Navegaciones…

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Los poemas de Navegaciones (1995-2001) que leímos el sábado.

1

Toco la orilla del mar

y es un manantial

furias en calma.

Y ahora es un barco de agua

cáscara de nuez

en océanos sin nombre.

2

Duermo en el nido del escarabajo

sumergido en la tibia cueva de arena

oigo corridas de liebres veloces

y pisadas leves de lagartijas.

El viento corre en la superficie

y no me deja morir solitario

corta a jirones su cara en las matas

y tiembla, inquieto, en los plumerillos.

Siento crecer las uñas en mis dedos

encarnados big bangs imperceptibles

salvo para el telescopio de mi alma

despierta y sensible como lengua de almeja.

Siento el pelo enredado en mi cabeza

creciendo hacia adentro, anudando ideas,

y el caracol de mis oídos con ecos de mar

dibujando su rulo interminable.

Los sabores en mi boca cambian de color

mis dientes gimen su lento deterioro

mi nariz condenada no puede detenerse

y mi lengua dispara un latigazo de sapo.

Me invaden aullidos de torturados

cuerpos enfermos arrasados entran,

vía crucis, gritos espectrales,

peregrinos rojos bajo este cielo negro.

Cielo de continuados cataclismos

donde cada destrucción inicia

el nacimiento de los nuevos destellos

claros de la vida.

Las cosas rotas fluyen

y circulan como corrientes marinas

y rodean las rocas de la tierra

y vuelven a rotar y a sumergirse.

En el cielo mínimo de mi sangre

una semilla de las Tres Marías

un hálito de Cruz del Sur viaja conmigo

a las remotas aguas bautismales.

El origen de la oscura amenaza

y dolores de parto inmemoriales

abriendo la ranura de la respiración

la bienvenida de los dulces aromas.

Y el árbol de ciruela apetitoso

en verano, y la vara del viejo vecino

corriéndonos entre frutales prohibidos

sin alcanzar ni vencer nuestra alegría.

Mientras los cataclismos se suceden

en una grande orgía perpetua

entre el agua del sol y el aire del océano

todo está naciendo y volviendo a su lugar.

Y no queríamos ser dioses:

robábamos ciruelas moradas y kinotos

y el fruto de la higuera, lechoso y rojo,

y éramos dioses rápidos de fuerza y desnudez.

Y tal vez Él estaba, mojado, en nuestras bocas

y vagaban sus ángeles en nuestros sueños

antes que la hierba nos creciera en el pecho

con su olor seminal y su ecuación secreta.

Noches de ligustrinas y empedrados

de olores sin nombre y mosquiteros

que negaban la oscuridad y dividían

el aire, noches de aliento a padres dormidos.

Este mismo cielo estaba ya crucificado

por las mismas luces y viajado

por la estrella de los reyes y el misterio

robado a Santa Claus y a su carro de oro.

Las nubes recordaban la condición terrestre

y como ahora, hacían agua del aire

y hacían diluvio y caricia

deshojándose con percusión original.

Y nadie se queja de esterilidad

y para terror o dicha nadie está

mirándonos, o todo nos mira

desnudos en un mismo ojo invisible.

Vuelvo al sueño de las cortaderas

el sol es la promesa que puede no cumplirse

la sangre circula rumorosa y el mar

sigue rumiando solo como una vaca negra.

11

Salgo ahora a la playa desierta

bajo el cristalino atardecer.

Sobre los médanos sensuales

corre la brisa fría del invierno.

El horizonte se quema lentamente

y se enciende la guía de la luna.

Me extingo con la luz y veo más,

mi visión se abre con las sombras.

El cielo crece alrededor

con sus espías.

12

Es nada más y solamente esto:

la certeza, el misterio de existir

una y otra vez apareciendo

revelándose en el aire

en la bruma, en los pastos,

en los rumores de las liebres secretas

y en los ostreros y en las lagartijas

y en los sueños de los granos de arena.

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