LA POESÍA Y EL MAR

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Con este magnifico poema de Stevenson los invitamos al próximo encuentro de La poesía y el mar, sábado 4 de febrero a las 18, en el Chalet de don Carlos.

Navidad en el mar

Las velas se habían congelado y herían las manos desnudas,
la cubierta era una capa de hielo en la que apenas se podía hacer pie;
soplaba noroeste, se venía tormenta, no había más reparo
que esos acantilados que escupían espuma a sotavento.

El bramido de las aguas empezó antes del alba,
pero recién con el día entendimos lo que nos esperaba.
Al instante, en un grito, cada mano fue una,
sujetamos la cofa y nos preparamos para lo peor.

Todo el día escoramos entre Punta Norte y Punta Sur,
todo el día tirando en vano de las velas congeladas.
todo un día, helado como la caridad, amargo como el espanto,
asidos a la vida por instinto, escorando entre Punta Norte y Punta Sur.

Hacia Punta Sur estaba decididamente peor,
pero cada golpe de timón nos abalanzaba a Punta Norte.
el acantilado y las casas estaban tan alto como las olas,
y el guardacostas en su jardín nos seguía con su catalejo.

La escarcha sobre los techos era tan blanca como el mar,
y en cada hogar ardía un fuego rojo como un corazón;
se reflejaba en las ventanas, humeaba por las chimeneas,
juro que hasta el aroma de las cocinas olía a Navidad.

Con júbilo sonaban las campanas de la iglesia,
pues era justo ése, de todos los días del año,
el día de nuestra desventura, el día de Navidad,
y aquella casa a espaldas del guardacostas era la casa donde nací.

Bien sabía yo qué pasaba detrás de aquellas paredes,
el reflejo en los anteojos de mi madre del plateado cabello de mi padre;
y entre ellos las llamas danzando en el fogón
y la vajilla sin usar, solemnemente apilada en la repisa.

Bien sabía yo de qué hablaban: hablaban de mí,
de la sombra de la casa, del hijo que se fue a la mar,
del perfecto idiota , que dios lo proteja,
que tiraba de sogas congeladas en el día de Navidad.

El faro se encendió con la llegada de la oscuridad.
“¡Todos a tirar de las gavias!”, gritó el capitán.
“Me temo que no soportará”, contestó Jackson, el primer oficial.
“Pues deberá, señor Jackson”, le dijo el capitán.

Porque eran nuevas las velas, y eran buenas también,
y el navío lo sabia y el navío lo entendió;
mientras el día se internaba en las puertas de la noche,
la luz del faro nos guió, y el mar abierto nos recibió.

No llegábamos, nos íbamos, Punta Norte y Punta Sur quedaban atrás
Cada alma a bordo suspiró con alivio. Todos menos yo.
Pues lo único que podía pensar, en el frío y la oscuridad,
era que me iba de casa y que mis padres envejecían solos.

Robert Louis Stevenson
(Traducción de Juan Forn)

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