Textos de la charla virtual del 18 de octubre de 2025, con el tema: Mar, poesía y poetas del interior (o de las Provincias)…
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Relatos de viaje y otros naufragios
Cuyo
(2009)
Riquezas de la tierra y el viento
Salimos de San Agustín del Valle Fértil, con destino a Jáchal, y entre mate y mate, mientras rodábamos en la ruta solitaria, recordamos el paseo del día anterior a la Ciudad Perdida, en el Talampaya. Habíamos ingresado a ese espacio reconcentrado y misterioso, donde solo hay piedras milenarias de formas y colores sorprendentes, a bordo de una combi que circulaba por el cauce del río: un espeso polvo reseco que ya había perdido hasta la memoria del agua.
Ubicado en el último asiento, contemplaba alternativamente el paisaje y una pareja sentada adelante, que se distinguía del resto del grupo por la excentricidad de su vestimenta y su actitud detectivesca. Sobre todo el hombre, de rasgos filosos y mirada inquieta, llamaba la atención por un GPS que llevaban el la mano, al que cada tanto consultaba. En el momento que se cruzaron nuestras miradas, me habló de los estragos que está produciendo la minería en toda la región. “Pueblos fantasmas, sólo quedarán pueblos fantasmas”, decía nuestro profeta. Gravemente, afirmaba que la alarma proviene del uso de cianuro en el método “barato” que usan las empresas para separar el oro del resto de la piedra. La consecuencia, inevitable, será la contaminación del agua.
Acostumbrado a la nueva clase de militante que ha proliferado en exceso en las últimas décadas, el ambientalista apocalíptico, escuché el relato con escepticismo, con cierto desdén. Sin embargo, la inquietud quedó sembrada, y desde entonces –para reinvidicación de nuestro interlocutor- estuvo presente la polémica entre los enemigos de la explotación minera, y sus defensores, que aseguran que será beneficiosa y que empresas y gobiernos han hecho los estudios de impacto ambiental necesarios.
Después de rememorar esta experiencia, comprendí que nuestro viaje había ganado en espesor, ya no era una simple fuga hacia adelante, y tenía su propio pasado. Esto invitaba a volver atrás, repasar lo vivido, mientras avanzábamos hacia nuevos asombros. Pensé con orgullo que había descubierto, por mí mismo, una verdad, pero el Sensei Odiseo Laguna musitó, desde el living de mi cabeza:
“Está bien, pero ¡cuidadito! Un racconto no puede ser largo, porque entonces no avanza el relato”. “Error”, respondí: “no avanzará el viaje, pero el relato sí. El tiempo del relato no coincide con el tiempo del viaje”. Lo jodí, pensé satisfecho: lo dejé mudo. Pero él, que nunca se rinde, agregó: “Esto no es una novela, simplificá y contá para adelante…”
Nos detuvimos en la banquina, para consultar el mapa, y aprovechamos para cambiar la yerba. Con el mate renovado, encaramos hacia lo nuevo: Huaco, Jáchal, la Cuesta del Viento, Angastaco, Rodeo… En Huaco, un pueblo pequeño y como detenido en el tiempo, se destacan tres monumentos: un árbol, un molino y una tumba. El árbol recibe al caminante a la vera de la ruta de acceso: “el algarrobo histórico”. Allí descansó el caudillo Angel “Chacho” Peñaloza, y esto determina su celebridad. El molino data de 1775 y es un testimonio de la producción harinera de aquellos tiempos. La tumba guarda los restos del poeta y folklorista Buenaventura Luna (Eusebio de Jesús Dojorti). Riquezas enterradas: oro, huesos, raíces… Pensé en nuestras tumbas ilustres, y en nuestros árboles: cuántos tenemos que podrían ser monumentos. Hay uno, entre muchos, que quiero señalar: una palmera, ubicada en Paseo 101 entre Boulevard Silvio Gesell y Circunvalación. Es la única en su especie, y don Carlos caminaba hasta allí, desde su chalet, para observarla. Era un orgullo para él que hubiera crecido en la villa este ejemplar exótico. El árbol, apretado entre los pinos, sobrevivió incluso a un intento de tala, agresión que lo obligó a crecer “torcido”. Como esta palmera, hay otros árboles que merecerían convertirse en simples pero contundentes monumentos de la gesta de nuestro fundador.
Dormimos en Jáchal y cruzamos la Cuesta del Viento deslumbrados por la aparición, detrás de cada curva, de interminables vistas de piedra y cielo, con la cordillera nevada en el oeste, y el río Jáchal espejeando en la hondura del valle. Paisaje que culmina en la llanura celeste del embalse, en la que reposan recostados animales de arcilla, de lomos redondeados. Una calma a plazo: todas las tardes, a las cuatro en punto, se levanta un viento fuerte, que da su nombre a la cuesta y al embalse, y convierte a éste en el “paraíso de los windsurfistas”. De todo el mundo vienen a practicar este deporte, nos cuentan, y enseguida comentan una leyenda trágica: el accidente en el que murieron varios deportistas. “Se ahogaron cinco o seis”, dice una versión; otra asegura que fueron casi diez los muertos. En Angualasto, la encargada del Museo nos explica que las muertes se produjeron por una “crecida extraordinaria”, y que fueron cuatro los jóvenes fallecidos.
Esta mujer, cuyo nombre no apunté, nos iluminó con su información y su amor por el lugar. Como en el Valle Fértil, como en los museos de la capital, también en este pequeño y solitario pueblo del norte se protege otra riqueza de la tierra: los restos arqueológicos. En el museo hay una momia, de 350 años de antigüedad. “Era una muchacha, de unos 20 años”, nos dice. “Y muy coqueta”. Y era cierto: impresionaban, en medio de la sequedad de ese cuerpo resumido, el abanico oscuro de las pestañas, todavía firmes… También sobre esta riqueza enterrada hay polémicas. “Se quieren llevar todo de aquí”, dice la museóloga. “Hay arqueólogos de la ciudad que contratan muchachos para robar restos arqueológicos de todas esta zona”, dice. “Está prohibido, pero les pagan cincuenta pesos, y para los chicos es un montón de plata…”
Cuando nos despedimos agradece nuestra visita y nos pregunta de dónde somos. Suspira por el mar, al que no conoce. “Mis hijas me han prometido llevarme a la costa, pero todavía no he podido. En realidad, salí muy poco de aquí”, dice, y riéndose de sí misma, cuenta: “Cuando instalaron la televisión satelital, aquí en el pueblo, miré un programa donde aparecía el mar, y me impactó… Pero de repente muestran un paisaje hermoso, un lago entre montañas, con árboles. Entonces dije: yo quiero vivir ahí. Mi hija, que estaba conmigo, se ríe y me contesta: ya estás viviendo ahí. Ese es el embalse de Rodeo, acá cerquita…”
(fragmento de mi relato de viaje a Cuyo, disponible en mi sitio web)
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Canción del potro del mar
Potro ciego del mar
Cómo te envidio
Ciego potro del mar
Esta mañana.
Potro ciego del mar
Por las muchachas
(ciego potro del mar)
Que te cabalgan.
Con los muslos desnudos
Te cabalgan
(potro ciego del mar)
Sobre la playa.
Un millón de muchachas
Te cabalgan,
Mojados los cabellos,
Y los pechos desnudos
Te cabalgan.
Solas de sol y yodo,
Fragantes por las algas,
Solas de piel y sol
(potro ciego del mar)
Esta mañana.
Y yo las miro solo
(potro ciego del mar)
Adán sin nada
(potro ciego del mar)
Sobre tus playas
Torturado de sed
Y sal amarga…
¡Potro ciego del mar!
Antonio Esteban Agüero
*
Al atardecer suele llegar el mar…
Al atardecer suele llegar el mar,
descubre sus cardúmenes de recuerdos, sus millones
de alitas de minutos ocurriendo ni Dios sabe desde cuándo
hechos nada más que del agua de estar y golpear.
Llega cuando el sol está poniente
y el día transita por otras mensuras y cascos terrestres.
Esa es la hora del día en que ahoga el mar.
A esa hora en la casa me deja con reflujo de flores
y barnices, en duelas de los días
de amargor.
Y yo me cobijo sobre una hoja en blanco
donde dibujo la casa con mis iniciales
en el umbral, para que el mar que voy dejando,
cuando suba, sepa que ya me visitó
al final del día, una vez más,
durante este siempre, con su tiempo evaporado.
Y me otorgue otro día.
Nestor Groppa
(Jujuy)
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ENCANTO
No turba la tarde un vuelo.
Un noble zafiro obscuro
Es el mar; y de tan puro,
Luz azul se ha vuelto el cielo.
Azul es también la duna…
Y en esa uniforme tela,
No hay más que una blanca vela
Que sale como la luna.
Tan honda es nuestra ventura,
Que algo en ella va a llorar,
Y lento solloza el mar
Su constancia y su amargura.
*
LIED DE LA ESTRELLA MARINA
Cierro los ojos, sereno
de hallarte más clara en mi alma,
así como el mar en calma
mece a la estrella en su seno.
Espejo profundo y fiel
en que palpita la estrella,
diríase que más bella
de brillar sólo para él.
Insondable desventura
que en su amargura creciente
se vuelve más transparente
con la sal de su amargura.
Yo puedo al mar, sin embargo,
mi corazón igualar,
que no es más constante el mar,
más hondo ni más amargo.
Leopoldo Lugones
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“Carga Gaucha en el Río», de Julio César Luzzatto
Las fragatas de Inglaterra
Invadieron Buenos Aires.
Queman el aire de agosto
Las campanas virreinales.
No tiene naves el pueblo
Para atajar a esas naves.
Pero una flota de prodigio
Está inventando el coraje.
Caballos, caballos criollos,
aún quemados de sol árabe,
que en la pampa desataron
sus mil años de arenales.
Caballos, caballos criollos,
con jinetes por velamen,
se arrojan sobre un navío
que ha maneado la bajante.
Es la fragata «Justina»,
Fragata de nombre suave,
Que mira con la mirada
De un cañón amenazante.
Emponchados con las olas
allá van al abordaje
los jinetes de Pueyrredón
con Güemes de Comandante.
Lazos, chusas y boleadoras
Forman todo su equipaje,
Y el «fierro» de las espuelas
Que sólo es para que cante.
Avanzaron los jinetes
Con escarceos navales,
Como si en la piel del agua
Las pampas se prolongasen.
Tacuaras de empaque gaucho
Retan a los rubios sables.
Un lazo busca un cañón
Para apagarlo en el cauce.
En el asombro marino,
La boleadora silbante
Es un inédito pez
De parábola salvaje.
El mástil de la fragata,
Orgulloso de ser mástil,
El relincho de un caballo
Le gana a escalar el aire.
Enfrentaron el navío
los potros del paisanaje.
Contra la proa de hierro
chocaron proas de sangre.
Y ante los nuevos tritones
cabalgados en la nave,
se estremece el mascarón
curado de tempestades.
Triunfante regresa Güemes,
enlazador de baguales.
Entera como su barba
es la victoria que trae.
*
D’un alto monte onde si scorge il mare
miro sovente io, tua figlia Isabella,
s’alcun legno spalmato in quello appare,
che di te, padre, a me doni novella.
Ma la mia adversa e dispietata stella
non vuol ch’alcun conforto possa entrare
nel tristo cor, ma, di pietà rubella,
la calda speme in pianto fa mutare.
Ch’io non veggo nel mar remo né vela
(così deserto è lo infelice lito)
che l’onde fenda o che la gonfi il vento.
Contra Fortuna alor spargo querela
ed ho in odio il denigrato sito,
come sola cagion del mio tormento.
Isabella di Morra (1520-1546)
y una traducción tal vez demasiado literal:
Desde una alta montaña desde donde se ve el mar
miro a menudo yo, tu hija Isabella,
si alguna madera pintada en eso aparece,
que de ti, padre, a mí me dé noticias.
Pero mi adversa y despiadada estrella
no quiere que ningún consuelo pueda entrar
en el triste corazón, sino, rebelándose contra la piedad,
la cálida esperanza en llanto hace mudar.
Porque no veo en el mar remo ni vela
(tan desierta está la infeliz orilla)
que las olas parta o que la hinche el viento.
Contra la Fortuna entonces derramo mi queja
y tengo en odio el denigrado sitio,
como única causa de mi tormento.
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Almacén
(Al Pila Taibo y a las ginebras de Don Pedro)
Bebo este vino en el almacén. Esta clara ginebra.
Y hablando con los otros bebedores
de a pedacitos me hundo en lloviznas de lana.
Un hombre canta solo
y escucha que una baguala larga le contesta de lejos.
Casi se duerme entonces.
Hay lluvias pequeñitas en la oscura balanza.
Lluvia de azúcar, lluvia de maíz, lluvia de trigo
y afuera lluvia de agua que no acaba.
De esos borrachos nace una alegría
y yo me pongo triste, y usted también y todos somos tristes.
Allí el tiempo amarillo en almanaques
y un hombre de bigotes
le brinda espiridinas al silencio.
Ahora huelo a cuero, a arreo larguísimo.
Aquí en el suelo y en silencio, quieto, el pan de sal
espera la caricia de la lengua del buey que lo disuelva.
Cuando eso ocurra, yo tampoco estaré sobre la tierra.
Manuel J. Castilla
De Campos del cielo
(Poemas inéditos)

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