Viaje a Grecia (4)

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* El mismo día de la presentación de La Boya en el Festival de San Pablo, Brasil, donde estaban presentes Magu y Fernando, nadé hasta una boyita en la playa Panormos, en los confines de la isla de Naxos. Ahora estoy de vuelta en Villa Gesell, desgranando los apuntes que tomé en el viaje, y Fernando está en Trieste, participando con la Boya en el Festival Latinoamericano, en pocos días se exhibirá en Roma, el 29 de noviembre, en la Blanco Encalada, en el barrio Chino de Belgrano, y este verano vuelve los viernes al Pinar del Norte. ¡En todos los mares, con la Boya en el corazón!
* Desde Atenas hacia el Peloponeso: Micenas y sus ruinas llenas de nostalgia homérica por la grandeza de Agammenon, el tesoro de Atreo y la puerta de los leones. Luego Nauplia, con la impronta veneciana que tendrán las choras de las cícladas y la extraordinaria Chania, en Creta. En la playa Paralia Asinis, escucho: “el idioma del agua es igual en todas las orillas”. Se oye también, pero arriba, el murmullo del viento en las hojas de los eucaliptos. Se mezclan los idiomas, se integran, ¿dialogan? El otoño regala una tarde tranquila, sin turistas, y el oleaje suave puede hablar e incluso cantar sin que nadie interrumpa.
* La decisión es viajar a ritmo relajado, a costa de renunciar a visitar algunos sitios “imperdibles”… El largo recorrido por el Peloponeso planeado en abstracto se reduce a Olimpia, cruzando por la pastoril Arcadia. Y es un acierto. El sitio arqueológico donde nacieron los célebres juegos panhelénicos supera en mucho a mis expectativas y prejuicios. Enorme, sus ruinas dejan traslucir el increíble esplendor que habría alcanzado. Construcciones magníficas, templos, gimnasios, el estadio al aire libre de 212 metros y capacidad para 50 mil espectadores, predios para los distintos deportes, instalaciones para las delegaciones de las distintas ciudades, para los jurados, para las autoridades, la estatua de Zeus sedente encargada a Fidias, de 12 metros de altura, con mármol, oro y marfil. Y un museo arqueológico extraordinario, donde se lucen las obras de la primera cultura micénica de perfección y audacia alucinantes.
Mil doscientos años de juegos olímpicos: 776 AC al 380 DC. El emperador cristiano Teodosio declaró prohibidos todos los juegos paganos, pero no alcanzó con esto: mandó destruir todas las construcciones, todo rastro de esta belleza pecaminosa tan cercana a los dioses.

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