Borges y el mar I

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Comencé a recopilar poemas del mar al mismo tiempo que los escribía y preparaba mi primer libro, en 1982. En los años 83-84 publiqué una columna en el semanario “La Villa”, titulada “La poesía y el mar”, con poemas de Whitman, Pessoa, Alfonsina Storni, Neruda, Borges, entre otros autores. “El mar” y “El mar”, dos sonetos que Borges publicó en 1964 y 1972,  me acompañaron desde entonces, y fueron parte medular de mis charlas sobre el tema. Ambos cuadran en tópicos centrales: “El mar como aventura”, y “El mar como espejo del hombre”, que citaré en esta nota, cuando llegue el momento. Además de estos dos sonetos, yo recordaba de manera imprecisa que el mar aparecía en poemas, cuentos, ensayos y prólogos de Borges, con variadas funciones. Me propuse entonces releer la obra completa, y buscar en ella minuciosamente la presencia del mar, abrir los ojos ciegos del poeta y ver el mar a través de ellos. Disfruté de la lenta  lectura del maestro, y como presentía, encontré lo que buscaba. Uno de sus primeros poemas lleva el solemne título: Himno del mar.


Yo he ansiado un himno del Mar con ritmos amplios como las olas que gritan;
Del Mar cuando el sol en sus aguas cual bandera escarlata flamea;
Del Mar cuando besa los pechos dorados de vírgenes playas que aguardan                                                                                                                           sedientas;
Del Mar al aullar sus mesnadas, al lanzar sus blasfemias los vientos,
Cuando brilla en las aguas de acero la luna bruñida y sangrienta;
Del Mar cuando vierte sobre él su tristeza sin fondo
La Copa de Estrellas.
(…)

Atlético y desnudo. Sólo este fresco aliento y estas olas,
y las Copas Azules, y el milagro de las Copas Azules.
(Yo he soñado un himno del Mar con ritmos amplios como las olas jadeantes.)
Ansío aún crearte un poema
Con la cadencia adámica de tu oleaje,
Con tu salino y primeral aliento,
Con el trueno de las anclas sonoras ante Thulés ebrias de luz y lepra,
Con voces marineras, luces y ecos
De grietas abismales
Donde tus raudas manos monjiles acarician constantemente a los muertos…
Un himno
Constelado de imágenes rojas, lumínicas.

Oh mar! oh mito! oh sol! oh largo lecho!
Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.
Que ambos nos conocemos desde siglos.
Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.
(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por vez primera en tu seno).
Oh proteico, yo he salido de ti.
¡Ambos encadenados y nómadas;
Ambos con una sed intensa de estrellas;
Ambos con esperanza y desengaños;
Ambos, aire, luz, fuerza, obscuridades;
Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria!

(Revista Grecia, 1919)

Este poema de juventud formó parte del libro titulado: “Los salmos rojos” o “Los ritmos rojos”, que el joven Borges dedicó a la revolución bolchevique de 1917, a la solidaridad y a la hermandad entre los hombres. Un libro nunca publicado, del que Borges renegó poco después, como de toda esta etapa de su producción literaria. Acorde con su militancia en el ultraísmo, abundan en este Himno las metáforas, la grandeza visual, la verborragia, el predominio de un yo expansivo; todo lo que Borges posteriormente desechó a favor de una estética contenida, austera, con terror al énfasis. No volveremos a encontrar en su poesía “olas que gritan”, ni “pechos dorados de vírgenes playas”, ni aullidos ni blasfemias, ni un camino “largo como un beso”; tampoco las imitaciones de Whitman, en cuanto a la efusividad atlética y corporal y al contacto sensual con las aguas y a identificación poderosa entre el poeta y el mar, ni el ideal de una poesía de largo aliento:

Como todo joven poeta, yo creí alguna vez que el verso libre es más fácil que el verso regular; ahora sé que es más arduo y que requiere la íntima convicción de ciertas páginas de Carl Sandburg o de su padre, Whitman.

(Prólogo a la obra poética completa,  1981).

Lo cierto es que, pasada esta etapa, resignado, Borges empieza a ser Borges. Rápidamente ajusta su poesía, y vemos aparecer el mar en un poema de su primer libro publicado, donde ya destacan adjetivos firmes e inquietantes, lejos de la efusión y la obviedad:

Lo asedian vanamente

los estériles cerros silenciosos

que apresuran la noche con su sombra

y el triste mar de inútiles verdores.

(“Jardín”, en Fervor de Buenos Aires, 1923)

No quiero ajustarme a un estudio cronológico, diacrónico; prefiero seguir la huella de este aspecto metafórico y retórico, del mar. Lo vemos aparecer como distancia, como nostalgia asfixiante:

Tu ausencia me rodea

como la cuerda a la garganta,

el mar al que se hunde.

(Ausencia, Fervor de Buenos Aires, 1923)

 

Entre mi amor y yo han de levantarse

trescientas noches como trescientas paredes

y el mar será una magia entre nosotros.

(Despedida, Fervor de Buenos Aires)

 

Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron

por un mar que tenía cinco lunas de anchura

y aún estaba poblado de sirenas y endriagos

y de piedras imanes que enloquecen la brújula.

(Fundación mítica de Buenos Aires, Cuaderno San Martín, 1929).

 

Las noches y los mares nos apartan…

(Al primer poeta de Hungría, El oro de  los tigres, 1972)

Cita con pasión las “kenningar”, metáforas, epítetos antiguos, sorprendentes.

 

El mar:

techo de la ballena, tierra del cisne, camino de las velas, campo del viking, prado de la gaviota, cadena de las islas…

(Las Kenningar, Historia de la Eternidad, 1936)

Como cuando uno hace un largo recorrido a pie y al llegar a la meta mira hacia atrás, al terminar la lectura volví sobre las marcas en el texto e intenté una clasificación. Algunas funciones del mar aparecen de manera aislada, por ejemplo, en relación con la vida, el destino y la muerte:

Solo una cosa sé. Que Alfonso Reyes

(donde quiera que el mar lo haya arrojado)

Se aplicará dichoso y desvelado

Al otro enigma y a las otras leyes.

(Alfonso Reyes, El Hacedor, 1960)

 

Somos el vano río prefijado,

Rumbo a su mar…

(Son los ríos, Los conjurados, 1985)

Aisladamente el mar es también metáfora de la imaginación. El poeta declara que la lectura de Las mil y una noches abren “mares y auroras” en su sombra –en su ceguera, su oscuridad-. Y que él, indigno de tantas cosas, es digno de ésta, así como de Whitman y del olvido y del amor anhelado.

 

On his Blindness

 

Indigno De los astros y del ave
Que surca el hondo azul, ahora secreto,
De esas líneas que son el alfabeto
Que ordenan otros y del mármol grave
Cuyo dintel mis ya gastados ojos
Pierden en su penumbra, de las rosas
Invisibles y de las silenciosas
Multitudes de oros y de rojos
Soy, pero no de las Mil Noches y Una
Que abren mares y auroras en mi sombra
Ni de Walt Whitman, ese Adán que nombra
Las criaturas que son bajo la luna,
Ni de los blancos dones del olvido
Ni del amor que espero y que no pido.

(En: El oro de los tigres”, 1972)

Y vuelve a ser distancia, y lejanía y finalidad, en La brújula:

 

Todas las cosas son palabras del
idioma en que Alguien o Algo, noche y día,
escribe esa infinita algarabía
que es la historia del mundo. En su tropel

pasan Cartago y Roma, yo, tú, él,
mi vida que no entiendo, esta agonía
de ser enigma, azar, criptografía
y toda la discordia de Babel.

Detrás del nombre hay lo que no se nombra;
hoy he sentido gravitar su sombra
en esta aguja azul, lúcida y leve,

que hacia el confín de un mar tiende su empeño,
con algo de reloj visto en un sueño
y algo de ave dormida que se mueve.

(Una brújula, en “El otro, el mismo”, 1964)

Abundo en citas, porque importan más los poemas de Borges que mis comentarios. En realidad, quiero que esta nota sea una invitación a la lectura, además de un humilde homenaje. Como decía, en un intento de clasificación, encuentro que el mar aparece con funciones poco frecuentes, pero también en temáticas que se repiten obsesivamente a lo largo de toda la obra. Una de ellas, como ya señalé, es “El mar como aventura”. La vida en el mar no es fácil… Dicen los marineros fenicios:

“Madre de Cartago, devuelvo mi remo”.

“Duermo, luego vuelvo a remar…”

“Dioses, no me juzguéis como un dios

Sino como un hombre

A quien ha destrozado el mar”.

(La poesía, en: “Siete noches”, 1980)

Pero la bandera de la aventura en el mar es Ulises, el gran héroe de la antigüedad. Como apunté al principio, es el personaje de uno de los dos sonetos que llevan el mismo título.

 

El mar
El mar. El joven mar. El mar de Ulises
Y el de aquel otro Ulises que la gente
Del Islam apodó famosamente
Es-Sindibad del Mar. El mar de grises

Olas de Erico el Rojo, alto en su proa.
Y el de aquel caballero que escribía
A la vez la epopeya y la elegía
De su patria, en la ciénaga de Goa.

El mar de Trafalgar. El que Inglaterra
Cantó a lo largo de su larga historia,
El arduo mar que ensangrentó de gloria

En el diario ejercicio de la guerra.
El incesante mar que en la serena
Mañana surca la infinita arena.

(En “El oro de los tigres”, 1972)

 

Ulises es el arquetipo, pero hay muchos Ulises: Erico el Rojo, Da Gama, Selkirk, Cervantes, Alonso Quijano, y el Ulises de la Divina Comedia, que para Borges es la proyección de Dante Alighieri. Acaso, “parejamente”, estos Ulises que Borges recrea sean una proyección de sí mismo.

Anibal Zaldivar

(El viernes próximo, la segunda parte de esta nota)

3 comentarios

  1. Alejandro F. Trigo

    Querido amigo, me hizo tanto bien leer esos poemas de Borges!
    Como Sábato, considero que Borges ante todo es un gran poeta!!!!( hablo en presente porque así lo siento).
    Me satisface y alegra que tu senda marina brille con pleno apogeo.
    Abrazo
    Ale.

    • admin

      Gracias Alejandro, leer a estos grandes poetas es como ver el mar, siempre se lo ve «por vez primera», con ese mismo asombro de la primera vez. Te mando un abrazo, y una pregunta: ¿como va tu creación plástica? Nos vemos!!

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