Viaje a Grecia (9)

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Ahora que estoy terminando estos relatos, que estoy terminando realmente la experiencia del viaje, quiero decir que el último sentimiento que tuve –anoche-, es que Grecia se parece al universo: en cada parte está todo. Cada fragmento –y es un país hecho de centenares de pedazos- está habitado por la totalidad de su espíritu. Quiero decir que podemos sentirlo en Atenas, en las islas, en los confines de Epiro o en una montaña de Creta. Y como esta magia solo puede expresarse en poesía, recordé el poema Archipiélago, de Hölderlin. Aunque también podamos encontrarlo en los discursos de Pericles que cita Tucídides, o en las muchas versiones de los mitos, y en las esquirlas de poemas diseminadas por todas partes.

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Antes de perdernos en el laberinto de caminos y montañas del Valle de Amari, hicimos alto en la última aldea que visitamos, de cuyo nombre no pudimos acordarnos –¿Thronos?¿ Meronas? ¿Forfouras? ¿Spili?-. Al llegar nomás nos topamos con unos piletones de fresquísima agua de vertiente, en los que colgaban cucharones para servirse o para beber directamente de ellos; luego nos metimos en sus callecitas estrechas y desembocamos en el único bar, frente a la placita sombreada por un gran plátano, donde nos atendió un griego amante de la Argentina, que vestía la camiseta número 10 de Boca con la inscripción: Maradona. Un fan de Diego que sueña con viajar a Buenos Aires pero tiene miedo porque le dijeron que es “una ciudad muy peligrosa”.

Luego recorrimos la aldea y derivamos a la hermosa iglesia, que estaba cerrada, pero que ostentaba en el patio trasero un monumental cementerio, con lápidas de mármol sobre las que relucían las fotos grandes y vívidas de las personas enterradas. Muchos habían sido jóvenes soldados: huellas de la invasión y ocupación alemana durante la segunda guerra mundial. La proverbial resistencia de estas comunidades griegas provocó la ira y las consecuentes masacres de los nazis, tanto de los combatientes como dela población civil.

Tomamos luego un caminito a la sombra de grandes higueras cargadas de frutos, que parecían llamarnos desde lo alto con su aroma y turgencia deseantes. Explotaban de higos que nadie comía, y allí estuvimos nosotros para disfrutarlos. Esta panzada no fue obstáculo para que nos acercáramos a un local milagrosamente abierto, donde una señora nos ofreció un pastel de naranjas recién hecho, pesado de almíbar, exquisito.

Estaba atardeciendo, y como habíamos ingresado al Valle desde Retimo, decidimos regresar por otro camino, y dirigirnos directamente a Chania, nuestro siguiente destino. A pesar de los esfuerzos del GPS, nos fuimos perdiendo en el laberinto montañoso, topándonos cada dos o tres kilómetros con caseríos o villas, y cruzándonos con pastoras ancianas que nos saludaban con la mano en alto y un ¡¡Yasas!! ruidoso y alegre.

Antes de sufrir una leve desesperación, recordamos algunos episodios de la jornada: la llegada a Choromastiri, a pocos kilómetros de Retimo y algo así como el portal del valle de Amari, donde una mujer nos ofreció su casa para hospedarnos –no hay hoteles allí-. Era un lugar desocupado, con un fuerte olor a humedad, sucio y desarreglado, por el que nos pidió 50 euros, el mismo precio de la hostería de lujo de Zagoria… Camino a Patsos conocimos la cueva de Agios Antonio, salpicada de papelitos incrustados en la roca a modo de exvotos, y luego fuimos pasamos por varias aldeas hasta llegar a Amari, la capital del Valle que curiosamente no tiene municipio, ni policía, ni negocios, ningún indicio que la señale como la ciudad principal. Tiene, claro está, una iglesia cerrada y una torre a la que pudimos subir para disfrutar de una hermosa panorámica.

Recordamos también la amabilidad del destilador de raki, en Pantanassa o en Merones: nos acercamos a un galpón y ante nuestras miradas curiosas al fuego y a los alambiques, nos llamó y nos convidó el famoso elixir cretense, recién extraído de la uva mediante ese antiguo y vigente mecanismo. Y brindamos con él y con tres viejitos que lo acompañaban en la ceremonia, y nos sentimos muy halagados cuando celebraron ruidosamente nuestra condición de argentinos.  Al fin –siempre con el GPS, que no se equivocó y bautizamos Ariadna-, salimos indemnes del laberinto y ya de noche llegamos a Chania.

Circunscribir la visita a Creta al valle de Amari fue la decisión de entrar en profundidad en algún lugar en vez de ir a muchos a vuelo rasante. Creta es una isla de una belleza y variedad enorme, una invitación a quedarse mucho tiempo y recorrerla morosamente. A nivel “guía de turismo”, de nuestra experiencia recomendamos: el Museo arqueológico de Heraklión, completísimo; la ciudad de Chania, tal vez la más hermosa de Grecia; las playas de Stavros y de Seitan limania, en la península de Akrotiri, y aunque no figure entre las principales atracciones, nuestro ya querido Valle de Amari. Todo esto junto, no es más que el 20% de lo que vale la dicha conocer en Creta.

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Muchas personas expresan que lo que más quisieran hacer en la vida, si pudieran elegir, es viajar, “recorrer el mundo”. Pero viajar no es fácil, no es tan sencillo dejar la vida que hacemos y rodar en parajes inasibles, fuera de nuestras redes de contención, de los mojones que alimentan nuestra vida. El deseo de viajar suele ser la expresión melancólica de una insatisfacción, de una fantasía, pero de ahí a salir, a perderse en otras geografías, a exponerse, hay un gran paso.

Hecha esta advertencia, espero que estos breves relatos sean una invitación a hacer las valijas o la mochila. Grecia deja un sabor a aventura y a deseos de partir del propio hogar y conocer otros mundos. Desde Odiseo en adelante, la invitación a la aventura en Grecia es proverbial. Entre los escritores, Herodoto pasa por ser el gran viajero de la antigüedad griega, y fruto de sus viajes son los maravillosos Nueve libros de la historia. Un siglo antes, el sabio Solón, después de trabajar arduamente en una legislación para Atenas, le ofrecieron el gobierno, y él lo rechazó y decidió que era el momento de viajar. Siendo ya viejo, se largó a los caminos, y nos dejó estar hermosa sentencia: “envejezco aprendiendo muchas cosas” (πολλὰ ynpaskw διδασκόμενος; polla gerasko didaskómenos).

¡Hasta el próximo viaje!

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