Gabriel, “trapito” aunque de profesión cocinero, lee dos poemas de Rosas del desierto.
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El domingo fui a Mar del Plata, estacioné en Olavarría entre Alberti y Brown, y me puse a charlar con Gabriel. Rápidamente me contó que es cocinero, que en Buenos Aires había comenzado un emprendimiento de producción y venta de comida artesanal, pero le robaron todo y viajó a Mar del Plata para probar suerte. No consiguió laburo de cocinero y por fuerza –y asegura que por primera vez-, se puso de franelita, hasta que pueda juntar la guita para el pasaje de vuelta. También, por primera vez, duerme en la calle –en un hall de una sucursal del banco provincia-, usando un contenedor como pared. También le robaron el bolso que trajo, con ropa muy berreta, aunque con cinco cuchillos de cocina que había traído para trabajar. Así está, pero no se queja. «Pobre gente la que le roba a alguien qué está en la calle», dice y reflexiona: «qué pobreza espiritual, intelectual, moral, la de esa gente…»
Cuando le conté del Fundador y de la poesía, surgieron los nombres de Baudelaire, Kafka, Borges, Cortázar, Bioy Casares, Sábato, Bukowski, y otros autores que había leído. Le dí un ejemplar del semanario y uno del libro Rosas del desierto, que había llevado para un amigo; lo abrió al azar y comenzó a leer… Me quiso comprar el libro, se lo regalé (había juntado, en todo el día, 120 pesos). Seguimos charlando. «Soy mendocino de Guaymallén», me cuenta, «mi abuelo era griego, de apellido Podópulos, trabajaba en la feria de la Vendimia haciendo la iluminación; fue mi verdadero padre… mi madre tejía, con la Knitaxx, después pudo comprarse una Brother…» Hablamos de gastronomía, su oficio… Cocinar es como escribir poesía, coincidimos. Nos separamos un rato, se cruzó de la mano de enfrente y se puso a escribir. Al rato me dio un poema. «No es un bueno… yo soy cocinero… vos escribís bien los poemas, pero seguro que no hacés un huevo frito perfecto, como me salen a mí». «Es muy buen poema», le digo, «lo escribiste recién, además; de verdad Me gusta mucho…»
Dice que cuando vuelva, en Buenos Aires ya tiene trabajo. «Ahora, en un rato, cuando me relaje, leo tu libro entero», me dice.
Llega Pato, la presento, Gabriel le escribe en un papel: «Yoga-Bjork». Le pido a Pato que nos saque una foto. Nos despedimos, cuando ya atardecía.
Los poemas:
Poema 48 (fragmento)
No son iguales las olas y las teclas
pero juntas confluyen en mí
o se van de mí como mareas
y yo con ellas me derramo y vuelvo.
Entonces un caracol me dice algo
un caracol pintado por Guillermo
duro en su danza detenida
en cuyo fondo un ser buscó refugio.
Un lobito que agoniza en la playa
se asusta de mí cuando lo miro
junto a él brilla el caracol dorado
espiralado como el universo.
***
30
La gata huele la tormenta en ciernes
es una esfinge sensitiva y grácil
no sé qué espera, qué desea
inmóvil, acechante, distraída.
Le silbo sólo para perturbarla
pero no me registra ni me escucha
está en su mundo circular y mudo
sumida en otro espacio y otro tiempo
que yo nunca entiendo ni tolero
y siempre corro a buscar otro refugio.
***
El poema de Gabriel:
“Y si por si acaso
alguna sirena atrevida
me invite al mar daltónico
veré lo propicio de lo genuino.
Me perdí en la arena
tratando de inventar castillos
y descubrí que no hay castillos en el aire.
El pescador solo sin decir me dice
que noches atrás la marea estaba alta.
Ya no hay peces para pescar
ni redes para tirar.
***
(¡¡magnífico!!).
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