Ayer compartí la charla con el poeta marplatense Osvaldo Picardo, y leímos dos poemas sobre la experiencia de nadar en el mar. Yo leí: «Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos», el primer poema del libro «21 Gramos», que Osvaldo publicó en el 2014, y él leyó un fragmento de la Copla X de mi libro «Coplas de orilla», publicado en el 2015. Entre otros poemas y temáticas que desarrollamos en el Chalet, junto con el grupo de asistentes, destaco esta experiencia común convertida en poesía, tan parecida y tan diferente, como podrán apreciar. Ahí van…
«Entre dos fondos, en la superficie del mar, todo pesa menos»
Hay algo único en nadar
cuando se acerca una tormenta.
Sorprende y tranquiliza ver boca arriba
la velocidad con que el aire frota
las partículas de los cúmulos grises y blancos.
Se puede con cada brazada tocar
la intemperie, mar adentro.
Nadás de espaldas. Y tus ojos flotan
con tu cuerpo, sin resistirse,
en otras aguas, en un archipiélago de nubes
entre la visible consistencia
y las más transparente inconsistencia.
La corriente te lleva a donde quiere,
rendido a su deseo y su fuerza.
Pensás que también así debería flotar
tu pequeña historia, sobre el doble fondo,
entre toneladas de relámpagos
y el sordo respirar de los peces.
Osvaldo Picardo
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Copla X (fragmento)
(Lamenta la muerte del hermano de un amigo. Nada en el mar mientras atardece)
(…)
yo veía con asombro parecido la formación fugaz de las nubes hacia
el oeste serían las seis de la tarde en el sur temibles grises
el oleaje ya cantaba con voz ronca respiraba a grandes bocanadas de agua
se notaba porque la cuna del mar se mecía con amplios movimientos
dije zarpazos en cámara lenta sentía uno yo ahí la palma de esa mano
el vaivén y con cada brazada salía una bomba de luz entre montañas
todo el cúmulo hacia el oeste era blanco espumoso volcánico arrebatado
por los últimos fulgores del sol los más intensos agónicos adioses
mientras llegaba parecía llegar un ejército de negros caballos del sudeste
y no podría creerse tal vez pero allá iba yo hacia la tormenta
con mis brazos de cincuenta y cinco años cada uno la abuela cósmica
whitmaniana movía lentamente gigantesca esa cunita pacífica
por el momento esperaba indudable el fin de esa pachorra
ese discurrir sereno se venía se venía con un ritmo regular viajaba yo
subido a una música de venas latidos de espíritu respiraciones So
Jam y allí sorprendentemente se me daba el cielo iluminado qué digo
una ebullición delirante flotante entre los edificios magnífico de
ver cambiaba a cada So en cada Jam sutil y levemente cambiaba
una uña ardía una pestaña imperceptible aunque yo lo percibía chorreaba
el agua entre mi pelo mis labios sabor entre dientes era pez veía todo verde
alga protegida por mis anteojos de mar nivelaba la temperatura de mis
extremidades mi pequeño universo bajo los poros todos cada uno hacía
su parte concentrados armónicos lo que dure será el tiempo ya pasaron dos
cientos metros mucho tramo de mar poco casi nada en la medida del océano
capitán suficiente rápido se desvanecen esos montes pierde vigor el sol
su despedida cae cae cae la sombra ya tiene tomada una cara del cielo
donde hubo luz brillante algodón espuma espesa burbujeante silencio
esto es un siniestro metal frío colgando cielo tan pronto el calor
se va el color la asfixia se disuelve entre los dedos de la noche
tritura tritura tritura toda forma mi respiración ahora durará un
poco más qué bueno me olvido de quién fui quién seré entro a salir
encaro en diagonal hacia la orilla la rompiente está lejos espera que
la oscura la del cielo rugiente se desate por el sur bestia cascada vientos
mido la salida las brazadas So Jam So Jam So Jam soy un pez
(…)
Anibal Zaldivar
¡Gracias Osvaldo por tu lectura inspirada!
Mañana lunes 5 los espero en la Casa de la Cultura Mercedes Sosa de Mar Azul, a las 19.
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