El mar y el siglo de oro

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En el encuentro del sábado 4 nos preguntamos dónde está el mar en la poesía del siglo de oro español… La tradición latina no está muy ligada al mar, sino a la tierra. Por fuerza de la expansión, los romanos se hicieron marinos. En la Eneida de Virgilio (siglo I A.C.) encontramos el verbo “arar” para la navegación:

longa tibi exsilia et vastum maris aequor arandum               780
«Te espera un largo exilio y arar la vasta llanura del mar»

Cuando Quijote y Sancho llegan al mar, no expresan un asombro poético o metafísico, y lo que dicen es muy básico, muy simple:

«Volvióse Roque, quedóse don Quijote esperando el día, así a caballo como estaba, y no tardó mucho cuando comenzó a descubrirse por los balcones del oriente la faz de la blanca aurora, alegrando las yerbas y las flores, en lugar de alegrar el oído: aunque al mesmo instante alegraron también el oído el son de muchas chirimías y atabales, ruido de cascabeles, «¡trapa, trapa, aparta, aparta!» de corredores que, al parecer, de la ciudad salían. Dio lugar la aurora al sol, que, un rostro mayor que el de una rodela, por el más bajo horizonte poco a poco se iba levantando.

Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo7, harto más que las lagunas de Ruidera que en la Mancha habían visto; vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas8, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes9 que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua…»

En cambio, cuando los griegos de la «Anábasis» de Jenofonte ven el mar, sienten que volvieron a su hogar:

«Al quinto día llegaron a la cima de la montaña llamada Teques. Cuando los primeros alcanzaron la cumbre y vieron el mar prodújose un gran vocerío. Al oírlo Jenofonte y los que iban en la retaguardia creyeron que se habían encontrado con nuevos enemigos […]. Pero como el vocerío se hacía mayor y más cercano y los que se aproximaban corrían hacia los voceadores, como el escándalo se hacía más estruendoso a medida que se iba juntando mayor número, parecióle a Jenofonte que debía de tratarse de algo más importante, y montando a caballo se adelantó con Licio y la caballería a ver si ocurría algo grave. Y en seguida oyeron  que los soldados gritaban: «¡El mar!, ¡El mar!», y que se transmitían el grito de boca en boca. Entonces todos subieron corriendo; retaguardia, acémilas y caballos avanzaron vivamente. Cuando llegaron todos a la cima se abrazaron con lágrimas los unos a los otros, generales y capitanes».

(Jenofonte, La expedición de los diez mil (Anábasis), siglo V A.C.)

Esta escasa presencia del mar en nuestra tradición se extenderá a nuestra literatura, donde el eje será la llanura, el campo, y no el mar, como en griegos, ingleses, y otros pueblos de arraigo marino.

Entonces, encontramos el mar en la poesía del siglo de oro en la literatura, en la retórica: la influencia de Petrarca, quien transmite en el Cancionero la herencia grecolatina y sus tópicos marinos: el navigium amoris, y muchos otros. Garcilaso, Quevedo, Lope, entre los más ilustres, cultivan el soneto y la canción petrarquiana y producen una poesía magnífica. Veamos una selección: 

  • La barca de la vida:

Soneto XXI

Rota barquilla mía, que arrojada
de tanta envidia y amistad fingida,
de mi paciencia por el mar regida
con remos de mi pluma y de mi espada,

una sin corte y otra mal cortada,
conservaste las fuerzas de la vida,
entre los puertos del fervor rompida,
y entre las esperanzas quebrantada;

sigue tu estrella en tantos desengaños,
que quien no los creyó sin duda es loco,
ni hay enemigo vil ni amigo cierto.

Pues has pasado los mejores años,
ya para lo que queda, pues es poco,
ni tema a la mar, ni esperes puerto.

Lope de Vega

*

Soneto 7

AGRADECE, EN ALEGORÍA CONTINUADA, A SUS TRABAJOS SU DESENGAÑO, Y SU ESCARMIENTO

¡Qué bien me parecéis, jarcias y entenas,
Vistiendo de naufragios los Altares,
Que son peso glorioso a los pilares,
Que esperé ver tras mi destierro apenas!

Símbolo sois de ya rotas cadenas
Que impidieron mi vuelta en largos mares;
Mas bien podéis, santísimos Lugares,
Agradecer mis Votos en mis penas.

No tanto me alegrárades con hojas
En los robles antiguos, remos graves,
Como colgados en el Templo, y rotos.

Premiad con mi escarmiento mis congojas;
Usurpe al Mar mi nave muchas naves;
Débanme el desengaño los Pilotos.

Francisco de Quevedo

  • Mitología: Leandro y Hero:

Soneto XXIX

Pasando el mar Leandro el animoso,
en amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso.

Vencido del trabajo presuroso,
contrastar a las ondas no pudiendo,
y más del bien que allí perdía muriendo,
que de su propia muerte congojoso,

como pudo, esforzó su voz cansada,
y a las ondas habló desta manera
mas nunca fue su voz de ellas oída:

«Ondas, pues no se excusa que yo muera,
dejadme allá llegar, y a la tornada
vuestro furor ejecutad en mi vida».

Garcilaso de la Vega

  • La cabellera, en la orilla, en el mar, en el oleaje:

Soneto 2

Esparcido el cabello por la espalda
que fue del sol desprecio y maravilla,
Silvia cogía por la verde orilla
del mar de Cádiz conchas en su falda.

El agua entre el hinojo de esmeralda,
para que entrase más, su curso humilla;
tejió de mimbre una alta canastilla,
y púsola en su frente por guirnalda.

Mas cuando ya desamparó la playa,
«Mal haya, dijo, el agua, que tan poca
con su sal me abrasó pies y vestidos».

Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya
la sal que tiene tu graciosa boca,
que así tiene abrasados mis sentidos».

Lope de Vega

*

Soneto 94

(Afectos varios de su corazón fluctuando en las ondas de los cabellos de Lisi)

En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.

Leandro en mar de fuego proceloso
su amor ostenta, su vivir apura;
Ícaro en senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.

Con pretensión de fénix encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta que su muerte engendre vidas.

Avaro y rico, y pobre en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.

Francisco de Quevedo

  • El mar como el final de la vida, que es un río… con las Coplas de Manrique como antecedente de este soneto de Quevedo, con final estoico:

Soneto 20

Salmo XVIII

Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al acero valiente, al mármol frío,
que contra el Tiempo su dureza atreve.

Antes que sepa andar el pie, se mueve
camino de la muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio río
que negro mar con altas ondas bebe.

Todo corto momento es paso largo
que doy, a mi pesar, en tal jornada,
pues, parado y durmiendo, siempre aguijo.

Breve suspiro, y último, y amargo,
es la muerte, forzosa y heredada;
mas si es ley, y no pena, ¿qué me aflijo?

Francisco de Quevedo

**

El tópico del llanto que aumenta el agua del mar:

Soneto 108

Persevera en la exageración de su afecto amoroso y en el exceso de su padecer

En los claustros del alma la herida
yace callada; mas consume hambrienta
la vida, que en mis venas alimenta
llama las medulas extendida.

Bebe el ardor hidrópica mi vida,
que ya ceniza amante y macilenta,
cadáver del incendio hermoso, ostenta
su luz en humo y noche fallecida.

La gente esquivo, y me es horror el día;
dilato en largas voces negro llanto,
que a sordo mar mi ardiente pena envía.

A los suspiros di la voz del canto,
la confusión inunda l’alma mía:
mi corazón es reino del espanto.

Francisco de Quevedo

*

La ambición humana, frente al mar que acepta sus límites. El tópico de la maldición al que inventó la navegación, perdición del hombre por la codicia.

Soneto 42

LA TEMPLANZA, ADORNO PARA LA GARGANTA MÁS PRECIOSO QUE LAS PERLAS DE MAYOR VALOR

Esta concha que ves presuntuosa,
por quien blasona el mar índico y moro,
que en un bostezo concibió un tesoro
del sol y el cielo, a quien se miente esposa;

esta pequeña perla y ambiciosa,
que junta su soberbia con el oro,
es defecto del nácar, no decoro,
y mendiga beldad, aunque preciosa.

Bastaba que la gula el mar pescara,
sin que avaricia en él tendiera redes
con que la vanidad alimentara.

Floris, mejor con la templanza puedes
adornar tu garganta, que con rara
perdición rica, que del Ponto heredes.

Francisco de Quevedo

Soneto 43

Comprehende la obediencia del mar, y la inobediencia del codidioso en sus afectos

La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y escrita en la arena, ley te humilla;
Y por besarla llegas a la orilla,
Mar obediente, a fuerza de vaivenes.

En tu soberbia misma te detienes,
Que humilde eres bastante a resistilla;
A ti misma tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.

¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
De ocupar a los peces su morada,
Y al Lino de estorbar el paso al viento?

Sin duda el verte presa, encarcelada,
La codicia del oro macilento,
Ira de Dios al hombre encaminada.

Francisco de Quevedo

*

Y luego citamos a la poesía mística, donde la navegación es del alma hacia Dios, especialmente en la refinada y transparente poesía de Fray Luis de León.

La magnífica Oda a Francisco de Salinas:

ODA III

A Francisco de Salinas

Catedrático de música de la Universidad de Salamanca

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!

Fray Luis de León

*

En relación al soneto y al endecasílabo, destacamos su riqueza y continuidad, en la obra de Miguel Hernández, García Lorca, Jorge Luis Borges, entre otros grandes poetas.

Como hago cada semana, hice una breve referencia a mi obra poética en relación al tema central. Con respecto al soneto, leí un ejemplo de los satíricos de fútbol, plasmados en el librito del grupo Pura Garra, que publiqué en 2013 junto con El mar en todo. Y la irónica alusión a la copla castellana en los larguísimos versos de Coplas de orilla, libro publicado en 2015.

Finalmente hice una referencia a la transmisión por internet de la poesía, con sus grandes errores de copiado y atribuciones falsas.

El p´róximo sábado, El mar en la poesía del siglo XX, con la presencia del profesor y poeta Ricardo Rabitti.

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