La poesía y el mar, en casa

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La primera experiencia de La poesía y el mar virtual fue un verdadero reencuentro con amigos y poetas, con el entusiasmo de siempre y sin nostalgias por el bosque y el mar. Luego de una hora y media quedamos con impulso para seguir y espontáneamente quedamos en volver a encontrarnos el sábado 25 a las 17. Pídanme el ID por mensaje privado de Facebook y por Whatsapp. Copio algunos de los poemas que compartimos.

***

Cucharón

Metal marcado de viruelas

Luna del cucharón

Levantándose sobre la montaña

Descendiendo hasta la olla

Sirviendo a generaciones

Humeante

Dragando lo que nació de semilla

En el huerto

Enchastrado de papa

Sobreviviéndonos a todos

En el cielo de madera

De la pared de la cocina.

 

Madre oferente

Del pecho del metal humeante

Nervado por las sales

Con que alimentaste a tus hijos

Hambrientos como jabalíes

Con la tierra de la tarde

Grabada en sus uñas

Y el pan hermano

Madre oferente.

 

Vierte, cucharón, el cielo humeante

Con el sol zanahoria

Las estrellas de la sal

Y la grasa de la puerca tierra.

 

Vierte el cielo humeante

Cucharón

Vierte sopa para nuestros días

Vierte sueño para nuestras noches

Vierte años para nuestros hijos.

(John Berger)

***

Su único amante sería el mar…

Sus caricias; las olas

La sal; el rastro en su piel

Hueya de haber vivido, haber danzado

Haber soñado

Haber amado.

 

Solo el mar lo guarda, solo el mar

Lo sabe.

 

Y allí descansa..fue resultado de tiempos hermosos, de amar en infinito.

Es testigo de decisiones y experta en paciencia.

Y allí descansa, en el ancho mar, sin saber aún si su letargo terminará en el instante siguiente

o durara para siempre….

solo el mar lo guarda, solo el mar lo sabe.

(Juliana Jeanneret)

***

Remo
Camina tierra y tierra adentro
con tu remo,
hasta que alguien te pregunte
qué es eso.

Construye entonces tu casa.

Porque sólo entonces necesitarás decir y saber
que el mar es inmenso e insondable,
que el remo que empuja
contra la ola
y con la ola
es todo.

(Moya Cannon)

 

***

 

Melville
Siempre lo cercó el mar de sus mayores,los sajones,
que al mar dieron el nombre
Ruta de la ballena, en que se aúnan
las dos enormes cosas, la ballena
y los mares que largamente surca.
Siempre fue suyo el mar. Cuando sus ojos
vieron en alta mar las grandes aguas
ya lo había anhelado y poseído
en aquel otro mar, que es la Escritura,
o en el dintorno de los arquetipos.
Hombre, se dio a los mares del planeta
y a las agotadoras singladuras
y conoció el arpón enrojecido
por Leviathán y la rayada arena
y el olor de las noches y del alba
y el horizonte en que el azar acecha
y la felicidad de ser valiente
y el gusto, al fin, de divisar a Ítaca.
Develador del mar, pisó la tierra
firme que es la raíz de las montañas
y en la que marca un vago derrotero,
quieta en el tiempo, una dormida brújula.
A la heredada sombra de los huertos,
Melville cruza las tardes de New England
pero lo habita el mar. Es el oprobio
del mutilado capitán del Pequod,
el mar indescifrable y las borrascas
y la abominación de la blancura.
Es el gran libro. Es el azul Proteo.*
(Jorge Luis Borges)
 
***
 
Solitaria
 
El ojo de Emily
observa más allá de su ventana,
adivinando el vuelo de las aves.
El zumbido de una abeja le trae placer
 
y calma.
Quieto el hogar,
su oído atento capta
cómo cae, finísimo, el rocío.
Y el olor es de rosas.
Las manos de Emily
conocen la tersura de los pétalos,
sus labios suelen
rozar la pulpa
de los tempranos pimpollos.
Besa, como rezando.
Dice, en su credo íntimo,
una oración pagana.
Va sola.
Sus pasos rechazan
el vuelo aventurero.
Se niegan al camino que invita
detrás de la cerca.
Elige, de su jardín, la hierba nueva,
y prefiere el aire renovado
de su perenne rincón.
Es su morada.
El Lugar.
El sitio más amado.
 
(Patricia Zaldivar: para Emily Dickinson)

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