Presentación en Cariló

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“Agradezco a Sandra Portelli por el espacio Enamorarte en Cariló, donde el martes pasado presenté el libro de poemas “El mar en todo”. ¡¡Un gran acontecimiento!! Veinticinco personas reunidas en pleno centro comercial en torno a la Poesía. Fernando, Verónica, Mariel y Gustavo, en ese orden, iluminaron con sus palabras y lecturas. Los amigos, artistas, vecinos y turistas presentes, con su silencio, respeto y visible emoción… Yo quise entonces recordar al dios Zeus, el portador del rayo, por la terrible tragedia que vivimos días pasados en Villa Gesell, y por la estela de temor que dejó. Zeus, el que amontona las nubes: cuando el sábado 18 el cielo al sur se puso negro y empezó a tronar, el éxodo de los que estábamos en la playa fue guiado por un antiguo terror, volvíamos a una raíz indeleble de humanidad que todavía nutre nuestras venas. Cambiamos, evolucionamos, pero algo de aquel hombre primitivo sigue latiendo, algo que grita en las entrañas de nuestra debilidad y nuestra incertidumbre. Y acá entra con su altura humana la poesía. La Musa, como escribió Hesíodo en el siglo VIII AC; la Señora, como decía Gelman en el siglo XXI. La poesía se para en el borde en el que ya no sabemos, no tenemos respuestas, no podemos más que asombrarnos o aterrarnos o emocionarnos y decir nuestra palabra, nuestro aullido, nuestra música, nuestra plegaria, nuestra voz quebrada que intenta decir lo indecible, nombrar lo innombrable. “La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico. El danés que articulaba el nombre de Thor o el sajón que articulaba el nombre de Thunor no sabía si esas palabras significaban el dios del trueno o el ruido que sucede al relámpago. La poesía quiere volver a esa antigua magia” (Borges). Si la raíz del lenguaje es irracional y mágica, nosotros somos esencialmente irracionales y mágicos. De esto hablaba el maestro Juan Gelman, cuya muerte fue también un rayo. Dijo: “la poesía es un árbol sin hojas que da sombra”; “la poesía da cobijo en sus tiendas de fuego”; “la poesía se instala en la lengua como cuerpo y no la deja dormir”; “la poesía ofrece rostros que duran la eternidad de un resplandor”; “la poesía sucede cuando las palabras lograr decir lo que dicen y además decir lo que no dicen, y de esa manera logran callar lo que dicen”. Para ratificar lo que Gelman acaba de decir, elegí leer en esta presentación de El mar en todo, un poema dedicado a un río, que está en el centro mismo del volumen (página 138). El mar en todo no dice río, pero también dice río, por lo tanto calla la verdad del título; porque en realidad la poesía dice que Todo está en todo, incluyendo mares y ríos. (En la mitología griega, Océano no era el nombre del gran mar, sino del río circular que abrazaba la tierra). Mi poema habla de un río muy pequeño que corre entre las sierras de la Ventana, al sur de la provincia de Buenos Aires: el Sauce Grande. Lo escribí en 1994, al regresar de un campamento, de un tirón, con las sensaciones y emociones acumuladas en ese borde, en esa orilla.   Río Sauce Grande   Amparo terrestre para el río cauce de palma de indio o cauce pedregoso con pisadas de vacas, y relinchos acostados.   Sin el semen perturbador viene el toro produciendo su huella acariciado por brisa de retamas.   Bajo la noche silenciosa el agua rodea las piedras, corre, circula en pensamientos distraídos, el olvidos aéreos.   Así el tiempo baja de las rocas demorado el amplios manantiales ocultas matrices de agua nutricia que nuestra sed busca en vano.   Sobre la superficie veteada por remolinos y fugaz espuma, la vida dulce estalla en peces rojos y en diminutas flechas transparentes.   *   La imagen es de cántaro o de vasija extendida como don o milagro incrustado en las arrugas de la tierra.   Hacia la bruta sal interminable donde es áspero el beso y arden labios y donde  todo cae consumiéndose a dentelladas de increíble miedo.   Es una variedad infinita que no alcanzamos a plasmar porque llega la noche y con su ala oscura nos entierra.   *   Al amanecer vuela un panadero blanca estrella sin rumbo suave y frágil cruza la cruda luz y la vaga sombra del aire.   Pongo también mi ausencia contra  el horizonte en declive de las sierras, puedo anidar entre loros chillones con palomas ululantes o caer en el barro.   Caminando en el agua verde uno abandona el dulce veneno familiar ordenado en páginas, medialunas grises, avisos agrupados.   Veo la tierra cayendo en su sombra final, acorralada por el fuerte humo agrio que traen las ciudades.   Pero estos últimos días, estos últimos siglos, o períodos o eras son aquí más plenos, entre peces que sólo gozan el agua.   *   Bajo ahora a unirme al toro polvoriento  que mea en la brisa, rito elemental de libertad bajo las tibias estrellas.   La idea es de sogas trenzadas, firmes, no demasiado fuertes, cascada que remansa y luego corre, entre juncos y piedras.   Hablamos para el viento y hablamos para un oído de mujer, y gritamos hacia la inmensidad vacía de ecos o poblada de sueños de millones de noches.   Pero sólo el agua reza por todos, escucha: su vigilia alcanza, su bautismo abraza nuestra causa perdida.   *   Yo también soy un río un agua derramada una superficie caída un cauce inclinado.   Tengo barro en la espalda y pastos en el pelo, bagres fondeadores limpian mis entrañas, brutales tarariras muerden mis huesos y finos pejerreyes circulan en mis venas.   La lluvia me alimenta las gotas me acarician me excita el rocío y me derramo en cascadas.   Me prodigo en los valles, me pudro en los remansos, un solo pensamiento dejo impreso en las piedras.   Voy, llevo en los labios palabras indecibles, rumores atrapados por el ser en vigilia: soy el río mirado y el ojo que lo mira.   *   Vacío de auditorio el concierto del río desciende bruto armonizando sonidos de pájaros y silbidos de viento intermitente y percusión de lluvias.   A veces los muertos de abajo gritan, y la anestesia de la tele acude a silenciarlos, es la unidad trágica del mundo.   Los heridos también o los hambrientos suben por la corteza e invaden las gargantas de los grillos y da igual dormirse en ese arrullo.   Está el río y está el oído, polvo los atraviesa, vacío de auditorio el oído o la voz disuelven su encanto, en el rocío terrestre.   *   La mente transparente añora inexplicable un descanso, y luego un pique desmedido o un pique suficiente, y luego otro.   En los hondos suspiros de las boyas o en anzuelos azules y luego ese brillo impalpable del atardecer sobre el agua.   Cuando ondea con finos élitros el aire suspendido, y borbollones sacuden cada minuto de agua y nada respira nadie.   El cuerpo transparente añora un qué imposible, un insaciable cuándo, hasta que solo, fondea en la noche.   ****   Zeus, el Todopoderoso, fue también un niño desvalido. Su padre Crono, acuciado por el oráculo que anunciaba que uno de sus hijos le quitaría el trono, se los comía a medida que nacían (famosa pintura de Goya). Entonces Rea cansada de que su bestial marido devorara cada uno de sus críos, decidió engañarlo: le dio de comer una piedra en lugar del recién nacido Zeus, y escondió a su hijo en una isla lejana. Allí fue amamantado por la cabra Amaltea. Cuando la cabra-nodriza murió, Zeus le quitó la piel y la fabricó con ella la Égida, manto o escudo protector. Este dios-niño desvalido necesitado de madre protectora vuelve a traerme a Gelman y un recuerdo personal: cuando el poeta volvió del exilio, yo estaba casualmente en Buenos Aires y asistí a la presentación de su libro “Carta a mi madre”. Un poema desgarrado y  visceral, donde habla el hijo, donde el hijo suelta una larga y entrecortada serie de versos y reconstruye con ellos ese vínculo perdido-recuperado. Me siento ahora cerca de Gelman, de  Zeus, porque el último poemario de El mar en todo, “Vía láctea”, es, como la “Carta a mi madre” de Gelman, como la égida de Zeus: mi piel de cabra, mi escudo protector tejido con los versos durante la enfermedad de mi madre. Cuando en mayo de 2008 supimos que ella sufría una enfermedad irreversible, mi reacción fue escribir. En abril de 2009, luego de leer los 350 sonetos del Cancionero de Petrarca, sentí la llegada de una música, una secuencia de nueve versos, un soneto disminuido o recortado (¿noneto? ¿nonato?). Esa música confluyó con el mito griego de la Vía Láctea: el chorro de leche de la teta de la diosa Hera, entrañable fundación mítica de la Madre y el Cosmos. Con la imagen fija el ese cielo, surgieron los poemas, como un chorro de palabras, una salpicadura… Leo los primeros poemas:   Tus ojos que nunca fueron de ceniza tiemblan hoy con un rocío celeste el furor es un pájaro muerto la dicha vacila y ya no canta.   Sin embargo en tus rizadas constelaciones sopla todavía una luz infinita que el cosmos prenatal enciende y cuida, largos hilos tejen los astros dispersos.   Con vos se extingue el gran secreto, siempre.   *   Lecho de claridad, certeza derramada sobre la bóveda de silencio helado, milagro que viaja a su raíz, quietud cerrada, impenetrable y muda.   Por las entretelas del dolor macerado los brillos de tu amor, el grano desplegado, cristal feliz roto de tiempo, espejos que miran despedirse.   Vuelvo siempre a nacer, a ser semilla.   *   De leche y lágrimas y dientes de sonrisas es el chorro sideral que flota y viaja inmóvil en el Olimpo oscuro, tus claros astros caen, pierden luz.   Y son cunas viejas y sombrías tus párpados cancelan el ruido de vivir y mecen niños que se han ido lejos serenos en el completo vacío.   Red silenciosa, innumerable siempre.   *   Con despojada voz imprimo en el cielo un canto igual a tu salpicadura, restos del nutricio fulgor, fragmentos de algas, ligaduras, granizo.   Piso tu cuerpo azul desintegrado en siglos llantos azules de plegarias perlas heladas brotan de tu boca desde el hueso central de tu latido.   Vibra siempre tu voz, rica de tiempo.   *   Vibra tu voz en el cóncavo espacio con letanías felices, con flores enredadas, un eco de la vida más que vida borroso mar de velos titilantes.   Lejana en la cintura del extenso camino peregrina tu voz viaja y se duerme prolongada en silencios invisibles en la huella final, verdosa y alta.   Espejo siempre, visceral y alto.   *   Brillos, esquirlas de espejos sustanciales donde me escucho roto y entero y solitario en el eterno espacio íntimo de la noche y en el abrazo, el mar, la humedad y la luna.   Tu bien aventurado anuncio me desvela, milagro tuyo soy, vivo y muero en tu seno, parte del polvo estelar y del vacío con los dolores de parto del poema.   Pongo siempre una estrella de palabras.   *   Larga corona de espinas y claveles blancos en la medusa noche corales duros en tapiz dolorido tuyo y mío, sudario de todos.   Sin embargo aves en la niebla celebran el ser en mí, inquebrantable tu fe se erige en templo y yo camino libre por los astros.   Siempre el rumbo marcado y el pie errante.   *   Tu voz duerme contigo en el espeso fondo y brota de allí con frágil envoltura y golpea terrible y tristemente su confinada forma de estar aquí viviendo en muerte.   Ay, y el soleado afuera que te llama a una celebración que ya es de otros porque el aire te ciega y es igual al agua, al fuego, a la tierra y la noche.   Tenue, la voz de un animal perdido.   *   Pulso interestelar lleno de siglos incontables, la edad de tu misterio, largo hilo fecundo enhebrando estrellas y las mínimas hojas y los pastos.   Y caes y caes hacia el fondo del cielo para unirte al latido del espacio te suelta la mano el dios del aire ya tu mirada flota en los azules.   Siempre impregnada, la plenitud disuelta.   *   Trizas de huesos en la noche inmóvil en la tersura misma hay una grieta lenta muerte lenta muerte lenta duraznos vivos y ciruelas rojas.   La mesa tendida del Señor el retorno a la Casa, la fe fuerte, el cielo donde te ven los ciegos. Para mí el remoto árbol arboleda.   Palpita el higo abierto y se derrama.   *   Huertas remotas de la infancia vieja, los jardines robados al vecino se van con vos, se quedan, se disgregan, en la alta noche padre, hermano niño.   Ni ohs ni ayes ni nadismos nada solo la noche neutra y encendida y el todo aquí y ahora del camino, santificado sea todo tu nombre.   Tu nombre todo en nada ya desnudo.   *   Y era también tu cabellera, era nalga, silencio, juventud, tesoro, y trazo fino y grueso, y cucaracha y alga, y dactilares rosas, y sonidos y nieves.   Y era también tu cabellera y una matriz de hielo y el mar más enlutado y los bizcochos de una amorosa harina milenaria.   Lo que dejé siempre y lo que fuimos.   ***   Gracias a Sandra, a Ecu, a los que fueron a Cariló, y a los que leyeron estas líneas. Seguimos el sábado 25 a las 19 con las charlas de poesía en el Chalet de Don Carlos. ¡Seguimos! Un poeta es alguien lleno de preguntas (lleno de ilusiones). Abrazo.

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