Poesía, mar, pesca

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Textos leídos en la charla del 29 de enero de 2022, Chalet de don Carlos. Continué con el desarrollo de mis poemarios, esta vez con el libro Orillas (publicado en 1996), donde abundan los poemas dedicados a la pesca. Tuvimos una sección dedicada a la «Psicología de la pesca», un artículo que tuvo su réplica enriquecedora. Y mucho más. Abrazo!!!

*

De mi libro Orillas (1996)

Pez muerto

No es bruma sumergida

sino sal de luz,

astilla luminosa

inmóvil en la arena

con la boca sin aire, en el viento.

Mis dedos tocan la escama endurecida,

anatomía desesperada

sobre las huellas del gozar,

del agua limpia.

Canta el emocionado

como si tuviera ya esos ojos

en la tierra remota

en el cielo de Dios.

Canta donde ya no hay muerte,

ni dolor, ni tiempo,

donde ya no se habla

sino del Cielo Azul, interminable.

Como una piedra que cantara

con la voz de lo que viene

en un rozarse

sin fin.

Pescar

La inquietud del mar

en el fino hilo,

y el latido

del misterio profundo,

el vientre del deseo y la espera,

del porvenir.

El oído sobre el pecho abierto

del cosmos, erguido el cuerpo

disuelto el pensamiento

en el amnios grande y verde.

La palabra ausente, la soledad,

el líquido canto de la espuma,

escamas prometidas como trozos

de cielo sumergido.

El riesgo, el enigma,

la aventurada expectativa

del hombre en el alba

de los tiempos.

La búsqueda, la saciedad

y la pregunta interminable,

nostalgia del horizonte y la bruma

desde esta orilla.

De pesca

Diríase que vamos en el seno

materno, en las aguas nupciales,

que vamos en vaina, protegidos,

en un bote, al garete, vamos.

Con el hígado lívido, lejano,

meciendo el cuerpo sobre columnas

pisciformes, deseando ser agua,

pejerrey movedizo, alga sacudida.

Vamos mordiendo y trampeando también

a seres inasibles, arrancando escamas,

tirados al sol, vamos, a la sombra

de bandadas de patos, recostados.

Allí vamos pero el sueño termina, hace

frío, salpicados llegamos al muelle

y los dientes trituran ya la carne

capturada, futuros vestigios en la sangre.

Un manojo de versos sustituye

al pez natural, creando en el vacío

de la masa concreta y hermosa

palabra inútil sobre milagro muerto.

A un tiburón

Deslizándose en la ola

uno ve al tiburón majestuoso

y pregunta si un poema es suficiente

para justificar este crimen.

Uno cuenta que ha podido vencer

por una vez la fuerza del océano

mientras la piel áspera se sacude

entregando sus últimos fulgores.

¿Qué lugar de palabras ahora ocupa

este ser libre, poderoso,

fuerte en su reinado de espuma

y hondura inaccesible?

En el relato del pescador no puede vivir

esa materia bruta exterminada, tampoco

en un punto del recuerdo donde apenas acuden

unas palabras a recrear sus aletas.

El vacío es tal y el orgullo es tal

que ambos se pierden en el mítico oleaje:

un majestuoso pez resistiendo en su agua

y un pescador sediento, brutal, emocionado.

**

De Luis de Góngora: “Soledad segunda”

Mallas visten de cáñamo al lenguado,
Mientras, en su piel lúbrica fiado,
El congrio, que viscosamente liso
Las telas burlar quiso,
Tejido en ellas se quedó burlado.

Las redes califica menos gruesas,
Sin romper hilo alguno,
Pompa el salmón de las reales mesas,
Cuando no de los campos de Neptuno,
Y el travieso robalo,
Guloso, de los cónsules, regalo.

Éstos y muchos más, unos desnudos,
Otros de escamas fáciles armados,
Dio la ría pescados,
Que, nadando en un piélago de nudos,
No agravan poco el negligente robre,
Espacïosamente dirigido
Al bienaventurado albergue pobre”

(versos 90-195)

Vemos un lenguado “vestido” (atrapado) por la red de cáñamo; un congrio (quien tuvo ocasión de pescarlo sabe que es tal cual dice el poeta: viscoso y liso, de piel aceitosa); un salmón majestuoso, un róbalo travieso… y otros muchos nadando en “un mar de nudos” (la red). La escena concluye con el bote (robre) que se dirige, cargado (agravado) al albergue pobre…

La cuestión con Góngora, entre otras muchas, es la traslación de las estructuras del latín al castellano. Un castellano relativamente nuevo, que surgía de la amalgama de varios idiomas y tomaba forma, así como tomó forma el italiano con Dante y con Petrarca y entró en la literatura. Góngora tiene tres facetas: la sencillez del romancero y otros formatos de la llamada “poesía menor”; la del soneto, importado de Italia por Garcilazo y Boscán, de enorme productividad en España; y su “invento” más personal, que lo caracteriza: la poesía enrevesada, que a veces pierde completamente de vista el referente bajo una maraña de complejidades sintácticas, figuras retóricas, alusiones y otras formas que van construyendo un magnífico castillo verbal.

Acá van otros fragmentos de la Soledad Segunda (el primero lo puse por afinidad personal con la pesca).  Son dos ejemplos simples de cómo funciona el hipérbaton.

“Los escollos el sol rayaba, cuando
Con remos gemidores,
Dos pobres, se aparecen, pescadores,
Nudos al mar, de cáñamo, fiando”.

(versos 33-36)

“Si de aire articulado
No son dolientes lágrimas suaves
Estas mis quejas graves,
Voces de sangre, y sangre son del alma”.

(v. 116-119)

En los dos hay que “desarmar” el hipérbaton: “Cuando el sol rayaba los escollos, dos pobres pescadores se aparecen, (remando) con remos gemidores, fiando (arrojando) al mar nudos (redes) de cáñamo”. “Si éstas, mis quejas graves de aire articulado (voz), no son dolientes y suaves lágrimas, (son) voces de sangre; y sangre del alma”.

*

El viejo y el mar (frag), Ernest Hemingway

Decía siempre “la mar”. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de “ella”, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban alto, empleaban el artículo masculino, lo llamaban “el mar”. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o incluso un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía evitarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.

*

He always thought of the sea as ‘la mar’ which is what people call her in Spanish when they love her. Sometimes those who love her say bad things of her but they are always said as though she were a woman. Some of the younger fishermen, those who used buoys as floats for their lines and had motorboats, bought when the shark livers had brought much money, spoke of her as ‘el mar’ which is masculine.They spoke of her as a contestant or a place or even an enemy. But the old man always thought of her as feminine and as something that gave or withheld great favours, and if she did wild or wicked things it was because she could not help them. The moon affects her as it does a woman, he thought.

Ernest Hemingway, The Old Man and the Sea

**

Poema

En el acantilado del oeste un viejo pescador

duerme toda la noche,

al amanecer junta agua del río Hsiagn, y hace

un fuego con bambúes.

Las nieblas se disuelven, el Sol se eleva,

ningún hombre aparece aún,

el remo boga, repentinamente las montañas y el río son verdes.

Navegando en medio de la corriente, mira hacia atrás, al cielo infinito,

desde los acantilados, las nubes lo siguen sin intención.

Liu Tsung-yuan (773/819)

*

Río Nevado

Mil montañas, ningún pájaro vuela,

Diez mil senderos, ni una huella de hombre.

En el bote, un viejo vestido a la ligera,

Pescando solo, en el helado río nevado.

Liu Tsung-yuan (773/819)

*

El pescador

El pescador va por su bebida,

entra al negocio de vinos,

y también ordena

pescado y cangrejos.

En cuanto al vino, sólo pide los suficiente

como para intoxicarse.

No pregunta el precio,

el pescador se emborracha.

Baila en su chaqueta de hierbas,

trata de hallar el camino a casa.

Deja que el pequeño remo se mueva,

y que el bote flote.

Cuando se despierta,

No tiene idea de dónde se encuentra.

Se despierta el mediodía,

Y ahí en el río, su sueño

se rompe en pedazos en esta primavera.

entre capullos que caen,

Y candelillas que vuelan.

Sobrio pero borracho, borracho pero sobrio,

Se ríe de la mortalidad.

Todo esto en antiguo y nuevo.

Su T’Ung Po ((1036/1101).

*

PSICOLOGÍA DE LA PESCA

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Promediaba el ardiente marzo (*) y vi a mi hermano renquear en la orilla y lo admiré o admiré su resistencia porque el dolor no le impedía caminar hacia su caña, recoger la línea, encarnar nuevamente, ingresar al mar hasta la cintura, afirmarse en el oleaje y lanzar lejos, trastabillar y equilibrarse, cerrar el pick up del reel, aflojar la estrella, regresar empujado por las olas con la caña en alto, detenerse en la orilla, acomodar el posacañas, tomarse la cintura con los dos brazos en jarra, cerrar los ojos, respirar profundamente, caminar hasta la camioneta, revolver su mochila, beber unos sorbos de una petaca, encender un puro y caminar hacia mí, sonriendo.

Por la mitad de sus molestias yo habría renunciado a la tarde de pesca y pasaría el tiempo tomando pastillas y rezando salmos a los dioses. Sin molestias corporales, mi desafío era superar mi condición de pescador cachivache, algo que ocurría cuando perdía la conexión con el mar y entraba en un torbellino de acciones. En ese momento recién salía del agua con el torpedo salvavidas y las antiparras, luego de llevar a doscientos metros de la orilla, nadando, un espinel de siete anzuelos, fruto de la ambición desmedida y la confusión. También había lanzado dos cañas con líneas de fondo, encarnadas con langostino y anchoa, y me fatigaba yendo y viniendo con tanto aparejo que atender mientras la conciencia me dictaba lo de siempre, la antigua sabiduría de la simplicidad que consiste en llevar una sola caña (la de uno, la propia), con una línea de un solo anzuelo, y no enloquecer suponiendo que, como dijo el poeta, “las lentas costumbres de los astros” pueden alterarse a causa de nuestro nerviosismo, nuestra voluntad desmesurada, nuestra intervención revolucionaria, en un ámbito donde las posibilidades de tener éxito depende de infinitas variables ajenas a nuestro deseo.

En fin: yo había pescado, con las cañas, dos corvinas chicas, y con el espinel, una desdeñable raya, que se había prendido enseguida en uno de los siete anzuelos, había arrastrado la línea hacia el sur y enredado ese exceso convirtiéndolo en una madeja indiferenciada. Mi hermano, limitado a una sola caña y con su artrosis de cadera a cuestas, había logrado una corvina de tamaño digno. En estas fatigas estábamos cuando llegó una camioneta y se instaló a pocos metros. Mirá que estamos lejos, pensé, molesto. A dos kilómetros de Cariló y a seis kilómetros de Gesell, ahí donde no suelen llegar sino los pescadores que tienen marcado el punto con la vieja antena de la ruta 11 o con unos bidones atados al alambrado del predio del enduro. Pero cuando reconocí a Billy se me pasó el atisbo de enojo porque es uno de los nuestros. Billy, el gordo de Cotel, pescador de tiempo completo, ahí estaba con su esposa Griselda como compañía y un aire de convicción y suficiencia que yo, desde que pesco hace 46 años –empecé con mi primo en el verano del 69-, intento en vano aprender. Mientras recogía otra vez mi espinel, observé  a Billy bajar un trasmallo, caminar cruzando la canaleta de baja profundidad y clavar los caños en la arena. Lo hizo con pasmosa tranquilidad, hábil maniobra de un hombre de 150 kilos que en diez minutos y sin despeinarse dejó listo su aparejo. El mar empezaba a crecer. Sentado al lado de su esposa, a resguardo el viento del noreste, esperó unos quince minutos y se arrimó al trasmallo para desenganchar una lisa grande. De unos dos kilos. Volvió, prolijo y sereno con la lisa en la mano, y siguió, relajado, disfrutando del mate amoroso que le cebaba su chica.

Yo revisé el espinel, que había derivado otra vez hacia el sur y otra vez tenía una triste raya enredada en una trama de anzuelos absurdos. Mi hermano volvió hacia su caña, maniobrando con el puro y con entusiasmo la tomó y pegó un cañazo vehemente. Devolví mi rayita al agua y me quedé contemplando el espinel, la caña de acción pesada y el reel Peter cargado con 500 metros. Eso sí me daba orgullo: el Santa Catalina industria argentina de los años 60 que me regaló Jorge Martínez Salas. Una reliquia, herencia de Jorge Martinez Salas padre, que su familia trajo de Paraná, Entre Ríos, en 1969. Un reel con historia de capturas de dorados, y de grandes fracasos nuestros en los años 70, cuando intentábamos lanzar con él y sólo lográbamos infinitas galletas difíciles de desenredar. Cuestión que, evolucionando mi vocación pesquera en la misma proporción que decrecía la suya, lo desempolvó un 29 de noviembre y me lo regaló. Tomá, está mejor en tus manos, me dijo Jorge, y desde entonces lo conservo, lo cuido y lo uso, porque sigue siendo un “tractor” industria nacional. Guardé el espinel mientras mi hermano, ahora con el agua casi hasta el pecho, volvía a lanzar su sacrificado sedal al mar profundo, y Billy entraba otra vez al mar, pesado y ceremonioso, a recoger otra voluptuosa lisa de su trasmallo.

Ahora fui yo el que sorbió de la petaca, desdeñé los movimientos de mis cañas –no distinguí si había un pique o se sacudían por el oleaje-, y estiré las piernas, todavía doloridas por el partido de fútbol de anoche. Para colmo había dormido mal: un raspón en la rodilla me había molestado y perturbado mi sueño. No era importante, pero me picaba, y no había podido resolverlo con cremas ni con aloe ni con alcohol, y cuando me tapaba, el roce de la sábana resultaba insoportable… Mientras desenredaba y guardaba el espinel, recordé que después del partido me había venido de golpe una certeza, que  ahora podía asociar claramente a la pesca: la imposibilidad de cambiar. Desde hace muchos años intento cambiar mi forma de juego, modificar los mecanismos básicos que me gobiernan en la cancha de fútbol: exagerado uso del cuerpo, dificultad para pasar la pelota a un compañero en mejor posición, repetir el recurso del amague, la gambeta corta, la velocidad y la sorpresa. Me propongo una y otra vez pensar más, bajar un cambio, y algunas veces lo logro, pero inexorablemente en el fragor del juego vuelvo a la modalidad más antigua, la impresa en mis genes, mi inconsciente, la irracional, la bestia que irrumpe sin que la pueda regular.

“Urgente hay que poner un trasmallo”, dice mi hermano. “¿Viste al gordo aquel? Ya sacó cuatro lisas, las fileteó y las dejó listas para comérselas. ¿Y el trasmallo que compraste el año pasado?”

“Nunca lo usé… Lo saqué el otro día. Está todo enredado. Quise desarmarlo pero me resultó imposible. Se lo dejé a Pablo, el guardavidas, para que lo desarme cuando haya sudestada y tenga el día libre”.

“Bueno, es increíble esto, no podemos perdernos esta pesca. Es un protocolo que tenemos que sumar a la red de arrastre, el kayak y el gomón”.

“Che, vos que sos psicólogo, te hago una consulta: ayer después del fútbol me dí cuenta de lo difícil que es cambiar… Quiero mejorar en el fútbol, quiero mejorar en la pesca, pero siempre vuelvo a mis formas primarias, apenas logro algunos progresos esporádicos”.

“¿Pero algo progresaste?”

“Algo, pero no todo lo que quisiera, y cada tanto me sorprendo siendo el mismo de siempre. ¿Qué opinás?”

“Es complicado, hermano… Por ahora sigamos pescando, dejame pensar tranquilo una respuesta”. (Continuará)

(*) Marzo de 2015 fue el mes más caluroso de la historia (diario Clarín, 17 de abril de 2015).

Anibal Zaldivar

(Publicado en el Semanario El Fundador, viernes 8 de mayo de 2015).

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LA CORVINA MÁS GRANDE DEL MUNDO

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(Psicología de la Pesca-Elogio del obsesivo)

Aceptado el convite, hermano poeta y pescador!  Claro que como corresponde a otro tipo  complicado,  psicoanalista y de la familia, me detuve en mis propias galletas, que me llevo un buen tiempo desenredar, para finalmente conformarme y conformar una respuesta. Allá vamos!

En primer lugar quiero compartir unas consideraciones previas (que retomaré al final) sobre lo que llamaría la psicología del pescador,  en su dimensión descriptiva, fenomenológica. Y creo que vamos a coincidir en establecer que la paciencia y la exageración son en principio,  los rasgos más destacados que caracterizan al sujeto de esta actividad.

También es bastante cierto que el éxito y la eficacia en la práctica de la pesca están muy supeditados a la suerte, y esa condición propicia el uso de una multiplicidad de estrategias, rituales,  inventos y dispositivos de todo tipo y calaña, que van desde el pica pez hasta el eco sonda, desde el estudio de las mareas y los infructuosos y fallidos rezos a San  Ictícola de los Peces, hasta las variaciones en el arte de encarnar.

Pero si me remito a tu pregunta, tenemos que pensar más específicamente en las complicaciones en las que nos enredamos cuando intentamos pescar,  y referirnos  a los determinantes  psicológicos de los caminos absurdos y reiterativos que tomamos dentro de un menú de posibilidades  y decisiones que  la pesca nos plantea.

Dicho esto, parecería que mas allá de la pesca, esta actitud irracional, este ejercicio inadecuado, inconducente  y hasta dañino para el cuerpo ,  se repite,  resiste y no es fácil de modificar (no aprendemos con la experiencia) y como si esto fuera poco se presenta también en otras acciones y campos de tu vida (el fútbol por ejemplo).

Esto nos lleva a pensar que se trataría entonces de una consulta acerca de una condición muy personal, de un rasgo  que te caracteriza, te incomoda y te habita implacablemente.

Pero no te preocupes,  gambetiemos la parte que te toca de cerca y  tratemos de orientar la respuesta hacia algunas consideraciones  más colectivas.

Es evidente que las personas  damos vueltas, somos vuelteros, no damos regularmente en el blanco, cometemos errores, nos confundimos en el camino, no somos eficaces ni eficientes. Esto nos cabe a los humanos en tanto neuróticos en general, en mayor o menor medida, seamos pescadores, ingenieros, médicos, políticos,  mancos (los gordos y los rengos también fallamos), estudiantes, argentinos, japoneses (erran menos….  Lacan los consideraba inanalizables por su relación con la falta), jugadores de fútbol (‘era por abajo palacios!!!’),  amas de casa o pilotos de avión (de cualquier nacionalidad).

Este  desencuentro con las supuestas metas que nos proponemos, se pone de manifiesto en los mecanismos que se interponen en el camino del deseo y su satisfacción.  Consisten, en el caso  de la obsesión,  en  una cantidad de laberintos, ritos  y elucubraciones,  inútiles al fin,  pero funcionales a otros requerimientos psíquicos de tipo compulsivo, donde se satisfacen otras pulsiones menos claras, en fin, inconscientes, que  cuando  se desanudan,  irrumpen y desestabilizan  nuestra economía   psíquica y nos someten a un sufrimiento que requiere análisis, tratamiento.

Pero esta mirada no agota el tema ni mucho menos, en todo caso esta buena para bajar un cambio con la auto exigencia,  puede servir para convivir mejor con los recorridos y locuritas de cada uno y de los demás, reconocerlos y analizarnos para sufrir menos y no repetirnos patológicamente a pesar de estar,  por estructura  y según las coordenadas de  cada neurosis,   dispuestos a hacerlo. Y creo que  vale fundamentalmente,   para el ámbito terapéutico, donde es imprescindible contar con un marco teórico y conceptual para analizar el  padecer psicológico.

Dejemos entonces al paciente y su maraña en el diván. Y coincidiendo con Hamlet en que hay más cosas en el cielo y la tierra de las que sueña nuestra filosofía,   vayamos a desarrollar  otras cuestiones que tu relato y tu desafío me sugirieron. Quizás arrojen algo de luz sobre como sobrellevar las marcas impresas en el cuerpo a lo largo de nuestras  vidas y los limites transitorios  o definitivos que nos impone el simple paso del tiempo.

Me parece que cuando  vamos a pescar,  aún en ocasiones en que  objetivamente deberíamos meternos en la cama,  nos empuja una emoción histórica,  personal  y compartida.  Creo que nuestros limitados envases y sus dolores se diluyen y relativizan  en alquimias y motivaciones  subjetivas y pasionales como  por ejemplo  volver a sentir el entusiasmo infantil  con el que salíamos  a pescar  o a jugar al fútbol a los 10 y 12 años.

Era marco de aquella aventura,  el  paisaje de  almejas tendidas en la orilla como un inmenso manto amarillo y vivo en cada madrugada, mientras mirábamos a  los pejerreyes  huir con la ola, abundancia de un mar generoso en épocas de una  villa deshabitada y dos pibes deslumbrados ante toda  esa maravilla de amaneceres,  mares y playas repletas de tesoros inclasificables adonde hoy,  regresamos  cada vez.

Antes equipados con una lata  atravesada por  un palo y con una línea de mano atada a unos metros de tanza maltrechos y mal enroscados, precario y artesanal  reel (matriz  del gran Santa Catalina) con el que sacábamos  esas espinudas  burriquetas  mientras soñábamos en secreto con aquella corvina de 16 kilos que habitaba en los relatos de nuestro primo pescador.

Hoy, mientras desarrollamos las más variadas estrategias y recurrimos a los más sofisticados equipos, el mar y sus renovadas y sorprendentes  sinfonías (adjunto Foto de la última incursión),  vuelve a ser  testigo y parte de nuestras interminables charlas, de nuestra inquebrantable amistad.

Y más allá de nuestra historia particular, existe  un universo extraordinario de transferencias, proyecciones e inspiraciones que los mares han infundido en más de uno en la historia de esta breve humanidad. Esto vos lo sabes como poeta que consiste ante ese mar  y lo construye en  una enorme diversidad  de sentidos que se reflejan en tus charlas, en tu investigación, en tu arte, en tu  poesía,  en tu  Mar en Todo.

Hoy saludo y acompaño firmemente tu  actitud de búsqueda, comparto tus preguntas y tu convicción de que hay mucho por mejorar  (el aspecto valioso de una advertida disposición obsesiva) y  abono la más romántica y estimulante suposición  de que las mejores corvinas todavía  no las pescamos. También descanso plácidamente en tu sabiduría (no olvides tu condición de hermano mayor y tu orden de Sensei  -ningún pescador cachivache- otorgada oportunamente por la sociedad secreta que conformamos con Fer, nuestro amigo en común y compañero de tantas aventuras) y  reafirmo  la causa de la Lisa que todavía no pescamos y que por ahora solo da que hablar.

Lisa que pronto formará parte de la mesa amistosa y familiar, de un nuevo momento de placer culinario, ceviche y parrillada de por medio, otra rica, simple e imprescindible práctica que motiva, sostiene y  justifica nuestros próximos pasos.

Finalmente y a propósito de los excesos y distorsiones en la que incurre la población del ramo, te reenvió  (al  periodista), el testimonio grafico que documenta el  relato de un pescador local que reivindica para sí la captura en la zona del Faro Querandí, del pez más grande jamás pescado, una corvina rubia que duplica en tamaño al Faro mismo.

Hasta la próxima aventura.

Gustavo Zaldivar

Tu hermano, psicólogo, obsesivo, aprendiz crónico y asumido de pescador.

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