, el aire

corre agitado en puños,

en flechas del sur de poderosa fe

moviendo nubes montañosas, frías.

Una crispación del cielo y una

brisa besadora de pastos

alimenta las raíces, los tallos, las hojas

de esta vida, algunas flores.

El recorrido milagroso circula

por las breves fosas nasales, uniendo

los puntos cardinales, los lejanos

y cercanos temblores de la tierra.

Si se detiene una mañana el aire

si acaba esta tormenta luminosa

que llega a la punta de estos dedos

algo en el soplo del mundo recordará

o algo en el viento desatado

llevará un nombre, una dulce palabra

donde seguirá latiendo un corazón dichoso

por haber nacido, nacido tantas veces.

 

Milagros

Vamos cultivando

un negocio

y otro

con el riego de cada día

buscando

la multiplicación de los panes

con un extraño hambre

de huida primordial

una fuga

del estar silencioso

en cierta dicha pobre:

una hebra de pasto

solitaria en el viento

dichosa de la lluvia

y bebiendo la tierra.

Nuestro jardín es un vértigo

de abstracto dinero

(pétalos de monedas)

y allí vamos,

habitando el planeta

con un granito de arena

de ambición

y recorriendo ya el espacio

de la vejez,

porque los panes no se multiplican

salvo en las manos de Jesús.

 

Accesis

Peregrinamos

del trabajo a casa

de casa al mar

del agua al almacén.

Peregrinamos

como esta mañana

de las sábanas al mate

de la tibia piel

a la intemperie

de la emoción fugaz

a la palabra.

Peregrinamos

cambiando las plumas

con sandalias de pescador

en accesis de primaveras

y de inviernos.

Peregrinamos robando

unas briznas de luz

a las mañanas

y alguna magia oculta

a nuestras noches:

frugales alegrías

del peregrino.

 

Oro

Nos hablan de una época de oro

y es verdad, tienen razón,

pero el oro se resiste

y como dice el manual:

“no se degrada con el tiempo”.

Nos hablan de ese metal glorioso

y es verdad,

pero el oro permanece y vuelve

otra vez a consagrarse

en otras épocas.

Son todas las épocas de oro

las que esperan:

conjuradas, alertas, renacidas,

buscando quien las sueñe

como espera el precioso metal al buscador

adentro de las minas.

Quisiera que mi época de oro

se volviera

oro, oro nativo,

rostro de Dios

ya nunca más oculto

en las profundidades de la tierra.

 

Pez muerto

No es bruma sumergida

sino sal de luz,

astilla luminosa

inmóvil en la arena

con la boca sin aire, en el viento.

Mis dedos tocan la escama endurecida,

anatomía desesperada

sobre las huellas del gozar,

del agua limpia.

Canta el emocionado

como si tuviera ya esos ojos

en la tierra remota

en el cielo de Dios.

Canta donde ya no hay muerte,

ni dolor, ni tiempo,

donde ya no se habla

sino del Cielo Azul, interminable.

Como una piedra que cantara

con la voz de lo que viene

en un rozarse

sin fin.

 

Pescar

La inquietud del mar

en el fino hilo,

y el latido

del misterio profundo,

el vientre del deseo y la espera,

del porvenir.

El oído sobre el pecho abierto

del cosmos, erguido el cuerpo

disuelto el pensamiento

en el amnios grande y verde.

La palabra ausente, la soledad,

el líquido canto de la espuma,

escamas prometidas como trozos

de cielo sumergido.

El riesgo, el enigma,

la aventurada expectativa

del hombre en el alba

de los tiempos.

La búsqueda, la saciedad

y la pregunta interminable,

nostalgia del horizonte y la bruma

desde esta orilla.

De pesca

Diríase que vamos en el seno

materno, en las aguas nupciales,

que vamos en vaina, protegidos,

en un bote, al garete, vamos.

Con el hígado lívido, lejano,

meciendo el cuerpo sobre columnas

pisciformes, deseando ser agua,

pejerrey movedizo, alga sacudida.

Vamos mordiendo y trampeando también

a seres inasibles, arrancando escamas,

tirados al sol, vamos, a la sombra

de bandadas de patos, recostados.

Allí vamos pero el sueño termina, hace

frío, salpicados llegamos al muelle

y los dientes trituran ya la carne

capturada, futuros vestigios en la sangre.

Un manojo de versos sustituye

al pez natural, creando en el vacío

de la masa concreta y hermosa

palabra inútil sobre milagro muerto.

 

A un tiburón

Deslizándose en la ola

uno ve al tiburón majestuoso

y pregunta si un poema es suficiente

para justificar este crimen.

Uno cuenta que ha podido vencer

por una vez la fuerza del océano

mientras la piel áspera se sacude

entregando sus últimos fulgores.

¿Qué lugar de palabras ahora ocupa

este ser libre, poderoso,

fuerte en su reinado de espuma

y hondura inaccesible?

En el relato del pescador no puede vivir

esa materia bruta exterminada, tampoco

en un punto del recuerdo donde apenas acuden

unas palabras a recrear sus aletas.

El vacío es tal y el orgullo es tal

que ambos se pierden en el mítico oleaje:

un majestuoso pez resistiendo en su agua

y un pescador sediento, brutal, emocionado.

 

A una brótola

La tarde salada y ardida

declinaba, y el mar abundante

entregó una breve brótola oscura,

sutil, oleaginosa, abismada

en la quietud de su agonía.

En mis manos el don del gran océano

fue materia blanca, carnosa,

hendida y ordenada por cuchillos

con una furia piadosa y deseante.

Ahora en el placer de sus aromas

la trama de su materia se deshace

en una final, donde mis dientes sin mar

la reducen y llevan a mi propio torrente.

Con reverencia, atrapado en impulsos

de crueldad y deseo,

pido a esa muerte marina

la esencia de sus dones,

las horas de agua, la mirada oscura,

los silencios profundos.

El rito consumado y consumido

en una altar de ajos y pimientas

violento y humano se mira en el espejo

con turbada culpa original,

con paladar y sangre y alma agradecidas.

Lentolargo

Ya caída la luna y oscurecido el cielo

agonizaba el tiempo en las paredes del domingo

y yo acechaba al amor como los dioses ebrios

para vivir, para nacer, para estar vivo.

Las vivencias intensas se distancian

para engañarnos de nuestro destino

y cubren con un sutil velo nuestras fuerzas

y creemos que un día es igual a otro día.

Para celebrar la vida sólo hay este sabor

para que cada hora recupere su vuelo

y cuando el aire moría junto a las gotas espesas

entre tus piernas se incendió la lluvia.

Y ahora se abre el pecho del espacio

y respiran las estrellas azules

el aroma de las flores nocturnas

y esta humedad, antigua como el mar.

Amanece

Tú duermes mientras la hoja

recobra su armonía

y el trigo dorado de la tierra

descansa, revuelto,

en tu cabeza.

Un parpadeo luminoso

se derrama en tu pelo

y anuncia que amanece.

Pienso, siento, descubro,

que como la noche estuvo en cada calle

yo estuve en tu cuerpo,

como la soledad y el frío

estuvieron en el aire.

Y te amo tal vez desde hace siglos

en cada amanecer marino,

mucho antes del día que supimos

que estábamos buscándonos

con la ansiedad con que amanecen los océanos.

Grito

Hace siglos escuché ese grito

en orillas de otro mar

donde no agonizaba,

grito

incomparable a tus ojos.

Aunque se perderá

tu voz es como la lluvia

y lo que viene de las hojas

el llamado de la antigua carne.

Hora por hora y nube a nube

algo se anuda en las entrañas,

inminencia de amor, grito

de un pájaro que tiembla.

Abría la puerta y el aire

besaba tus labios acechantes,

miraba el cielo y volaba tu pelo

en el espeso viento.

El mar me hablaba lejos

de esas orillas imborrables,

el grito crecía en las alas

con fuego y sangre, con espuma.

 

Presencia

Eres constante como las manzanas

que siempre aguardan sobre la heladera

en el cesto de mimbre, que nuestros dientes ávidos,

las muerdan como a pechos perfumados.

Es fugaz y tierna como la paloma

de la mañana, con la que tropiezo sorprendido,

estrella femenina que vacila y huye,

carne avergonzada que se desnuda y vuela.

Es intensa y clara como la madreselva

que trepó a la ventana

mojada por la lluvia

y empapó con su olor a las noches y los días.

 

Gaviota

El sexo se desliza en tu cuerpo

como el viento en los álamos

y empapa cada hoja de tu vida

con un agua de amor, de miel y fuego.

Así, invadida, a este océano solo

llegaste, con arena y caracol y luna,

una noche de guitarra en llamas,

de mar abierto y soledad vencida.

Fruta y boca de almíbar empapadas,

flores de acacia, axilas, muslos de eucaliptus,

sabor a noche ciega en el vientre escondido

y a pasto tierno crecido a la sombra de un pino.

Gaviota sexual hecha de sal y altura

ave nacida en la profundidad del agua

o en las islas remotas del cielo femenino

donde los náufragos recuperan la vida.

Ella

Ella me sirvió un café

sobre la misma mesa familiar del llanto

y su mano temblorosa hizo tintinear

la taza,

y el corazón tembló como su mano.

Ella miró y habló por encima del luto

y se iluminaron las cortinas cerradas

y su voz se esparció como el café en mi boca

y despertó regiones secretas y dormidas.

El sabor fue una bandada de tordos entrevista en las ramas

con asombro de viaje recién comenzado

y mañana será

como piedras tiradas al mar

o palmeras plenas de palomas

o cualquier otra música que se parezca a sus ojos.

 

Gaviotas

Tirado de costado mirando la bruma,

mi mano conectada a las entrañas

del agua, mi nariz salitrándose,

respirando humedad y espumas aéreas.

Me dejo caer

en la textura del ahora

único, uniforme,

detenido en gaviotas posadas en el mar.

Aparece tu ombligo meciéndose, adherido,

llevando el parejo ascenso del oleaje

y cayendo, besando, acoplando en la superficie

lo que vuela y lo que pesa, la calidez de las plumas

y el cuerpo brutal y solitario.

Ya está: alzan el vuelo y el aire

lentamente es abrazado por otra luz,

por la opaca tenaza del atardecer:

el agua se agita chillando

y las aves dicen sus adioses.

El viento se carga

hasta mojar los labios.

 

Espejo

Una balada francesa

los barrotes de la cafetería

el talón de Aquiles

en la mujer que imagino desnuda.

Luminoso trajín del sol a medias

donde cada uno en su baldosa

hace los ritos que la belleza rompe,

pájaro rojo en el espacio blanco.

En el ya morir las cosas suben

alzan sus tonalidades

hacia extremos de no existir

de intensidad imaginaria.

Tal el espejo

de una mañana igual a tantas otras,

ni las viejas dulzuras vuelven

porque no tienen sentido:

tal la voz perdida

que ya es aire de hoy,

esta respiración

el agua de la calle.

 

Flash

Fueron unos años infantiles

en los que inventé tu belleza

desde quién sabe qué recuerdo escolar

de conciencia asombrada y vacía.

Tu sonrisa real endulzaba de un modo raro

mi adhesión a tu forma:

una boca fina y unos ojos de cielo

y tu pelo angelical volado por el viento.

La distancia entre mi ojo y el tuyo

era un espacio de ensueño

una recuperada ilusión de verano

en el laberinto sombrío de los cuartos.

Me embriagué de esa increíble sustancia

tan ajena y dulce como un licor fino

extraído de las exóticas regiones del deseo.

Y así fue de fugaz

como una forma dibujada en el aire

por el pañuelo de una nube

que se desgarra y desvanece

en un  cielo sin lágrimas.

 

 

 

Fuegos

Me detengo a mirar

cómo el fuego va tomando

cada astilla del leño,

rodeándolo, abrazándolo,

envolviendo su estructura

con dedos amarillos,

con lenguas

ardiendo alrededor,

despertando un sonido

remoto en la madera,

voces antiguas,

gemidos escondidos

entre las hebras duras,

venciendo resistencias,

cerrando las grietas,

quemando los límites ocultos,

los límites abiertos

del gajo vegetal

arrancado a los árboles.

El fuego lame

abrasa

las horas detenidas,

alza y rompe el silencio

de fibras que jadean

en minutos

en segundos mortales

fulgores efímeros

en medio de la noche.

La lluvia golpea

el viento sacude su furia

mientras arde

la madera entregada.

Ceremonia secreta

que se iría

en un cerrar de párpados

en un solo suspiro.

El fuego como labios

invadiendo el espacio

íntimo de la leña

siguiendo los meandros

despertando la sangre

aquietada en la espera.

Ay, destrucción,

ay, pira de las voces,

templo del sacrificio,

dulce, de las brasas…

¿Porqué el infierno será

lo que arde,

si sólo la muerte

y toda la muerte,

es fría?

Lo que arde no es

la muerte

aunque acecha en la consumación,

en el rito

de cada día y cada noche

cuando a la intemperie

las brasas decaen

en silencio

viajando hacia trozos

de luna y de ceniza.

En algún lugar

se adhiere al fuego

lo derrotado, lo vencido.

Hay un rostro o una voz perdidos

en una llama azul

que el aire lleva.

Fuego vegetal, fuego de savias,

saliva que arde en besos,

tibia humedad de labios

rozados y agitados en el rojo.

Allí las lenguas de fuego

penetran sin romper el músculo

y se contrae el centro de la tierra

en su primera vibración.

Río Sauce Grande (Villa Ventana)

 

Amparo terrestre para el río

cauce de palma de indio

o cauce pedregoso con pisadas

de vacas, y relinchos acostados.

 

Sin el semen perturbador

viene el toro

produciendo su huella

acariciado por brisa de retamas.

 

Bajo la noche silenciosa

el agua rodea las piedras,

corre, circula en pensamientos

distraídos, el olvidos aéreos.

 

Así el tiempo baja de las rocas

demorado en amplios manantiales

ocultas matrices de agua nutricia

que nuestra sed busca en vano.

 

Sobre la superficie veteada

por remolinos y fugaz espuma,

la vida dulce estalla en peces rojos

y en diminutas flechas transparentes.

 

*

 

La imagen es de cántaro

o de vasija extendida

como don o milagro incrustado

en las arrugas de la tierra.

 

Hacia la bruta sal interminable

donde es áspero el beso y arden labios

y donde  todo cae consumiéndose

a dentelladas de increíble miedo.

 

Es una variedad infinita

que no alcanzamos a plasmar

porque llega la noche

y con su ala oscura nos entierra.

 

*

 

Al amanecer vuela un panadero

blanca estrella sin rumbo

suave y frágil cruza la cruda luz

y la vaga sombra del aire.

 

Pongo también mi ausencia

contra  el horizonte en declive de las sierras,

puedo anidar entre loros chillones

con palomas ululantes o caer en el barro.

 

Caminando en el agua verde uno abandona

el dulce veneno familiar

ordenado en páginas, medialunas

grises, avisos agrupados.

 

Veo la tierra cayendo

en su sombra final, acorralada

por el fuerte humo agrio

que traen las ciudades.

 

Pero estos últimos días, estos últimos

siglos, o períodos o eras

son aquí más plenos,

entre peces que sólo gozan el agua.

 

*

 

Bajo ahora a unirme al toro

polvoriento que mea en la brisa,

rito elemental de libertad

bajo las tibias estrellas.

 

La idea es de sogas trenzadas,

firmes, no demasiado fuertes,

cascada que remansa y luego

corre, entre juncos y piedras.

 

Hablamos para el viento y hablamos

para un oído de mujer, y gritamos

hacia la inmensidad vacía de ecos

o poblada de sueños de millones de noches.

 

Pero sólo el agua reza por todos,

escucha: su vigilia alcanza,

su bautismo abraza

nuestra causa perdida.

 

*

 

Yo también soy un río

un agua derramada

una superficie caída

un cauce inclinado.

 

Tengo barro en la espalda y pastos en el pelo,

bagres fondeadores limpian mis entrañas,

brutales tarariras muerden mis huesos

y finos pejerreyes circulan en mis venas.

 

La lluvia me alimenta

las gotas me acarician

me excita el rocío

y me derramo en cascadas.

 

Me prodigo en los valles,

me pudro en los remansos,

un solo pensamiento

dejo impreso en las piedras.

 

Voy, llevo en los labios

palabras indecibles, rumores atrapados

por el ser en vigilia,

soy el río mirado y el ojo que lo mira.

 

*

 

Vacío de auditorio el concierto

del río desciende bruto armonizando

sonidos de pájaros y silbidos

de viento intermitente y percusión de lluvias.

 

A veces los muertos de abajo

gritan, y la anestesia de la tele

acude a silenciarlos, es

la unidad trágica del mundo.

 

Los heridos también o los hambrientos

suben por la corteza e invaden

las gargantas de los grillos

y da igual dormirse en ese arrullo.

 

Está el río y está el oído,

polvo los atraviesa, vacío de auditorio

el oído o la voz disuelven

su encanto, en el rocío terrestre.

 

*

 

La mente transparente añora

inexplicable un descanso, y luego

un pique desmedido o un pique

suficiente, y luego otro.

 

En los hondos suspiros de las boyas

o en anzuelos azules

y luego ese brillo impalpable

del atardecer sobre el agua.

 

Cuando ondea con finos élitros el aire

suspendido, y borbollones sacuden

cada minuto de agua

y nada respira nadie.

 

El cuerpo transparente añora

un qué imposible,

un insaciable cuándo,

hasta que solo, fondea en la noche.

Navegaciones

(1995/2001)

1

Toco la orilla del mar

y es un manantial

furias en calma.

Y ahora es un barco de agua

cáscara de nuez

en océanos sin nombre.

2

Duermo en el nido del escarabajo

sumergido en la tibia cueva de arena

oigo corridas de liebres veloces

y pisadas leves de lagartijas.

El viento corre en la superficie

y no me deja morir solitario

corta a jirones su cara en las matas

y tiembla, inquieto, en los plumerillos.

Siento crecer las uñas en mis dedos

encarnados big bangs imperceptibles

salvo para el telescopio de mi alma

despierta y sensible como lengua de almeja.

Siento el pelo enredado en mi cabeza

creciendo hacia adentro, anudando ideas,

y el caracol de mis oídos con ecos de mar

dibujando su rulo interminable.

Los sabores en mi boca cambian de color

mis dientes gimen su lento deterioro

mi nariz condenada no puede detenerse

y mi lengua dispara un latigazo de sapo.

Me invaden aullidos de torturados

cuerpos enfermos arrasados entran,

vía crucis, gritos espectrales,

peregrinos rojos bajo este cielo negro.

Cielo de continuados cataclismos

donde cada destrucción inicia

el nacimiento de los nuevos destellos

claros de la vida.

Las cosas rotas fluyen

y circulan como corrientes marinas

y rodean las rocas de la tierra

y vuelven a rotar y a sumergirse.

En el cielo mínimo de mi sangre

una semilla de las Tres Marías

un hálito de Cruz del Sur viaja conmigo

a las remotas aguas bautismales.

El origen de la oscura amenaza

y dolores de parto inmemoriales

abriendo la ranura de la respiración

la bienvenida de los dulces aromas.

Y el árbol de ciruela apetitoso

en verano, y la vara del viejo vecino

corriéndonos entre frutales prohibidos

sin alcanzar ni vencer nuestra alegría.

Mientras los cataclismos se suceden

en una grande orgía perpetua

entre el agua del sol y el aire del océano

todo está naciendo y volviendo a su lugar.

Y no queríamos ser dioses:

robábamos ciruelas moradas y kinotos

y el fruto de la higuera, lechoso y rojo,

y éramos dioses rápidos de fuerza y desnudez.

Y tal vez Él estaba, mojado, en nuestras bocas

y vagaban sus ángeles en nuestros sueños

antes que la hierba nos creciera en el pecho

con su olor seminal y su ecuación secreta.

Noches de ligustrinas y empedrados

de olores sin nombre y mosquiteros

que negaban la oscuridad y dividían

el aire, noches de aliento a padres dormidos.

Este mismo cielo estaba ya crucificado

por las mismas luces y viajado

por la estrella de los reyes y el misterio

robado a Santa Claus y a su carro de oro.

Las nubes recordaban la condición terrestre

y como ahora, hacían agua del aire

y hacían diluvio y caricia

deshojándose con percusión original.

Y nadie se queja de esterilidad

y para terror o dicha nadie está

mirándonos, o todo nos mira

desnudos en un mismo ojo invisible.

Vuelvo al sueño de las cortaderas

el sol es la promesa que puede no cumplirse

la sangre circula rumorosa y el mar

sigue rumiando solo como una vaca negra.

3

Ahora no hay nada

entre nosotros y el agua.

Nada se interpone como sombra o niebla

o escama nebulosa que distrae

la piel del viento, el ojo de la luz.

Nos deslizamos en la masa de agua

y en un mar de palabras, anegados

en agua y palabras hacemos el viaje

y el nido, salpicados de gotas.

Buscamos, enlutados, el lugar de los muertos

abajo, en un espacio lúgubre y secreto

y el espíritu del poema

aletea sobre las aguas.

Atravesamos los  mares con un breve suspiro

lagunas de estrellas y de astros nos esperan

cuando rompamos esta nuez de náufragos

y subamos sin cuerpo al compacto vacío.

Parado en el templo, las palabras acuden

a su boca, palabras como tormentas marinas

arrasando el saber y la incredulidad:

ese manantial no está perdido.

No estamos contenidos por la proa y la popa

no limitamos con el pelo y los pies

nos abrimos paso hacia el amplio camino

a continuar el viaje de antiguos camaradas.

Recuerdo haber surcado estas aguas

haber medido el aire y buscado el rumbo del navío,

la vista fija en las estrellas

el corazón mojado por el viento.

4

El mar abre su ser con su palabra oceánica
“Yo soy”, dice en su estruendo labial o sibilante
y su voz no es la conciencia asombrada,
dolorida y llana de la infancia.

Toda vida dulcemente perdida canta
y en la desnudez su lengua se desata
para mostrar el luminoso desperdicio:
lo que queda después del “vivir”.

El canto del mar embriaga

y disuelve el mundo de las formas
en la fugacidad de las rompientes
vibrando para los oídos sutiles.

Un coro irregular sobre medusas
revueltas corrientes de espumas y vientos
señalando la ruta de la luz
con su gorjeo elemental interminable.

Navego ciego y vidente hacia los brillos
pero el precio no es mi destrucción,
la brújula blanca en el centro del pecho
se exalta alrededor del arcoiris.

Hablan las olas en un idioma antiguo,
el mar se enciende y embarca
diciendo su pasión desmesurada,
la medida de su prisión terrestre.

Amarrado al puerto del planeta
equilibrando el mundo
el mar cumple su destino y espera
su hora celestial.

Nuestra hermandad es profunda
también Dios lo mira y lo sostiene
en la palma de su mano,
también respira quemando sus soles.

También el coro de sus ángeles húmedos
-se escuchan graves, agudos, infinitos-
armonizan con lejana música de estrellas,
con el cercano cielo rojo.

Ellos lo habitan en la noche y el día,
ponen palabras azules en su boca
para que no sufra el desconcierto del vacío,
lágrimas de provisión caen sobre sus labios.

Yo me dejé llevar por el oleaje
hacia la completud de mi carne perdida
en el desasosiego de un tiempo terrestre
mi corazón como un velero iluminado.

Y vengo de morirme en siete cielos
manchado por la sangre del padre
-ahora no sé si manchado o bendecido-
por la cruz de la muerte y del calvario.

Y traigo un deseo de infancia
y un pico de paloma
y leche de sapos malheridos
y un ojo de gato agujereado.

Las palabras del mar ya no eran muerte
ni el luto melancólico del ave enamorada
que escuchó el Maestro: era otra
la canción que deshilaba el aire.

Sinfonía de un instante, no más,
apenas un rumor de aquel otro reino
que envuelve nuestras olas, un indicio certero
como vuelo de pez, como baile de alga.

Después de atravesar las obediencias
llegué deseoso de locura
anhelante de abismo y desorden
brillante, de lógica celeste y dioses fríos.

Hasta la estrella que cayó en tu frente
claramente vista en la ventana
como un ángel de infancia
derramando luz en nuestras sábanas.

Estrella bautismal de frutas de tu vientre
receptivo y rosado, estremeciéndose
como un rayo que rompe en el cielo
y se disipa.

Se encienden las luces de los cuartos
se apagan los motores.
Solo el molino incesante del mar
repite y sostiene su canción de cuna.

5

Es la tarde de las gaviotas invadidas

como lluvia cayendo blanca

o como gotas oscuras sin embargo

sobre el lomo del agua

negra de superficie y de sombras

o al sesgo elevándose en un plano

de plumas en bandada al infinito azul.

Lo nuestro es rozar el agua recorriendo

la línea del borde de la ola

hacia un viaje de éxtasis marino

como jugando, latiendo también

con las vibraciones del “amigo”

que con sus cuatro patas ágiles

se envuelve ligero en las mantas de la brisa.

Allí están, molestas por nosotros,

extraños a ese racimo agreste de agua enorme

aire sin savia ni perfumes dulces

rocas trituradas y arenas femeninas

recortadas contra el ardido sol oro rubí.

Se levantan enteramente blancas

nubes de flores emplumadas

acaso convocando a la noche

porque ya presienten el manto que cae

sobre todos los ojos de la playa:

alas en despedida que abrazan

los últimos ecos de la luz.

Sus flechas cortan la monotonía del cielo

para nuestro asombro ajeno a las alturas

puros pies descalzos sobre los poros cristalinos

murmurando una queja borrada por el agua.

Es la hora del olvido y el delirio

cuando el mar se sumerge en su íntima inquietud

antes de ensimismarse en la extensa distancia

para dormir en el regazo de la tierra.

El aire se enfría en agudos cristales

hay cardúmenes enteros de soledad que bajan

hacia los cuerpos abreviados como nunca

y más allá de toda tibieza de sangre y amores.

Es la tarde de las secretas murmuraciones

alargadas hacia un sinfín de orillas

en una continuidad de zarpas blancas:

lo nuestro es este borde de contacto

donde palpamos fugazmente

el placer y el vértigo del abismo que fuimos

en la primera infancia de rosas no nacidas

cuando la voz de Dios rugía libre de las formas

entre sales ciegas y líquidos sin bocas.

¿Cuándo éramos tan azules como el agua profunda?

¿Cuándo éramos en el aire abierto

un suceso innombrable

un polen de universo soplado en el mar?

Ay, extraño yo también mis alas y  mis branquias

y quiero por los terraplenes de las olas

buscar y ascender hacia el abismo

entre los moluscos y la sangre escamada

hacia un regazo de pétalos de tiempo

inmensamente acumulados y caídos.

Es la tarde de la espuma perdida en el cielo

perdida o simplemente ida hacia otros ojos

por otros vientos

gaviotas que se disuelven en tiempos de horizonte

hacia caricias de ultramar, a ras del agua.

Esos cuellos, algunos labios, ¿huyen o vuelven?

cálidos todavía de recuerdos del verano

son un instante sobre las ondulaciones

la marca de un goce perdido o realizado.

Es la tarde de las gaviotas invadidas,

de alas desnudas sobre la hondura del aire

como peces de otro mar aún más inmenso.

Y van flotando como pañuelos quietos

en una ausencia de aire y de sonidos

sobre el ancho campo del océano

hasta que el sol

finalmente

agonizando

convierte en hojas de otoño a esos pájaros del mar.

6

Puede ser todo entero una lágrima de ángel

y la ciudad un hongo de almas agrupadas

en dureza de piedras, fatales monumentos

empapados de acecho marino.

Aquí nacerás a un tiempo de palabras iluminadas

en un sitio donde nadie es dueño de la luz

universos dibujados en las piedras marinas

y mares apenas gotas de sudor de los astros.

Aquí vendrás

a la orilla del océano mínimo

a despojarte de tu biografía

a desatar los lazos de tu sangre

las letras de tu carne rotulada.

Se vaciarán de golpe tus zapatos.

Y subirás como una pluma

y flotarás como una nube

y afinadas tus cuerdas vocales

se fundirán con el mar de la noche.

7

Otra vez escarabajos y estrellas

cristales desprendidos de las piedras del cielo.

Salgo a buscarlas al escenario de la noche

y encuentro flores distantes, ojos temblando.

Y despierto leo las sílabas heladas

que llueven con agujas y espumas,

mirada de primer hombre recostado con terror endovenoso

perplejo por los hogares perdidos.

En la noche salvaje

olemos el hermoso destierro

un rugido frío de viento sobre olas

y una aurora de seres arrullados

en un envoltorio de oscuridad y aire.

Atados a largos intestinos

y a las sogas azules de las venas

vemos los brillos blancos de las gaviotas de la noche

cruzar como papeles enigmáticos ligeros hacia el norte.

Como aplausos blancos de la creación,

como plegarias blandas.

Y se disuelven los nudos del cerebro

y viene un ángel a expulsar los demonios.

8

Brilla la vida en la cola de los peces

ajustada, original y deslumbrante

y el juego del lobo marino fluye

entre las redes como una ola negra.

Los intrusos disparan sus armas,

furias, metales, químicas obscenas,

un extraño mal los empuja al abismo

y al viaje, por la huella del cisne.

Un abrazo de agua y cielo

áspero y sin alamedas,

flotando en tu palma

nos perdemos toda tu riqueza.

Avidez de vivir por masas infinitas

que levanten la niebla de los ojos

hacia islas diversas como otros espejos

de luz difusa, rodeadas de agua verde.

Y nos empujan también los exilios

y el hambre y las catástrofes

los destierros del sol y los volcanes

y las altas mareas de la guerra.

Pero en tu huerta de olas y de algas

arrancamos tus frutos palpitantes:

una alargada pescadilla de oro,

un enroscado congrio, un bagre resistente.

Entre latigazos de cazones ásperos

y corvinas pacíficas

y un sable escamado sin empuñadura

y un ojeroso mero y un colorido testolín.

Cargamos las bodegas con tu don evangélico:

carne amasada por tus manos creadoras

allí abajo

en el horno de tu alfarería.

9

Las largas horas, los lentos

días, las abismales noches necesarias

para ver el mar

transcurren

como un solo de piano

entre las espumas y las algas.

El agua detenida

en un instante del ojo

fluye enseguida en la rompiente de las venas,

se hace remolino en la nariz

dos torbellinos frescos.

Y el bramido crece simultáneo

como si el aire en celo

se cargara de un amor esperado

donde harán fiesta todos los sentidos.

Y suceden impresiones azules

dentelladas brillantes

estruendos marrones y relámpagos verdes

y una larga ondulación perlada de gaviotas

con un barco lejano, mitológico,

y un gran capitán de eterna boca seca.

Y esas lentas visiones de paz y movimiento

más tarde se hacen salpicaduras,

enaguas, galope de ángeles,

y una noche erigen muros de espanto

roncas blasfemias burbujeantes

bocas saliendo a la superficie a respirar.

Y otro día amanecemos en un campo

con jardines inmensos

nos vemos oliendo el jazmín de la infancia

en la quietud protegida

envueltos en el calor de los padres.

Una ola nos cierra los ojos

y entramos en el dulce aturdimiento

se nos revela la tersura del agua

la superficie es una alfombra mágica

y huele a pasto recién cortado.

Y durmiendo vemos

el rostro más oculto

el manantial secreto

donde las aguas nacen

cerca de la luna.

Vemos caer el torrente

sobre labios de hipocampos nupciales.

10

Una gaviota roza su ala

en una ola.

El surfista en su vuelo

planea sobre la espuma.

Cuerpos suspendidos

en luz y movimiento.

Naves en cuerpo y alma

hacia el arco del cielo.

Plenitud del instante

en el veloz encuentro.

Leves en la rompiente

el jinete y el agua.

Un ser de orilla espía

por la ranura abierta.

11

Salgo ahora a la playa desierta

bajo el cristalino atardecer.

Sobre los médanos sensuales

corre la brisa fría del invierno.

El horizonte se quema lentamente

y se enciende la guía de la luna.

Me extingo con la luz y veo más,

mi visión se abre con las sombras.

El cielo crece alrededor

con sus espías.

12

Es nada más y solamente esto:

la certeza, el misterio de existir

una y otra vez apareciendo

revelándose en el aire

en la bruma, en los pastos,

en los rumores de las liebres secretas

y en los ostreros y en las lagartijas

y en los sueños de los granos de arena.

13

Ahora que un hermano ha muerto

¿a quién esperaré en Navidad

llegando con su amada en el costado

después de las doce, a cenar,

volviendo de la noche de los pianos

cabizbajo y feliz

temblando por el frío de este mundo?

Y ese fuego que ardía, al final,

especialmente

las brasas de mis manos

intentando abrazarte, acariciándote.

Ahora que tus formas se han ido

para el “siempre” de “acá”,

detrás del velo transparente

y de la pena del vino

estás tan cerca y no puedo abrazarte!

Temprano estás rodando por el cielo.

14

Blanda navega la noche

desde el ombligo

a la garganta

en su barco de frutas sedientas.

En su camarote de sueños

el hombre acomoda sus vértebras

al vaivén del océano inmenso

y piensa: estoy perdido en mí.

Del cuello al vientre baja ahora

otra nave fantasma y vuelve

impregnada de silencio y de tiempo

en su ruta lenta sin naufragios.

Algo despertó antes del alba

y soltó las amarras amarillas

y salen botes al azar a borbotones

a recorrer mis arterias y mis venas.

Por mis bordes caen los marineros asfixiados.

De arriba de mi ombligo vienen otros seres a vivir.

El hombre se acuesta de costado

por sugerencia del Dios que lo ama.

Duermo en alta mar. En tierra

cantan los gallos de la aurora.

Archipiélago

(2002)

1

Los dedos de mis pies buscan los tuyos

definitivamente estamos solos

ellos se aprietan como niños huérfanos

el calor de tus piernas es mi abrigo

tu respiración acuna las esferas

los dedos de mi mano en tu cintura

cornisa de la piel, deleite de las yemas

en las mil y una noches de mi vida.

2

Canta el zorzal y empieza el mundo

a tejer los sonidos y la luz.

¿Porqué morirse entonces

justamente ahora

para extrañar más intensamente

el amanecer con estos pájaros?

¿Y este aroma del día entre las hojas?

Ay, a quien corresponda rogar

así, en las rodillas de la tierra y el polvo:

que no interrumpa la felicidad.

3

Un árbol de lluvia

ilumina la noche

de las ranas.

El campo se baña, desnudo,

y suspira.

Y luego un mar de grillos

en la calma exquisita.

4

Un tordo arriba de un caballo

y ya no hay sombras en la dulce

primavera, se disipan los miedos

y una aurora sale de un ombligo.

5

La luna me mira

y me persigue

y ni siquiera parpadea

y es insaciable su mirar.

6

Aturde el ruido del mar

y hay cincuenta gaviotas

y ninguna flor.

7

Un caracol fantasma

encallado

con huellas de naufragios…

abuelo

encanecido

legendario

con callos en la frente.

8

Si mi vida fuera

como tú

bella y resistente

como tú

austera y curativa

como tú

que nada pides

y todo lo entregas

como tú,

planta de aloe

de mi jardín.

9

Ella cultiva el jardín

lo embellece, lo riega,

lo renueva.

Yo a veces salgo de las sombras

a respirar sus aromas

a cortar una flor

a robar un poema.

10

Cada noche hago mis oraciones

mis fórmulas con Dios

cosas nuestras.

El resto del tiempo rezo:

cuando parpadeo,

cuando respiro.

11

Cada mañana

hago llorar a los espejos

pero miro atrás y no hay nada

ni siquiera una lágrima.

12

Noticia del día:

Napoleón murió de cáncer.

¿De qué sirvió entonces creer

que había muerto envenenado?

¿Qué será de aquellos

que murieron ignorantes

de esta verdad, o peor,

convencidos de otra causa?

Ahora recorro las hojas

de los diarios

y son todas

verdades viejas

primicias muertas.

13

Dijo:

voy tomar medidas con el zorzal

que canta en la madrugada.

Luego dijo:

voy a tomar medidas con el sol

que entra por la ventana.

Y luego, finalmente, dijo:

voy a tomar medidas conmigo mismo,

dormiré y a callaré para siempre.

Entonces todos aplaudieron.

14

Pasan los barcos

como nubes perdidas

por la vastedad del mar

y alegres flotan las botellas

en la bodega de mi corazón

con cartas de mis hermanos muertos

y de náufragos que amé.

Amanece.

15

Algún dios acortó la noche

para que yo pueda ver esta paloma

posada en esta rama.

Pero los milagros son tan breves…

Ella me espía con su perla negra

desconfía del ser inmóvil que bosteza,

cabecea, duda

y vuela hacia otro árbol.

16

Ante los cuatrocientos millones de mi raza

declaro: no vivas entre perros flacos,

es mejor vivir entre los pájaros;

donde ellos están, está la vida

y entre ellos distinguirás mejor

los fantasmas de lo bello.

17

Se alegró el mar

sonrió la tierra infinita

y todo se colmó de un sabroso perfume

a sal marina y a corvinas.

18

Si vivo hasta los ochenta

me quedan todavía

doce mil novecientas cuarenta

tardes de pesca (menos una).

19

Puedo acompañarte

Aprender,

ir a todos tus abismos

por amor,

estoy ávido e inquieto

y hago preguntas

pero no puedo

enseñarte nada:

enseñar es repetir

fijar, consolidar, yo

eso nunca lo aprendí.

20

Me gusta olerte

racimo exquisito,

pie, piernas, nalgas, ombligo,

pechos, cuello, labios, orejas.

Qué gloria la tuya

qué virtud

qué milagro

ser madre y selva

a la vez.

21

Nos visitó un sapo negro

que se adueño del estanque

y del silencio:

las noches se anegaron con su canto.

Al principio me costó dormir

pero luego incorporé la nueva música

al mecanismo secreto de los sueños.

Canta porque anuncia la lluvia,

nos dijeron, luego se irá;

pero no llovió y el sapo se fue.

22

Me mostró los progresos de la huerta

y yo sentí el dilema del poeta:

¿qué es más hermoso:

el tomate o la palabra tomate?

23

Disfruto de la música

pero enseguida quiero saber

algo sobre el autor, entonces

su biografía me absorbe

y me pierdo la embriaguez

de los sonidos.

Cosa de zonzos.

24

En el día de mi cumpleaños

una pregunta excluyente:

¿porqué yo soy yo

y no soy otro?

25

Leer un poema

es desandar un camino

y llegar a un corazón palpitante

o a una mente afiebrada.

Disfrutamos,

nos cansamos,

es hermoso.

26

Por suerte no me doy cuenta

de que este partido

puede ser

el último que juegue

y pienso en los goles que hice

y en los que haré mañana.

Los repaso en la cama

y así paso la noche

atando la luna con el sol

ilusionado.

27

Lo dijo Mimnermo:

la aurora

enemiga del sueño

despierta a los gorriones.

Esto ya pasaba en el siglo VII A.C.

28

Quiero componer

un poema memorable

pero la brisa del norte

es un bretel que cae

y descubre el pecho blanco

de la tarde.

¿Qué hacer

sino ceder

al llamado de la sangre

y aflojar los lazos

de la posteridad efímera

de las bellas artes y las letras?

Voy del mundo imaginario

al otro, eterno, del instante,

en el que arden fríos

y azules, los labios

de las olas.

29

Por todas partes encuentro

a Helena de Troya.

Yo también la raptaría,

yo también iría a la guerra.

30

Entonces Prometeo

le robó a Zeus

tu perfume

y lo repartió entre los

efímeros mortales.

Y ahora él y nosotros

vivimos encadenados

en los confines.

31

Quiero cerrar los ojos

pero ahí está la noche

invitándome a percibir

su respiración de grillos.

Quiero cerrar los ojos para confirmar

que la boca enorme del universo

y su aliento perturbador

no existen fuera de mí.

Quiero que mi cabeza

sueñe en mi almohada

y se disipe alrededor del sol

girando con mis planetas interiores.

Quiero cerrar los ojos

pero el aire de afuera

me seduce como el agua del mar.

32

Mis amigos Pablo y Juan

tienen razón:

con un amor así

yo sé que debería

estar orgulloso.

Pero no es bueno mezclar

el orgullo y el amor.

33

Te explico:

los espejos lloran

porque siempre ven

un rostro ajeno

y porque todo el tiempo

están solos.

34

Me gusta tanto

leer a Sófocles

porque yo también

maté a mi padre

y ocupé su lugar.

Culpable e impotente

partí al exilio

y me convertí en otro,

fui feliz y comí perdiz.

Ahora leo al griego

con un deleite extraño,

la nostalgia de una infancia

en un lejano país.

35

Ilíada

Despojada la tierra de colores y ruidos

canta la fría noche aterradora

su profundo latido estrellado

mientras los guerreros velan junto a las naves.

Los miro desde mi habitación iluminada

ebrio de su belleza y su coraje

y un nudo de garganta me reclama

desatar el potro azul de las palabras.

Cuando asome la aurora de doradas mejillas

me acercaré a palpar los restos del naufragio

lo que haya quedado del sueño de los héroes

de nuevo borrado por el viento y las olas.

Pero ahora resuenan las broncíneas espadas

porque ha recomenzado la batalla

y el enorme corcel que pesa sobre mi lengua

se levanta y galopa desnudo a la intemperie.

36

Ajeno al drama moral

de mis hermanos

sin comprender nada

del bien o el mal

que mañana me espera

nado en el océano

con mi amigo Fernando.

Despreocupadamente nado

como un pájaro del agua

y suelto palabras que caen abajo

y galopan en caballitos de mar.

37

Un calzoncillo azul

en el piso del baño

es un objeto inapropiado

para construir un poema.

Sirve para recordarme

una infancia de ropa sucia

llevada en el cuerpo

con felicidad e inocencia.

Y acaso para

-entrecerrando los ojos-

ver una mancha azul o gris

sobre el universo frío.

O también para evocar

a Los Calzones Mojados

de la película ¿Donde estás, hermano?

de los hermanos Cohen.

Pero es útil sobretodo

para pisarlo al salir de la ducha

mientras nos envolvemos en una toalla

de cualquier color.

38

Publicaron mis poemas

en una revista.

Ay, esa noche me costó dormir

pensando en las cosas

de mi vida

y escuchando a los perros de mi barrio.

Antes de que amaneciera

salí desnudo al patio

até a mi perro con la gruesa cadena

y corrí a la calle a calmar

a los perros del vecino.

Recién entonces el dulce sueño

se posó en mis párpados.

39

Xilofón es una palabra rara

pero es la más exacta

para nombrar este coro de ranas

irrumpiendo en la noche.

Un alternado son

diverso

saltarín.

40

Dos veces mis hermanos

se burlaron de mí.

A Gustavo le pedí

el libro de los Premios Nobel:

buscó y buscó y al final

me preguntó, perturbado:

“¿es lo mismo el libro gordo de Petete?”

Veinte años después

Penaco me dijo, solemne:

Flaco, quiero hacerte un regalo,

pedime lo que quieras…

Bien: “Las obras completas de Borges”.

Buscó y buscó y se olvidó y volvió a buscar

y había un tomo allá y otro acá y libros sueltos.

Meses más tarde, me dijo:

“Te conseguí las obras completas de Lucas Borges,

el wing de Pucará”.

Comprendí que debía resolver solito

mis curiosidades literarias.

41

Si el viento sopla demasiado fuerte

seguramente me enfermaré y moriré.

Si el sol se excede en su calor

me quemaré en un instante.

Si se concreta la amenaza de todos

-bacterias, malvados, meteoros, demonios-

seré exterminado en cualquier esquina.

Mientras tanto despunto el lápiz

de la felicidad, escribo una novela,

nado en el mar, dejo mi estela en tu piel pecosa.

Pero nunca me deja, siempre está conmigo

ese ejército silencioso y sin nombre.

42

Desde la orilla

es más seguro y firme,

pero se palpita

a través de la rompiente.

En el arroyo

es un juego simple,

en el río es una guerra,

en el lago, un remanso.

Todo sirve, pero lo mejor

es adentro, lejos, y al garete:

el riesgo y la hondura traen

peces grandes y colibríes.

43

Declaro que nunca

dejé de ser niño.

Soy hijo, alumno,

inocente, tonto.

Enseñé a mis hijos

a mear bajo la luna

para refrescar la cabeza.

Y a jugar con el mar.

Puesto en situaciones

fui valiente como Harry Potter

astuto como Mickey

honrado como Patoruzito.

Y nada más. Espero

ir hacia Jesús,

como Él dijo.

Mientras tanto

los diagnósticos establecen

la inexorable evolución

hacia el adulterio.

44

En mi casa de infancia

¿casona o casa?

la abuela es un fantasma material

frente al espejo, dándome la espalda

con su bombacha blanca y su pudor anciano

Vive en ojos de  niño temeroso con Ángel

de la Guarda, la manito a la noche

para dormir sin miedo en la oscuridad enorme,

enagua o camisón de amor en la niebla del mundo.

Entre el nomedesampares y el osdoy repetido

en la respiración terrestre de latidos palabras

con su letra inconclusa y su enigma

celestial y musical de cada noche:

Jesús, José y María,

os doy en corazón y el alma mía.

Y que no me haga pis y que vivamos mucho.

45

Mi caso es éste:

de una experiencia pequeña

me sale escribir mucho.

Perdón por la pregunta, doctor,

¿pero expulso más de lo que ingiero?

Durante toda la tarde

también me preguntaba

mientras alineaba las cañas:

¿la pesca es un arte o una ciencia?

Y cuando a las veinte

salió la luna sobre el agua:

¿es, acaso, la que vio

el primer Adán?

Pasó una mujer hermosa

y se quedó conmigo

miró la luna redonda

y reflejó su melancolía.

La luna perdió su frescura

acosada por la tristeza humana.

Y la pesca es un arte

porque si uno encarna con belleza

cree que los peces

picarán con más ganas.

Y sobre todo

porque cada tanto

un chuza o una espina

te hace sangrar los dedos.

Puerto María

(2005)

Te veo de carne y hueso

en los brazos de otro

y llego con mi balsa.

Amarro en un dedo de tu mano.

(Soy semilla de fuego

cubierto de hojarasca).

Desflorada

esa vaina me abriga

cálida, esponjosa.

Y hay líquidos

que lavan el sarro,

las costras del mar.

Me expulsaron

me sangraron

me besaron

los dos pezones de mi hermana

-cuando parpadearon

una mañana de jazmines-

y la bombacha

sexagenaria de la abuela

-un sabor agridulce,

un impacto visual de agua estancada-.

Y entonces ella, mi prima,

se agachó para buscar

una muñeca corrompida

y me mostró su arco iris.

(No debiste mirar:

ahora debes partir,

justo debajo del arco

encontrarás el perdón).

Me mostró el valle sazonado

el agua florecida de retamas

que lleva al ancho mar.

Como a los pretendientes

me temblaron las piernas

pero no era la belleza

-ni ahí- mitológica,

sino una biología volcánica

el logos de la vida irrumpiendo

en los cuatro puntos cardinales…

(Ay, entro con mi balsa en tu jardín secreto

y pruebo las benditas manchas del bautismo).

Ahora era una lava ardiente

el día de tu cumpleaños

-quince, dieciséis-

y tus tetas se habían cargado

de un no recuerdo qué licor

que brotaba de la piel tersa

y de las puntas de frutilla.

Y había también

un sonido -aún no música-

un rumor que traías en las venas

hasta la punta de la lengua.

En el pueblo solitario con mar

éramos un remedio, un bálsamo,

flotaba sobre las olas sin embargo

“en cambio yo seguí pensando en ti”

era hermoso ese sufrir tan lleno

tan sin palabras

“en un mundo tan ingrato”

la ilusión de ser

el uno para el otro

allí donde nos hacemos de carne y hueso.

El volcán se hace turbulento

otros y otras “como si entraran

ladrones o fantasmas”

entonces mi lava ardiente se desplaza

y soy otro de otro y otro para otra.

(Ay, hace despacio).

Y hay líquidos, líquenes

en la primera línea

de “la guerra civil de los mortales”.

Y ahora este cuerpo

que se va gastando

cubriéndose de marcas,

de tatuajes vitales,

de amores, niños, volcanes

“Y el cuerpo de la mujer

más bello cuanto más viejo”.

(Sólo él, Walt,  pudo decir esto:

tuvo lucidez y huevos)

Y había ese olor a mujer nueva,

limón y rosas, madreselva y océano.

Era siempre envoltorio, matriz,

pero también ruptura, rajadura

de la campana de bronce,

latido, pulsación violenta.

(Fui adicto a ese aroma

a esa rompiente deliciosa)

¿Qué había más allá

sino la hostilidad del aire?

Amarré mi balsa

a un dedo de su mano.

Después todo fue

como filetearla -sin cuchillo-

“el pelo cayendo en dos alas de pájaro”

la frente frontera de la luz

los ojos de metal encendido

y una aurora de labios encarnados

temblando en los besos

y en la agitación de las palabras

deslizándose por la lengua carnívora.

(¿Ya hablamos de la pubertad de los médanos?

¿de la infancia del mar?)

Acampábamos bajo estrellas heladas

ella tenía fibras de naranja entre los dientes

nosotros la compartíamos

el amigo era otro otro

otra forma de otredad generosa

todo se abría sin límites.

Y ella, corvina abierta,

sacrificada, desnudaba entonces

su cuello de paloma

y era el surgir de los frutales…

Pero todo fue más cruel

como sucede en la tierra,

los dioses en celo

cortaron mis amarras:

ella se desangró, en su condición

de diosa, y me dio

el alimento para el viaje.

¡Y fue bello morirse de ella!

Mi balsa fue más fuerte

y llegué al puerto desnudo

y quedé amarrado ahora

a un pelo de su vientre.

(Me permito recordar

que la materia de este vello

ha sido comparada

con la fuerza de los bueyes)

Y fue, entonces, la pasión de filetearla

-con todos los cuchillos-

desde la dureza de los pies

hasta el centro blando del ombligo,

y el pasaje a una región de transparencias.

(Es un palacio de espejos:

ahí estamos todos

ahí todos festejamos)

El coro de doncellas se dispone

y el flautista y el poeta

el espectáculo es bello y sensual

provocativo y respetuoso.

(Es un placer verlo:

lo recomiendo)

María pone señuelos en su cuerpo

dos ojitos como guías de la luna

un botón de miel en la cintura

una llave secreta, una flor

debajo de la nuca.

Y ella ganó el premio

“a la que danzó con más gracia”

y yo por mi poema

obtuve una estadía

en las estancias de Zeus

con una diosa

y yo quería con esa mujer de carne y hueso

pero no era posible: debía ser una diosa

-ni Juno, ni Afrodita-

trajeron a Calypso desde la isla.

Y sí:

“creció el pasto tierno

el loto, el azafrán, las flores de jacinto

y una nube dorada

nos ocultó de todas las envidias”.

Pero una diosa es demasiado bella

-“me gusta todo de ti”-

imposible amarla

de igual a igual,

ser el uno para el otro.

Ella, embriagada por mi fragilidad

quiso atarme a su isla para siempre

me ofreció la ambrosía y el néctar:

un verdadero amor eterno.

Yo di por terminado el asunto

y volví a Puerto María,

até mi balsa como pude

y sufrí las iras de Poseidón…

Fue un viaje largo.

Y allí estaba, de carne y hueso.

Amé y fui amado

el sol quemó mi cara.

(No me quejo)

Al fin en una playa

bien lejos de los muelles

ella acercó sus labios a los míos

y sentí su aliento cálido y sabroso.

Un sabor como de ciruelas.

Nos dimos cuenta que estábamos desnudos

y allí nos quedamos un tiempo

resistente a todo calendario.

Vía láctea

(2009)

 

 

Entonces del pecho de la diosa Hera salió

el chorro de leche que formó la Vía láctea.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

a Mini

 

Tus ojos que nunca fueron de ceniza

tiemblan hoy con un rocío celeste

el furor es un pájaro muerto

la dicha vacila y ya no canta.

Sin embargo en tus rizadas constelaciones

sopla todavía una luz infinita

que el cosmos prenatal enciende y cuida,

largos hilos tejen los astros dispersos.

Con vos se extingue el gran secreto, siempre.

*

Lecho de claridad, certeza derramada

sobre la bóveda de silencio helado,

milagro que viaja a su raíz,

quietud cerrada, impenetrable y muda.

Por las entretelas del dolor macerado

los brillos de tu amor, el grano desplegado,

cristal feliz roto de tiempo,

espejos que miran despedirse.

Vuelvo siempre a nacer, a ser semilla.

*

De leche y lágrimas y dientes de sonrisas

es el chorro sideral que flota y viaja

inmóvil en el Olimpo oscuro,

tus claros astros caen, pierden luz.

Y son cunas viejas y sombrías tus párpados

cancelan el ruido de vivir

y mecen niños que se han ido lejos

serenos en el completo vacío.

Red silenciosa, innumerable siempre. 

*

Con despojada voz imprimo en el cielo

un canto igual a tu salpicadura,

restos del nutricio fulgor, fragmentos

de algas, ligaduras, granizo.

Piso tu cuerpo azul desintegrado

en siglos llantos azules de plegarias

perlas heladas brotan de tu boca

desde el hueso central de tu latido.

Vibra siempre tu voz, rica de tiempo.

*

Vibra tu voz en el cóncavo espacio

con letanías felices, con flores enredadas,

un eco de la vida más que vida

borroso mar de velos titilantes.

Lejana en la cintura del extenso camino

peregrina tu voz viaja y se duerme

prolongada en silencios invisibles

en la huella final, verdosa y alta.

Espejo siempre, visceral y alto. 

*

Brillos, esquirlas de espejos sustanciales

donde me escucho roto y entero y solitario

en el eterno espacio íntimo de la noche

y en el abrazo, el mar, la humedad y la luna.

Tu bien aventurado anuncio me desvela,

milagro tuyo soy, vivo y muero en tu seno,

parte del polvo estelar y del vacío

con los dolores de parto del poema.

Pongo siempre una estrella de palabras.

*

Larga corona de espinas y claveles

blancos en la medusa noche

corales duros en tapiz dolorido

tuyo y mío, sudario de todos.

Sin embargo aves en la niebla

celebran el ser el mí, inquebrantable

tu fe se erige en templo

y yo camino libre por los astros.

Siempre el rumbo marcado y el pie errante.

*

Tu voz duerme contigo en el espeso fondo

y brota de allí con frágil envoltura

y golpea terrible y tristemente su confinada

forma de estar aquí viviendo en muerte.

Ay, y el soleado afuera que te llama

a una celebración que ya es de otros

porque el aire te ciega y es igual

al agua, al fuego, a la tierra y la noche.

Tenue, la voz de un animal perdido.

*

Pulso interestelar lleno de siglos

incontables, la edad de tu misterio,

largo hilo fecundo enhebrando estrellas

y las mínimas hojas y los pastos.

Y caes y caes hacia el fondo del cielo

para unirte al latido del espacio

te suelta la mano el dios del aire

ya tu mirada flota en los azules.

Siempre impregnada, la plenitud disuelta.

*

Trizas de huesos en la noche inmóvil

en la tersura misma hay una grieta

lenta muerte lenta muerte lenta

duraznos vivos y ciruelas rojas.

La mesa tendida del Señor

el retorno a la Casa, la fe fuerte,

el cielo donde te ven los ciegos.

Para mí el remoto árbol arboleda.

Palpita el higo abierto y se derrama.

*

Huertas remotas de la infancia vieja,

los jardines robados al vecino

se van con vos, se quedan, se disgregan,

en la alta noche padre, hermano niño.

Ni ohs ni ayes ni nadismos nada

solo la noche neutra y encendida

y el todo aquí y ahora del camino,

santificado sea todo tu nombre.

Tu nombre todo en nada ya desnudo.

*

Y era también tu cabellera, era

nalga, silencio, juventud, tesoro,

y trazo fino y grueso, y cucaracha y alga,

y dactilares rosas, y sonidos y nieves.

Y era también tu cabellera

y una matriz de hielo

y el mar más enlutado y los bizcochos

de una amorosa harina milenaria.

Lo que dejé siempre y lo que fuimos.

*

Arañas perros mares aquí abajo

lejos del chorro de la diosa madre

los tréboles lloran en los campos

nos agitamos en el fondo del mar.

Allá incluso el sonido se disuelve

acá un rumor de oleaje es agua eterna

y podredumbres y noches y bacterias

madre dispersa te unifican mis ojos.

Mis ojos peces y abismo y sal oscura.

*

Sonoro océano del alma en sueños

agoniza un caracol que rescato nadando

y despierto ahogado de respiraciones últimas

y resuenan en mí los ecos de los ecos.

Un rastro de Dios circula por los techos

pisa suave las tejas y las chapas

mientras cae el rocío de la noche

miel de astros solitarios y lejos.

Manta invisible que me cierra los párpados.

*

Toneladas de truenos extinguidos

tiemblan en paz, encanecidas nubes,

titilan golondrinas en balcones de viento,

retumba el combate del vacío y los dioses.

Tan pequeñas entrañas siderales

acarrean torres y tambores, tomates

y toneles de moribundos versos.

Vuela la voz de pluma del poeta.

Y el cielo se hace mar, y mar el cielo.

*

En el reposo, en el dolor impávido,

hecho esquirlas de luz, de cien mil años,

esta ceniza lívida es lo único

y el ahogo, la gran pena inmóvil.

Áspero el terso pétalo marchito

rugoso el aire de tan ingenuo amor

la rosa roja de una voz de niño

que en su juego lento se desmiente.

En el reposo, en el amor inmóvil.

*

Algo detrás del silencio y de los grillos

tejiendo y tejiéndose incesante

en esfumadas armonías celestes

algo por fuera de la araña azul.

Más allá del ruido y de los márgenes

de palabras de trozos intestinos

líneas de bilis sangre venas ríos

un lugar donde soy claro e insomne.

Brilla y arde y se ve y nos mira.

*

Baja la ronca risa de las musas

en cascadas de aire tembloroso

rumor terrible a oídos descarnados

lluvia de ubres fragmentadas y frías.

Y baja un trinar de hijos

desde el hondo seno maternal del cielo

restos de voces en el agua celeste

que enturbian la tierra con gemidos.

La inextinguible risa de la muerte.

*

Lento río de huesos enterrados

en blanca procesión de peregrinos

hacia el paseo de la buenaventura

sin tacto ni ojos ni sonidos ni furia.

El pasmado vuelo de la muerte que vive

de la vida que mata en una misma estela

sin nombre, sin contornos ni huellas

antiguo y bruto asombro que desvela.

Resplandece su agua en la noche sin luna. 

*

Canto tus lejanísimos fulgores

bello animal, gala de luz, oleaje,

abrazo espuma entero de deshoras

granizo ardiendo bajo el agua y el aire.

Infinitos miles derramando su leche,

viejos niños, la leve estirpe humana

moja la morada osario de los dioses

y establece y afirma su alto paraíso.

Alto fulgor de amores derramados.

*

Miro desde el hermoso mar el horizonte

los bajos fondos de los astros altos

mojan sus redondas carnes en el agua

y me soplan su larga brisa eléctrica.

Huyen de las fauces de la diosa madre

para hundirse en sales hondas desgarradas

en jirones celestes navegan hacia el fondo

uniéndose a la fiesta final de las escamas.

Ahora el sol baja a fecundar el mar. 

*

La suavidad, la tersa piel del cielo

impregna la noche y se hace carne

de amor, fecundidad terrestre

fluyendo en tibios ríos de sangre.

Salud, paz de los vivos,

sin huesos, livianos labios templos

rocío sobre ramas y lechuzas y grillos

íntimos desnudos bellos sapos de ternura.

Luz de los astros mujer barro celeste.

*

Disuelta ya la madre en hojas lluvia

estrellas letras abismadas raíces

esparcida en largos labios de más ella

la eternizada la hermosa más amada.

Ahora es para siempre en leche y flores

jardín del cosmos tacto de mis manos

ola consumida en sangre aliento ido

respiración que cesa y suma al viento.

Polvo de amor en infinito océano.

*

Y quiero más de fin de despedida

de vos las madres fluyen y alimentan y crían

y otros hijos y otros árboles vivos

y otras ramas florecen y maduran.

La ley es morir naciendo y renacer en muerte

y estar bajo la tierra de astros y de huesos

el estrellado manto al que viajan tus ojos

ya mansos de sed, ya inclinados en siesta.

Abrazo y vida hacia otro paraíso.

*

Todavía la luz en leve parpadeo

última de fulgores empedrados

y muchas agonías, el que se ahoga

de nuevo en hospitales clínicas.

Carne que abandona carne

piel que pierde su piel querida nueva

amado espíritu del hijo

que ya es uno con vos, un amor único.

Hijo que es la luz intensa, y brilla.

*

Allá arriba, inmóvil, una en infinitas,

ahogado de hospital, sin aire,

vuelve con todas las estrellas

y respira, desahogado y habla.

Habla con sangre, y mira y sobrevive

a la muerte desnuda de su boca

se da una vuelta y otra vez agoniza

y ella une a él su esposado lamento.

Son siempre dos de amor y muerte eternos.

*

Tronco yo y aquí en anocheceres

vastos de descendencia y subidas

a la garganta en vilo, desahogada,

luz allá con ella en parpadeos.

Algo mordido en pleno plexo propio

perro que muerde qué ojos acá míos,

muslos, uñas, rodillas que vacilan

entre dos piernas, deterioro y muerte.

Y ese recuerdo siempre de nacer.

*

Es una ola que sube, es otra ola,

y arriba puedo ver mi luz estrella

niebla opaca luce su mirada

y dura y perdura ya libre de vos.

Muerdo yo también y también muero

morir que llama antes del alba,

abre ventanas, se dirige al cielo

por la enramada limpia y lejanías.

Brillos, perlas de vos que duran siempre.

*

Los intestinos cantan el voraz insomnio

no saben de qué, no tienen letra

sino su fijo cielo entre los marcos

de las costillas, ventanas casi de alba.

Alba que no llega, insomnio solo,

solitario en llamas finas del ombligo

lejos de todo peso levedad sin fin

como si ellas también hubieran muerto.

Ahogado que respira y lejos late.

*

Entra hondo el aire enramadas y túneles

verano también alba baja lento

y entre los bordes de la sangre mente

suaviza el no dormir, el mudo llanto.

Llanto de otros, mudas agonías,

piel en la tuya sumada, repartida,

no quiere irse al fin a ese destello

último del cielo, a tu camino.

Manto de  madre desterrado en cosmos.

*

Quiero estar lejos de tu leche inmóvil

y estar cerca y ser aquí y allí

y manar de vos, y ser olvido,

y encarnadura de amor en hijos luces.

Insomnio que empuja a descansar en paz,

no es cementerio, no es hospital dormido

sino vigilia de ojos infinitos

perlas de otros mundos, integridad de seres.

Y ya soy perla viva y resplandezco.

*

Dispuesto a respirar, a abrir el agua,

me desahogo ahora, hora tras hora,

me voy de viaje al molino del cielo

bruma de exilio hogar eterno amado.

Todo es brizna de tu manto blanco

y aquel recuerdo siempre renacido,

leves las tripas leves los silencios

amanece y fulgura luz en todo.

Y aquel recuerdo siempre renaciendo.

*

Inesperado desierto entre las sábanas

entre los dedos alineados y uñas

que dan de sí su enigma,

que son en sí estrellas en puñado.

Juego de ser abajo, aquí en la tierra,

pelo enamorado cabeza ojos deseantes

constelación recostada, inmóvil, que respira

huesos que flotan, agonías vibrantes.

Siempre en el cielo de soñar despierto.

*

Luz sin objeto ahora, sombra en sí,

abajo aquí es el mar, astros de agua,

no saber qué hacer o cuándo o cada día,

algas nalgas, corazón de oleaje.

Siempre abajo, debajo de tu estela,

recostado en el mar, arena movediza,

la mente desmembrada, feliz, ausente, quieta,

respirando en el humus, en tierra muerta viva.

A punto de nacer, siempre en tu cielo.

*

Alas escamas leves desveladas

sábanas albas por ventana de ángeles

brisa que sabe amanecer

gusto a tu ausencia.

Trepa el niño entre cipreses ciegos

va por veredas altas y remotas

fiesta de nochebuena sabios tíos

primas amadas sueltos animales.

Bajo tu nube estar siempre acunado.

*

Bajo tu sed, bajo tu muerte lenta,

bajo tu miedo de cerrar las alas,

respiro en socavones de esta noche

entre ladridos, solitarios sapos.

La noche sigue y ruge en su silencio

y en algún lugar tu peso mínimo

respira, sueña, se hace niño en viaje

en viaje hacia su estrella.

Ya veo salir tu vuelo desprendido.

*

Sube el destello, tu carne, tu silencio,

a la inscripción en la distancia fija

donde se hiela y muere la pregunta

y tu cuerpo ya es de arriba, brasa fría.

Brama la noche y el cortejo del mar

alza su espuma, lejos de tu sueño

y ya sos niña y te aman

y te vuelven al sol de cada día.

Brillo de los jardines, flores vivas.

*

Yacentes órganos, lentísimo letargo,

íntimas ataduras que persisten,

algo mueve aún los duendes de tus huesos

la tierra latiendo antes del alba.

En el mero centro oscuro sol oculto

¿Soy todavía allí, o nomás recuerdo,

cigarras de la brisa, rueda en ruta, gallos,

ruge o brama la noche, el alba llega?

Preguntas nuestras, dudas de las tripas.

*
Y afuera es un otoño en flor de astros

entre nubes, y aquí la flor marchita

entre pastos canta su agonía,

allá el alto silencio, el aura sola.

Canto yo por ella a voz en cuello

ranas que rozan ululan las palomas

pinos que anuncian nada ramas mudas

ronquido ronco del mar llega en la bruma.

En poca tierra toda, en un puñado.

 

A propósito de “El mar”

 

En esta obra cada una de sus partes se integra de un modo entrañable, se equilibran y forman un todo.

En “Ritos” veo una presencia hecha de sensaciones: color, olores, seres del mar. Todo ello sugiere imágenes de amor, sensualidad, vida; aunque en algunos momentos expresa lo efímero del hombre y no falta una meditación sobre su destino, el contraste entre la pequeñez humana y lo inmenso del mar. Surgen así inevitables pensamientos acerca de lo que pasa, de la final realidad de la muerte.

En “Gaviotas del horizonte” el mar y aquello que lo rodea son telón de fondo para un bello poemario amoroso, cargado de sensualidad, al punto que en ciertos momentos asoman las analogías con el Cantar de los Cantares bíblico. Es la mujer, presente o ausente, con su esplendor prometido, la dulzura de la unión, a veces también su pérdida. 

En “Piedras marinas” el mar parece alejarse, ser más un recuerdo que una presencia, un recuerdo entre otros: la infancia, los seres queridos, la pérdida, alguna muerte. Los cambios de tiempo verbal en el mismo poema dan idea de contenidos de conciencia que se entremezclan, se cruzan, conviven juntos sólo porque los convoca el hilo unificador de cada poema.

Este es un hermoso libro y creo que abrirá el camino a otros.

 

Federico Peltzer

Buenos Aires, 1993

Acerca de este libro

A.Z.

Todos los veranos, acá en Villa Gesell, Aníbal Zaldívar propone una serie de encuentros nocturnos bautizados “La poesía y el mar”. En estas reuniones lee un sinfín de poetas: desde Homero a Viel Temperley, la más variada profusión de de firmas que puedan imaginarse. Todos los poemas que lee tienen un mismo motivo: el mar. El mar de Ulises, según Borges, el joven mar, y también el incesante. A estas reuniones, ya míticas, Zaldívar suele sumar amistades: desde un director de cine que está de paso a un vecino. Y por qué no, un guardavidas. Podrían pensarse estas reuniones como una cofradía, un culto. Sin embargo, en la medida que aumentan sus fieles, que el ritual se expande, se prueba que el alcance de lo trascendente puede experimentarse ahí nomás, en una casa del pinar donde varias voces ensamblan tanto las visiones de Whitman como las de Kavafis.  

Hay una anécdota que sugiere la relación profunda que Zaldívar tiene con la palabra. Hace un tiempo, en un encuentro literario en Santa Fe, donde profesores universitarios, críticos y estudiantes de Letras disertaban sesudamente sobre Juanele, Aníbal levanto la mano y pidió la palabra. Ante el auditorio asombrado, el desconocido se paró y recitó de memoria unos versos de Juanele. El silencio que lo rodeó fue tan de asombro como de revelación. De pronto los versos habían tornado prescindible toda apostilla académica en torno a la voz de Juanele, que ahora hablaba a través de Aníbal.

Estoy convencido de que estas dos situaciones, el ciclo de lecturas en el bosque de la Villa  y el recitar a Juanele definen el modo en que Zaldívar entiende el uso de la palabra.

Ahora, “El mar en todo”. El nombre de esta suma de poemas que abarca casi treinta años de escritura pareciera aludir a la prueba ontológica: No hay duda de que algo con respecto a lo cual no se puede concebir nada más grande existe tanto en el intelecto como en la realidad, escribió el legendario filósofo de Canterbury. Ese “algo” (pueden llamarlo absoluto) es en Zaldívar el mar, sus estados, los cambios de luz, la orilla con sus dunas y más allá el bosque, “la selva oscura” en la conviven tanto el colibrí como la lechuza. La suya es una poesía de la naturaleza que, con conciencia de que todas las cosas vienen al mar, se pregunta si los huesos tendrán una respuesta. Si en un nivel sus versos recuperan un aliento místico, en otro, el existencial, cabe a la vez este reparo: El cielo está vacío y no merece una lágrima. Es decir, si la poesía es para Zaldívar un acercarse al misterio, en su expresión puede surgir, como en un koan zen, la interrogación que deviene insight. En su estrategia de búsqueda, infatigable, lo físico y su registro cotidiano, íntimo y minucioso,  remiten al carácter primitivo y sacro del enunciado. Uno de los nombres de Dios puede ser el mar. Pero, por qué no, también el hombre en su naturaleza revelada.

 

Guillermo Saccomanno,

Villa Gesell, mayo 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Texto Contratapa)

 

 

 

 

“El nombre de esta suma de poemas que abarca casi treinta años de escritura pareciera aludir a la prueba ontológica: No hay duda de que algo con respecto a lo cual no se puede concebir nada más grande existe tanto en el intelecto como en la realidad, escribió el legendario filósofo de Canterbury. Ese “algo” (pueden llamarlo absoluto) es en Zaldívar el mar, sus estados, los cambios de luz, la orilla con sus dunas y más allá el bosque, “la selva oscura” en la conviven tanto el colibrí como la lechuza. La suya es una poesía de la naturaleza que, con conciencia de que todas las cosas vienen al mar, se pregunta si los huesos tendrán una respuesta. Si en un nivel sus versos recuperan un aliento místico, en otro, el existencial, cabe a la vez este reparo: El cielo está vacío y no merece una lágrima. Es decir, si la poesía es para Zaldívar un acercarse al misterio, en su expresión puede surgir, como en un koan zen, la interrogación que deviene insight. En su estrategia de búsqueda, infatigable, lo físico y su registro cotidiano, íntimo y minucioso,  remiten al carácter primitivo y sacro del enunciado. Uno de los nombres de Dios puede ser el mar. Pero, por qué no, también el hombre en su naturaleza revelada”.

 

Guillermo Saccomanno,

Villa Gesell, mayo 2013