Un mar cargado de poesía

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“Hay tanta soledad en ese oro/ La luna de las noches no es la luna/ que vio el primer Adán/ los largos siglos de la vigilia humana/ la han colmado de antiguo llanto” Estos versos de Jorge Luis Borges (“La luna”) se pueden aplicar al mar, otro elemento fuerte de los que nos rodean y envuelven desde que existimos. Porque el mar ya no es el mismo, está colmado –y saturado- de humanidad, que lo ha usado, transitado, explotado y contaminado, pero también le cantó y celebró en infinidad de poemas a través de sus artistas de la palabra. De esto se trata “La poesía y el mar”. De compartir durante una hora la voz de los poetas que desde los albores de nuestra literatura –La Ilíada y la Odisea, la poesía y los mitos griegos antiguos- pusieron al mar en el centro de la escena y revelaron su admiración, temor, asombro, devoción, agradecimiento y sobre todo, desplegaron su imaginación para referirse al “mar color de vino”.

De allí nacen los principales tópicos que desarrollo en estos encuentros, que comenzaron en el verano de 2008 en el antiguo local “El Ventanal”, y siguieron allí durante el 2009, para trasladarse luego al Chalet de Don Carlos, en el verano del año pasado y en que está transcurriendo. El mar como espacio de la aventura nace con Los Argonautas, y con la Odisea se consagra para siempre, en uno de los textos fundacionales de nuestra tradición literaria. El “ancho dorso del mar” se convierte en ese lugar temible y excitante, en aquél tiempo –siglo VIII A.C.- poblado de enigmas, peligros y maravillas, y las aventuras de Odiseo siguen siendo hoy tan atractivas y sorprendentes. Los nostoi, relatos del regreso a la patria después de la guerra de Troya, fueron muy populares, pero tal vez la calidad del texto y la autoridad de Homero hizo que sólo nos quedara completa la versión que conocemos de la Odisea. “Nostos” significa, en griego antiguo, regreso. De ella deriva nuestra palabra “nostalgia”: literalmente, el “dolor del regreso”, cargada a lo largo del tiempo de un sentido abstracto, más sutil y desprendido ya de la aquellas fatigosas aventuras marinas. Lo mismo sucedió con este tópico. El espacio del mar como aventura fue cambiando: como espacio físico, siguió siendo el soporte de la aventura, el riesgo, y sobre todo, la vida sin ley y sin convenciones. Así los expresa la poesía marinera y pirata: “Que es mi barco mi tesoro/ que es mi Dios la libertad/ mi ley la fuerza y el viento/ mi única patria la mar”, dice el estribillo de La canción del Pirata, de Espronceda. Pero el mar fue convirtiéndose, en la poesía, en el espacio de una libertad ansiada y no realizada. Los poetas sintieron, desde la orilla, el llamado del mar, y lo interiorizaron como deseo de vivir intensamente, de romper convenciones, de animarse a soltar amarras. Y expresan esta tensión con variados matices. “Océano que te abres lo mismo que una mano/ A todos los viajeros y a todos los marinos/ Tan sólo para mí eres puño cerrado/ Para mí solamente tú no tienes caminos/ Jamás balanceará tu lomo milenario/ La nave que me lleve desde esta tierra mía/ Ondulada y menuda, a las tierras que sueña/ Mi juventud inmóvil y mi melancolía/ ¡Ah! océano Atlántico multicolor y ancho/ cual un cielo caído entre el hueco de un mar:/ Te miro como un fruto que no he de morder nunca/ O como un campo rico que nunca he de espigar/ ¡Ah! océano Atlántico, fiel leopardo que lames
Mis dos pies que encadenan el amor y la vida/ Haz que un día se sacien sobre tu flanco elástico/ Esta ansiedad constante y este afán de partida” (Juana de Ibarborou, “Atlántico”. Este “afán de partida”, deseo e imposibilidad de vivir, se hizo carne y drama en Alfonsina, que expresó en sus poemas una tensión que trasuntaba una angustia insoportable y trágica: “Mar, yo soñaba ser como tú eres/ Allá en las tardes que la vida mía/ Bajo las horas cálidas se abría…/ Ah, yo soñaba ser como tú eres/ Mírame aquí, pequeña, miserable/ Todo dolor me vence, todo sueño/ Mar, dame, dame el inefable empeño/ De tornarme soberbia, inalcanzable/ Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza/ ¡Aire de mar!… ¡Oh tempestad, oh enojo! / Desdichada de mí, soy un abrojo/ Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza/ Y el alma mía es como el mar, es eso/ Ah, la ciudad la pudre y equivoca/ Pequeña vida que dolor provoca/ ¡Que pueda libertarme de su peso! /Vuele mi empeño, mi esperanza vuele…/ La vida mía debió ser horrible,/ Debió ser una arteria incontenible/ Y apenas es cicatriz que siempre duele (Alfonsina Storni: Frente al mar, fragmento).

La poesía sobre el mar, tan inagotable como el mar mismo, tan sólo con este tópico de la Aventura nos abre un abanico de posibilidades que nos llevaría muchas páginas desarrollar. Y luego están, en una provisoria clasificación, “El mar como espejo del hombre”, “El mar y la muerte”, “El mar y el amor”, “La poesía del oleaje”, “La navegación y sus metáforas”, en un recorrido fascinante, que se va acrecentando a medida que descubro nuevos poemas, de poetas jóvenes, o de poetas reconocidos de diversas épocas, que confirman que, casi sin excepción, todos los poetas le escribieron al mar.

Un párrafo aparte para dos aspectos importantes: la poesía en sí misma, que es el fin de estas charlas. Más que un despliegue erudito, se trata de escuchar poesía, emocionarse con los poemas, que son finalmente un hecho misterioso y mágico.

Y la poesía y el mar en nuestra cultura…

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