Viaje a Grecia (1)

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Estuvimos cuatro días en Atenas, y después de un mes, volvimos para quedarnos dos días antes de tomar el avión de regreso. En esta segunda estadía logramos la vista deseada de la Acrópolis, desde el monte Filopapo. La publico junto con una reconstrucción de lo que fue en su tiempo de esplendor, obra del pintor alemán Leo Von Klenze.

1) Los primeros sabores: Ensalada griega, con el típico queso «feta»; Saganaki; Salsa tzaksziki; Dolmades, Mussaka, aceitunas de mil variantes, yogur natural…  Probé la carne, el vino y el pescado, pero para probar nomás. Son productos muy caros, y tenemos en casa mejor vino, mejor carne, y mejor pescado. Alternativas: el vino retsina, rico y popular; y la carne tipo kebab o souvlaki, exquisitamente especiada, gusto original para nosotros.

2) Vivir una experiencia de viaje siempre implica despojarnos de categorías, salirnos de nosotros mismos. Si no está ese vértigo, no hay experiencia verdadera, profunda. Lo que llevamos encima no cambia necesariamente con el hecho espacial de trasladarnos. Siempre somos Odiseo o el Principito: viajar es confrontar y quebrarse, mucho o poco, no importa. Ver la rosa y comprender que la nuestra no es la única en el mundo, para luego volver y reconocer que sí, que la rosa nuestra es la única porque es nuestra, porque nos reconoce y la reconocemos. Cuando volvemos de algún viaje, siempre nos decimos: qué lindo es vivir aquí.

3) En un aeropuerto paseo por los duty free de artículos incomprables. Una mujer Amish, con sus ropas típicas y su cofia, compra chocolates. Muy rubia, de rostro pálido y de una belleza sin sensualidad. Un rato más tarde, observo a una joven, con el traje de monje tibetana, sola, recostada en un sillón de la sala de embarque, comiendo papas fritas y mirando el celular. Más allá del asombro, pienso que estamos todos trajeados, todos cubiertos con algún disfraz que nos oculta y nos exhibe. Poco antes de embarcar, pasa a nuestro lado una mujer negra, toda cubierta por ropas coloridas, con una larga pollera pegada al cuerpo, caminando con gracia y meneando las caderas. Atractiva, enérgica y sensual.

Al escribir nos desnudamos, como hacían los griegos en el gynmasion; por eso la escritura suele ser íntima o incluso impúdica. Quedamos con nuestra primera y última máscara.

(continuará) Kaliimera!

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