Brindis con música y delicias…

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El sábado cumplimos con el objetivo de brindar por haber finalizado la experiencia de canjear el libro Relatos de viaje y otros naufragios. Fueron más de 30 intercambios… Varios de los “canjeadores” participaron del encuentro, y leyeron fragmentos del libro seleccionados para la ocasión. Como cierre, cantamos “Aquellas pequeñas cosas”, de Serrat, y Betty nos deleitó con algunas canciones interpretadas con gran sentimiento. La anfitriona, Gaby Di Stéfano, nos ofreció la calidez del lugar, la mítica Casa de Antonia, y ofreció delicias dulces y saladas preparadas por ella para la ocasión. Transcribo uno de los párrafos leídos, que curiosamente fue elegido por dos lectoras… Corresponde al viaje «Norte de Neuquén-Sur de Mendoza».

“Manzano Amargo es un pueblito de 500 habitantes, ubicado en la ribera oeste del río Neuquén. Alquilamos una cabaña en lo alto de la barranca, desde donde se ven las casitas dispersas del pueblo, y la mirada se pierde siguiendo el curso del río hasta sus orígenes cordilleranos. A la mañana siguiente, bien temprano, caminamos hasta la Cascada La Fragua, ubicada a 4 km. del pueblo. Voy trepando por las piedras con mi único brazo útil —el izquierdo— mientras el derecho descansa en el cabestrillo. Llevo colgada del yeso la cámara de fotos, y poco a poco entro en la vorágine de sacar fotografías en cada descanso; disparo aquí y allá, antes incluso de observar lo que hay alrededor: el agua que corre entre pastos y piedras, los remansos y remolinos, las matas de flores minúsculas de sutiles formas y colores. Disparo y disparo, y cuando empezamos el descenso, me doy vuelta y veo que mi compañera toma una flor de “panadero”, la levanta hacia el cielo y la sopla. Y veo los filamentos blancos estallando en la luz, y atrás, el abanico de gotas traslúcidas de la cascada, y veo el perfil sonriente de ella despidiendo ese instante luminoso, toda ella integrada a él con el rostro resplandeciente… Quedo extasiado por la imagen, que se desvanece inmediatamente, y enseguida siento el peso absurdo de la cámara, y de las decenas de fotos que tomé aquí y allá, y comprendo que la mejor imagen, la única que valía la pena guardar, se ha perdido en el aire, en la luz, en el milagro del tiempo fugaz… Desde entonces guardo la cámara y me dedico a disfrutar de los momentos; mi conciencia se aclara, se limpia de filamentos que vuelan al aire, soplados por la inspiración y el gozo de una mujer inmersa en el presente, despreocupada por capturar y congelar”.

Les recuerdo que el libro se consigue en las librerías de Villa Gesell.

¡Hasta la próxima, gracias a todos!

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