(Obra poética 1981-2009)
Arte de tapa: Mariel Galarza
Incluye:
Respiraciones y estrellas (1981-1988)
El mar (1991/1993)
Orillas (1994-1998)
Navegaciones (1995/2001)
Archipiélago (2002)
Puerto María (2005)
Vía Láctea (2009)
A propósito de “El mar”
En esta obra cada una de sus partes se integra de un modo entrañable, se equilibran y forman un todo.
En “Ritos” veo una presencia hecha de sensaciones: color, olores, seres del mar. Todo ello sugiere imágenes de amor, sensualidad, vida; aunque en algunos momentos expresa lo efímero del hombre y no falta una meditación sobre su destino, el contraste entre la pequeñez humana y lo inmenso del mar. Surgen así inevitables pensamientos acerca de lo que pasa, de la final realidad de la muerte.
En “Gaviotas del horizonte” el mar y aquello que lo rodea son telón de fondo para un bello poemario amoroso, cargado de sensualidad, al punto que en ciertos momentos asoman las analogías con el Cantar de los Cantares bíblico. Es la mujer, presente o ausente, con su esplendor prometido, la dulzura de la unión, a veces también su pérdida.
En “Piedras marinas” el mar parece alejarse, ser más un recuerdo que una presencia, un recuerdo entre otros: la infancia, los seres queridos, la pérdida, alguna muerte. Los cambios de tiempo verbal en el mismo poema dan idea de contenidos de conciencia que se entremezclan, se cruzan, conviven juntos sólo porque los convoca el hilo unificador de cada poema.
Este es un hermoso libro y creo que abrirá el camino a otros.
Federico Peltzer
Buenos Aires, 1993
Acerca de este libro
A.Z.
Todos los veranos, acá en Villa Gesell, Aníbal Zaldívar propone una serie de encuentros nocturnos bautizados “La poesía y el mar”. En estas reuniones lee un sinfín de poetas: desde Homero a Viel Temperley, la más variada profusión de de firmas que puedan imaginarse. Todos los poemas que lee tienen un mismo motivo: el mar. El mar de Ulises, según Borges, el joven mar, y también el incesante. A estas reuniones, ya míticas, Zaldívar suele sumar amistades: desde un director de cine que está de paso a un vecino. Y por qué no, un guardavidas. Podrían pensarse estas reuniones como una cofradía, un culto. Sin embargo, en la medida que aumentan sus fieles, que el ritual se expande, se prueba que el alcance de lo trascendente puede experimentarse ahí nomás, en una casa del pinar donde varias voces ensamblan tanto las visiones de Whitman como las de Kavafis.
Hay una anécdota que sugiere la relación profunda que Zaldívar tiene con la palabra. Hace un tiempo, en un encuentro literario en Santa Fe, donde profesores universitarios, críticos y estudiantes de Letras disertaban sesudamente sobre Juanele, Aníbal levanto la mano y pidió la palabra. Ante el auditorio asombrado, el desconocido se paró y recitó de memoria unos versos de Juanele. El silencio que lo rodeó fue tan de asombro como de revelación. De pronto los versos habían tornado prescindible toda apostilla académica en torno a la voz de Juanele, que ahora hablaba a través de Aníbal.
Estoy convencido de que estas dos situaciones, el ciclo de lecturas en el bosque de la Villa y el recitar a Juanele definen el modo en que Zaldívar entiende el uso de la palabra.
Ahora, “El mar en todo”. El nombre de esta suma de poemas que abarca casi treinta años de escritura pareciera aludir a la prueba ontológica: No hay duda de que algo con respecto a lo cual no se puede concebir nada más grande existe tanto en el intelecto como en la realidad, escribió el legendario filósofo de Canterbury. Ese “algo” (pueden llamarlo absoluto) es en Zaldívar el mar, sus estados, los cambios de luz, la orilla con sus dunas y más allá el bosque, “la selva oscura” en la conviven tanto el colibrí como la lechuza. La suya es una poesía de la naturaleza que, con conciencia de que todas las cosas vienen al mar, se pregunta si los huesos tendrán una respuesta. Si en un nivel sus versos recuperan un aliento místico, en otro, el existencial, cabe a la vez este reparo: El cielo está vacío y no merece una lágrima. Es decir, si la poesía es para Zaldívar un acercarse al misterio, en su expresión puede surgir, como en un koan zen, la interrogación que deviene insight. En su estrategia de búsqueda, infatigable, lo físico y su registro cotidiano, íntimo y minucioso, remiten al carácter primitivo y sacro del enunciado. Uno de los nombres de Dios puede ser el mar. Pero, por qué no, también el hombre en su naturaleza revelada.
Guillermo Saccomanno,
Villa Gesell, mayo 2013
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