Textos completos del sábado 24

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A continuación, textos y poemas del encuentro de La poesía y el mar, 24 de julio de 2021 a las 17, por zoom. Segunda parte del tema «la poesía y el oleaje».

Homero: La Ilíada, Canto I

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves. Cumplíase la voluntad de Zeus desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.

¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba: ¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.

Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal modo y con altaneras voces: No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo.

Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera: ¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!

(primeros 42 versos)

**

Párrafo en griego. Subrayado el adjetivo Estruendoso, y algunas versiones de diccionarios:

ὣς ἔφατ᾽ἔδεισεν δ᾽  γέρων καὶ ἐπείθετο μύθῳ:
βῆ δ᾽ ἀκέων παρὰ θῖνα πολυφλοίσβοιο θαλάσσης:
35πολλὰ δ᾽ ἔπειτ᾽ ἀπάνευθε κιὼν ἠρᾶθ᾽  γεραιὸς

πολυφλοίσβοιο

φλοίσβοs:

ruido sordo y confuso de masa en movimiento (gente, ejército, batalla, et) Esp. Estruendo del mar.

πολυxλοtοσ ov

de olas muy agitadas/ tempestuoso.

πολυηxησ

de sonidos variados, sonoro, resonante…

Traducciones:

Sin despegar los labios, fuese a la orilla del estruendoso mar… (Segalá, ed Porrúa)

Y caminaba silencioso por la orilla del mar, de ruidos innúmeros (Leconte de Lisle, ed Iztacchiahuatl)

 Marchó en silencio a lo largo de la ribera del fragoroso mar (Crespo ed Gredos)

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Mediterráneo

(frag)

II

Antiguo, estoy embriagado por la voz
que emerge de tus bocas cuando se abren,
como verdes campanas, que después
se arrojan hacia atrás y se deshacen.
La casa de mis veranos antiguos
te estaba cercana, tú lo sabes,
allá, en la tierra donde el sol hierve
y nublan el aire los mosquitos.
Ahora, como entonces, enmudezco ante

tu presencia, mar, aunque ya digno
no sea de la solemne lección
de tu cadencia. Tú fuiste el primero
en decirme que el ínfimo fermento
de mi corazón no era sino un instante
del tuyo; que en mis profundidades

también latía tu desafiante ley: ser vasto, ser diverso

y ser, al mismo tiempo, inmutable:
para vaciarme así de toda escoria,
como haces tú cuando arrojas a la orilla,
entre maderas, algas y estrellas marinas,
los inútiles desechos de tu abismo.

VII

Hubiera querido sentirme áspero y sencillo

como el guijarro que tú devuelves a la playa,

carcomido por la sal;

astilla fuera del tiempo, testimonio

de una fría voluntad que no se apaga.

Pero otro fui: un hombre empeñado en buscar

en sí mismo, en los otros, el hervidero

de la vida fugaz – un hombre que toma

su tiempo para actuar, que a nadie hace daño.

Quise buscar el mal

que engusana al mundo, el mínimo defecto

de la palanca, que detiene

el orden universal; y vi todos

los eventos del minuto

a punto de desmoronarse y derrumbarse.

Seguí el surco de un sendero, pero tu invitación

hizo a mi corazón desear lo contrario;

necesitaba quizá el cuchillo que corta,

la mente que decide y determina.

Otros libros necesitaba,

no tus páginas rugientes.

Pero nada puedo lamentar: disuelves

ahora con tu canto el nudo de mis pesares,

tu delirio asciende ya hasta las estrellas.

VIII

Si pudiera al menos imponerle

a este ritmo mío lento y fatigado

algo, un poco, de tu brillante desvarío;

si me fuera dado armonizar

con tus voces la mía balbuceante:

yo que soñaba robarte

las palabras salobres

en las que naturaleza y arte se confunden,

para gritar mejor mi melancolía

de niño envejecido

que no debía pensar.

Y en cambio no tengo más que las letras

gastadas del diccionario, y la oscura voz

del amor que las dictaba se va apagando,

se hace poesía lamentosa.

No tengo más que estas palabras

que como prostitutas se ofrecen

a quien las llama; no tengo más

que estas frases cansadas

que podrán robarme mañana

los estudiantes desvergonzados para sus versos francos.

Y tu estruendo crece, y se dilata azul la sombra nueva.

Me abandonan, para probarme,

mis pensamientos. No tengo sentidos;

no tengo sentido; no tengo límite.

Eugenio Montale

(Traducción de Daniel Martinez Rubio)

**

Con el reflujo del océano de la vida

(…) Mientras recorro las playas que no conozco

mientras escucho la endecha

las voces de los hombres y mujeres náufragos

mientras aspiro las brisas impalpables que me asedian

mientras el océano, tan misterioso

se aproxima a mi cada vez más

yo no soy sino un insignificante madero abandonado por la resaca

un puñado de arena y hojas muertas

y me confundo con las arenas y con los restos del naufragio.

Oh! desconcertado, frustrado, humillado hasta el polvo

oprimido por el peso de mi mismo

pues me he atrevido a abrir la boca

sabiendo ya que en medio de esa verbosidad cuyos ecos oigo

jamás he sospechado qué o quién soy

a no ser que, ante todos mis arrogantes poemas

mi yo real esté de pie, impasible, ileso, no revelado

señero, apartado, escarneciéndome con señas y reverencias burlonamente amables

con carcajadas irónicas a cada una de las palabras que he escrito

indicando en silencio estos cantos y, luego, la arena en que asiento mis pies.

Ahora sé que nada he comprendido, ni el objeto más pequeño

y qué ningún hombre puede comprenderlo.

La naturaleza está aquí a la vista del mar

aprovechándose de mí para golpearme y para herirme

porque me he atrevido a abrir la boca para cantar.

Walt Whitman

**

“En la ciudad sin mar, quien sabe a quién se dirige la gente para reencontrar el propio equilibrio” (cita de Banana Yoshimoto).

**

Los almendros, de Dal Masseto y otros cuentos.

https://books.google.com.ar/books?id=umkZ6PtViisC&pg=PT12&lpg=PT12&dq=mas+alla+de+las+monta%C3%B1as+y+los+campos+esta+el+que+ahora+no+se+ve&source=bl&ots=3pSgLYDUTZ&sig=ACfU3U1xpKy1oscykuzjv8e9qlr6NpC0BA&hl=es-419&sa=X&ved=2ahUKEwi2j_G1m4TyAhU2pZUCHXF5CS8Q6AEwEXoECAsQAg#v=onepage&q=mas%20alla%20de%20las%20monta%C3%B1as%20y%20los%20campos%20esta%20el%20que%20ahora%20no%20se%20ve&f=false

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La anguila

La anguila, la sirena
de los mares fríos que deja el Báltico
para llegar a nuestros mares,
a nuestros estuarios, a los ríos
que remonta por el fondo, bajo la crecida adversa,
de cauce a cauce, y después
de hilo a hilo, sutilizados,
cada vez más dentro, cada vez más en el corazón
del macizo, filtrándose
entre burbujas de fango, hasta que un día
una luz brotada de los castaños
le enciende brillos en charcos de agua muerta,
en los fosos que unen
los saltos de los Apeninos a la Romaña;
la anguila, antorcha, látigo,
flecha de Amor en tierra
que sólo nuestros barrancos o los resecos
arroyos pirenaicos devuelven
a paraísos de fecundación;
el alma verde que busca
vida sólo allí donde
muerde el ardor y al desolación,
la chispa que dice:
todo comienza cuando todo parece
carbonizarse, rama sepultada;
el iris breve, gemelo
de aquel que engarzas entre las pestañas
y haces brillar intacto entre los hijos
del hombre, inmersos en tu fango, ¿puedes tú
no creerla hermano?

Eugenio Montale

*

La forma del mundo

Si tiene el mundo la forma del lenguaje
y el lenguaje la forma de la mente,
la mente son sus plenos y vacíos
no es nada o casi y no puede salvarnos.

Así habló Papirio. Ya era noche
y llovía. Pongámonos a salvo,
dijo, y avivó el paso no advirtiendo
que era suyo el lenguaje del delirio.

Eugenio Montale

Versiones de José Ángel Valente

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Ahora te quiero, como el mar quiere a su agua:

desde fuera, por arriba,

haciéndose sin parar

con ella tormentas, fugas,

albergues, descansos, calmas.

¡Qué frenesí es, quererte!

¡Qué entusiasmo de olas altas,

y qué desmayos de espuma

van y vienen! Un tropel

de formas, hechas, deshechas,

galopan desmelenadas.

Pero detrás de sus flancos

está soñándose un sueño

de otra forma más profunda

de querer, que está allá abajo:

de no ser ya movimiento,

de acabar este vaivén,

este ir y venir, de cielos

a abismos, de hallar por fin

la inmóvil flor sin otoño

de un quererse quieto, quieto.

Más allá de ola y espuma

el querer busca su fondo.

Esa hondura donde el mar

hizo la paz con su agua

y están queriéndose ya

sin signo, sin movimiento.

Amor

tan sepultado en su ser,

tan entregado, tan quieto,

que nuestro querer en vida

se sintiese

seguro de no acabar

cuando terminan los besos,

las miradas, las señales.

Tan cierto de no morir

como está

el gran amor de los muertos.

Pedro Salinas (Razón de amor, 1936)

**

Nadadora de noche, nadadora

entre olas y tinieblas.

Brazos blancos hundiéndose, naciendo,

con un ritmo

regido por designios ignorados,

avanzas

contra la doble resistencia sorda

de oscuridad y mar, de mundo oscuro.

Al naufragar el día,

tú, pasajera

de travesías por abril y mayo,

te quisiste salvar, te estás salvando

de la resignación, no de la muerte.

Se te rompen las olas, desbravadas,

hecho su asombro espuma,

arrepentidas ya de su milicia,

cuando tú les ofreces, como un pacto,

tu fuerte pecho virgen.

Se te rompen

las densas ondas anchas de la noche

contra ese afán de claridad que buscas,

brazada por brazada, y que levanta

un espumar altísimo en el cielo;

espumas de luceros, sí, de estrellas,

que te salpica el rostro

con un tumulto de constelaciones,

de mundos. Desafía

mares de siglos, siglos de tinieblas,

tu inocencia desnuda.

Y el rítmico ejercicio de tu cuerpo

soporta, empuja, salva

mucho más que tu carne. Así tu triunfo

tu fin será, y al cabo, traspasadas

el mar, la noche, las conformidades,

del otro lado ya del mundo negro,

en la playa del día que alborea,

morirás en la aurora que ganaste.

(Razón de amor, 1936)

Pedro Salinas (Madrid, 1891- Boston, EEUU, 1951)

Pedro Salinas Serrano (Madrid, 27 de noviembre de 1891 – Boston, 4 de diciembre de 1951) fue un escritor español conocido sobre todo por su poesía y ensayos. Dentro del contexto de la Generación del 27 se le considera uno de sus mayores poetas. Sus traducciones de Proust contribuyeron al conocimiento del novelista francés en el mundo hispanohablante. Al concluir la guerra civil española se exilió en Estados Unidos hasta su muerte.

Razón de amor (1936) examina lo que queda del amor cuando este acaba. La pasión y el dolor de la separación son, por lo tanto, los temas centrales del libro. Forma parte de una trilogía previa al exilio en tiempos en que debió separarse de Katherine Whitmore.

Implicado en la creación de la Universidad Internacional de Verano de Santander (de la que sería secretario general entre 1933 y 1936), conoció en el verano de 1932 a una estudiante estadounidense, Katherine R. Whitmore, que sería luego profesora de lengua y literatura española en el Smith College (Northampton, Massachusetts), de la que se enamoró. Ella fue la destinataria de su trilogía poética La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento.

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Frente al mar

Oh mar, enorme mar, corazón fiero

De ritmo desigual, corazón malo,

Yo soy más blanda que ese pobre palo

Que se pudre en tus ondas prisionero.

Oh mar, dame tu cólera tremenda,

Yo me pasé la vida perdonando,

Porque entendía, mar, yo me fui dando:

«Piedad, piedad para el que más ofenda».

Vulgaridad, vulgaridad me acosa.

Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.

Hazme tener tu cólera sin nombre:

Ya me fatiga esta misión de rosa.

¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,

Me falta el aire y donde falta quedo,

Quisiera no entender, pero no puedo:

Es la vulgaridad que me envenena.

Me empobrecí porque entender abruma,

Me empobrecí porque entender sofoca,

¡Bendecida la fuerza de la roca!

Yo tengo el corazón como la espuma.

Mar, yo soñaba ser como tú eres,

Allá en las tardes que la vida mía

Bajo las horas cálidas se abría…

Ah, yo soñaba ser como tú eres.

Mírame aquí, pequeña, miserable,

Todo dolor me vence, todo sueño;

Mar, dame, dame el inefable empeño

De tornarme soberbia, inalcanzable.

Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza.

¡Aire de mar!… ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo!

Desdichada de mí, soy un abrojo,

Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

Y el alma mía es como el mar, es eso,

Ah, la ciudad la pudre y la equivoca;

Pequeña vida que dolor provoca,

¡Que pueda libertarme de su peso!

Vuele mi empeño, mi esperanza vuele…

La vida mía debió ser horrible,

Debió ser una arteria incontenible

Y apenas es cicatriz que siempre duele.

Alfonsina Storni

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Ocaso

Era un suspiro lánguido y sonoro

la voz del mar aquella tarde… El día,

no queriendo morir, con garras de oro

de los acantilados se prendía.

Pero su seno el mar alzó potente,

y el sol, al fin, como en soberbio lecho,

hundió en las olas la dorada frente,

en una brasa cárdena deshecho.

Para mi pobre cuerpo dolorido,

para mi triste alma lacerada,

para mi yerto corazón herido,

para mi amarga vida fatigada…

¡el mar amado, el mar apetecido,

el mar, el mar, y no pensar nada…!

Manuel Machado

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Te amo

Ola como teta gigante

amamanta al nadador prematuro

leche de sal incesante

perfecta y calma simetría ondulante

tras la rompiente

te chupo

madre mar

mujer ola

Leo Baldo

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Hay aquí dentro, en mi cabeza

una nube densa y negra

que solo quiere morder,

el mar vuela. Siempre

adentro de las piedras,

cuando todo allí se va

empieza ella a transpirar.

La ciudad de barcos se inundó,

el agua nos tapó los pies,

la miel se fue.

Dicen que volverá

en lágrimas de ron

servidas bajo el hielo negro que nos va a tragar

La seda. Inmensidad.

La noche se hizo gris

rendida a la transpiración

y acá en la habitación

un canto que pala y sangre.

Hueso de la canción.

Transformación, que muerdes el dolor

buscado en esos colores

que ya van corriendo el telón.

El film de este decir

nos cubre y nos imanta todo,

tiñe el fuego, hoy.

La lógica necro de acostumbrarse al duelo

de lo vivo, a servir, a sentir el vacío

a dar lugar a lo muerto.

Los estantes, los escalones

los recuerdos, quietos

                   huecos.

La guerra de la forma

late súper clara

no es falsa.

Visceral como patear la fantasía.

El hueso infiel y leal a la piel desnuda.

Lo artesanal y los mordiscos de las costuras

ardiente espiral a los huesos.

En el medio, una mano de mujer

y la cara fresca de besos

circunvala

una garganta que siempre quiere más.

Ezequiel Wolf

**

La niña y el océano

Fue en alta mar

y a media noche

en un buque petrolero.

Salió a cubierta,

sin permiso,

al frío azul

y al maremágnum negro.

La niña y el océano.

De cada ondulación,

un trino,

una comparsa,

un latigazo,

un tintineo.

Voz catarral,

voz de tintero,

voz de cuaderno borrador,

de mapa Récord Kapelusz:

¡Era el Atlántico Sur

en vivo y en directo!

Voz de dragones,

de centauros,

de vidrios rotos y toreros.

Olé olé olé, olé al oleaje

Olé olé olá

hasta que vino

un marinero

y la mandó a guardar

sin argumento.

Era tan grande el mar,

y tantos sus misterios

que se mudó a la orilla

la niña del océano.

Olé olé olé, olé al oleaje

Olé olé olá

hasta que venga

un marinero.

GraCiela Vergel

**

Frente al mar

¿La ola no tiene forma?

En un instante se esculpe

Y en otro se desmorona

en la que emerge, redonda.

Su movimiento es su forma.

Las olas se retiran

¿ancas, espaldas, nucas?

pero vuelven las olas

¿pechos, bocas, espumas?

Muere de sed el mar.

Se retuerce, sin nadie,

en su lecho de rocas.

Muere de sed de aire.

Octavio Paz

**

El mar
NECESITO del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso. ¡Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena. Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.
Pablo Neruda ** Diálogo con el mar

Diálogo

No reproches Mar, mi palabra escrita aunque aprecio tus razones.

¿Qué razones? 

-El legado de Sócrates, sos más que el sabio griego adorador del diálogo. 

-Cuando te escucho mi alma se estremece, en cambio si conversamos quedará algo cierto y permanente.

– ah!! Si te parece…

-Sí, tu voz necesito, saber que estás viva. Dialogar, mi Amada, las cosas, hojas impresas, libros, dejan solo cosas mis olas van y vienen. Pero «nuestra conversación dejará huella».

– Bien, vivamos el contacto y la posibilidad de escucharnos. 

¿Qué sentís Mar, cuando te hablo?

-Tu voz me trae la pasión del pueblo.

Sueles buscar cosas de las que deberíamos huir, Mar mío!!!

Te escucho y ya me pierdo, no soy dueña de mí.

-¿Qué sientes sirena?

-Desespero a través 

de vos cuando enfureces cerca de las rocas y los ríos ,no puedo vivir con vos» Mar».

-Vení a mis olas que te abrazan, volvé.

No soy  «la mar ni la marea». Te prometo  que juntos seremos felices, te llamaré Fedra, Séneca te cuidará y vos y tu voz serán mías. 

-Oh!!! Mar, tus besos tienen gusto a lágrima, ¿por qué?

Porque soy El mar, Fedra, sólo por eso.

Sit tibi terra levis (que no pise sobre ti la tierra)

Bonnie Favelis

**

Mar Pacífico

Parte II

Usted observa el mar.

Una manada de olas

Murmura mansa sobre la playa

Y retrocede

Mientras otra viene llegando.

Las aguas que se van

Y las que llegan

Alzan, enfrentan y chocan

Sus pequeñas crestas espumosas.

Una tercera manada de olas

Avanza de costado sobre ellas

En busca de una improbable orilla.

Al instante se disuelve

En el torbellino del intento.

El mar lo imita a usted.

Parte III.

Rumores hondos

Desbocados

Encrespan las aguas

Azotan la caleta.

Usted deja el libro

Y sale a la intemperie.

Sacudido por ráfagas impiadosas

Su cuerpo se tiene en la orilla.

Es viento, es mar, es arena.

Bajo el fulgor de los relámpagos

Las aguas serpentean

En cimbronazos de espuma.

Huyen los pájaros

Brotan los peces.

Anillándose sibilante

La tierra se estremece

Elevando cerros y montañas.

Ruedan piedras gigantescas.

Se calman las aguas.

Usted se siente agotado

Pero extrañamente libre.

Las hojas de Maldoror

Yacen desgajadas en el suelo.

Luisa Peluffo

**

Quizás no haya nada en común entre la espuma del mar y la del mate que acabo de servirme. Pero existe acaso una íntima marea; una cierta manera de estar y empuñar la concavidad del lenguaje. Allí bordea el agua de la memoria, empujada por un viento siempre familiar, siempre extranjero; en olas a un tiempo iguales y distintas, que rompen un poco más lejos; y los recuerdos llegan a la orilla de tus manos.

En ¿Qué se escribe cuando se escribe?: algunas reflexiones acerca de la escritura poética. Damián Katz – 1ª edición – Mar del Plata: Lágrimas de Circe 2020 Libro Digital PDF

**

Viento y profecía

Paso la mano

sobre todos estos vientos

que desarreglan tu pelo

y los recojo.

Con ellos hago historias

de musicales gozos

para arrullar tu sueño

y tus recuerdos.

Y caen sobre mí

-multiplicadamente-

tus últimas risas

que se hacen trino

de interminable son

en mis oídos.

Héctor Eliu Cifuentes (Guatemala)

**

Volver al mar

Sombra
de los acantilados en el mar
o mancha ondulante
de pez, de ave o de piedra.
Nada se mueve bajo el sol si el mar
es la inmovilidad del movimiento.
Y desde que empezó a ser mar
y perdió su planeta
está insistiendo con las mismas olas
en su plegaria plañidera
que de repente se transforma en la furia,
el tormento de la tormenta.

Este pedazo del inmenso mar
para mí es todo el mar
o como si lo fuera,
porque siempre regreso a verlo.
Y cuando pienso en mar
dentro de mí se forma esta imagen.
Quiero decir:
lo llevo tan dentro
que su rumor es como el caudal de la sangre.
Y desde mi subjetividad deleznable,
el mar se habrá cambiado en desierto
cuando ya no esté aquí para mirarlo y amarlo;
cuando mi ceniza
arda por un instante en la espuma rota
y de nuevo sea
átomo de la nada o de la vida invencible
en la totalidad del océano unánime.

José Emilio Pacheco

**

La palabra se teje con el mar

quiere o pide ser parte de su trama.

Nadie sabe quién está más solo

el que dice algo o el que tritura las voces.

Entre las olas se dirime el enigma

mientras el acontecer hace su juego:

lo único real que persevera

a la espera del verso o el amor.

Anibal Zaldívar (del libro Deshojamiento, 2019)

**

mar de los silencios rugientes

y el arrebato

mar de las crestas que te surcan

y te hacen rey de mi reino poético

Yo te navego desde lejos

con ojos aviadores

por el cielo de los sueños rasantes

te cincelo a palabra de sal y marejada

hablo a tu misterio

insto a tu numen

a multiplicar mi verso

a encender en él un letraje

de vientos que enerven tus andares inconclusos

a enardecer mi alma de pretensión poeta

para poder homenajearte a puro verbo

mar marejada, rizada, marejadilla

se hincan mis imágenes adolesciendo

qué pobre suena mi verso

y se queda

a la espera de un otro pulso interior sísmico mío

para intuir

colegar

asertar

la densidad de transcribirte

conforme

a tu magnificencia

atenta a esta urgencia

de mar respuesta

que me habita

y sostiene

desde tantos años

mi letra.

Silvia Bottallo

**

Carta a mi padre

Caminando por la costa,

me llevaste hasta Alfonsina,

esa playa tan hermosa,

que yo aún desconocía.

Entre sombras de la tarde,

ya Febo descendía.

Te detuviste en silencio

y con fatal melancolía,

me relataste esa historia

de amor, muerte y despedida.

Y tu figura, hecha destellos,

reflejaba el fin del día.

Con emoción deslumbrante,

leíste Dolor, tu preferida

y en cada uno de sus versos,

mi corazón recibía

un impulso poderoso

y una y otra vez repetía,

que ya no podría huir,

pues había sido elegida,

por tu herencia misteriosa

de mar, luz y poesía.

    Susana A, Orden

*

Presentación del mar

¡Más allá de la rompiente!

dijo mi padre, aquel día,

y me tomó de la mano,

con una enorme sonrisa.

Avanzamos lentamente,

mientras el mar me envolvía

Su tranquila fortaleza,

en mi alma percibía

-¡Te levantas con las olas!-

con afecto, me decía.

Luego vi que mis piecitos,

muy despacio, descendían

Y así yo aprendí a flotar,

en la inmensa maravilla,

del regalo que mi padre.

quiso brindarle a su hija.

La brisa tarareaba

victoriosa sinfonía.

Una gaviota volando

me dio la bienvenida

al mar que aún, me sostiene,

con coraje y poesía.

Y a pesar de las tormentas,

siempre, me siento su amiga.

          Susana A. Orden

**

Elogio de proras intrépidas

Vengo a hacer un elogio de proras atrevidas,

las que en el mar sonoro dejan largas heridas,

salpicadas de hazañas, cual chispazos tremendos

del golpe de la gloria.

Cuando dejan los puertos proclaman las campanas

y gritan: Domadores de las cosas humanas

y de las armonías de los cuatro elementos,

dejad el lecho blando.

Dejad los lechos muelles y los brazos amantes,

y las viñas riquísimas y los dulces instantes

en que se oyen las fablas al calor del hogar.

Dejad, los atrevidos.

Y de los grandes puertos parten gallardamente,

con majestad divina de universo naciente,

las naves y los remos, las velas y los hombres,

camino de los límites.

La ruta undosa acechan la pupila febea

Neptuno poderoso, la nívea Galatea;

tritones y delfines les siguen a los flancos

y arriba, el arco iris.

Y ya son las riquezas que el viejo Cadmo lleva,

de la fenicia costa para la tierra nueva,

y entonces van las proras como envíos reales

de trigos y de púrpuras.

Y ya calladamente deja la costa un día

traidor, traidor Eneas, por la voluble vía,

y va a engarzar la lumbre de una gema troyana

en la rosa latina.

¿Cuál numen o cuál hombre fue presa de más furia

que aquel varón de Itaca que sufrió tanta injuria

de la onda irritada? Mas la onda no pudo

romper al ingenioso.

Ved, ceñida de rosas se ha entregado al Destino

la prora vuelta al lado del áureo vellocino.

Esta prora hizo mucho para salir del mundo…

Navega todavía.

La Epopeya descansa su mano prodigiosa

en la prora del barco de Aquiles, valerosa.

Allí rasgó la cítara el hijo de Peleo,

allí rasgó la cítara.

Y aún llegan a nosotros de los barcos esquivos,

aún llegan las dolientes trovas de los cautivos,

y de las carabelas que a Guanahaní llegaron

el peán de las victorias.

Yo he lanzado la prora del blando verso de oro,

yo he lanzado la prora para el viaje sonoro…

Navego todavía, navego todavía

en busca de armonía.

Enrique Banch

**

Barro desnudo

XLIII

        Atardece, el oleaje

se sosiega

y es sobre la playa

                      que pareciera

                                   desnudarse la vida.

                                           Noche, ya plena noche,

                             y también el cielo

                                                  es sosiego,

                                                         también su soledad

                                                                                nos entraña.

XLVIII

                             Solitarias

en playas sin huellas

                    las olas lamen la arena,

                                     solitarias

                                                regresan al mar.

                                     Desnudez,

                                                desnudez rotunda,

                                                         no es estar desnudo

                                                                             es no saberse

                                                                         estando.

LXVII

Sed hendida

           en su propio cauce

                                   baja resonando

                 el río,

                    tampoco al agua

                                         le basta el agua:

                                                       sed de mar,

                                                                     de mar sin fondo.

Hugo Mujica (Barro desnudo, 2016)

**

movimiento

Una mujer sola frente al mar

es más majestuosa que él.

Puede pasar una gaviota

augurando la muerte

o puede caer el sol humedeciendo

las lonas de las carpas

hasta apagarlas,

pero una mujer

frente al mar

mece su soledad como una dueña

y no se estremece.

La luz

del mar tiene la importancia

y el movimiento de su ánimo, de su alma.

El viento suena alrededor

de la mujer

y la despierta:

ahora se trata de la playa sin luz, una mujer,

el sol caído, el sonido del mar,

carpas levantadas,

el viento que lo da vuelta todo.

Irene Gruss

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Foto: Hernán Mlynarzewicz

  1. Alicia Matilde Benitez

    Estos mares, aquellos los lejanos, los tangibles y los imaginados, tantos! Tan diversos como la poesía que intenta en vano abarcarlos y disfrutamos interminablemente (autorreferenciando esta palabra).

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