Solo anclado en cuerpo el verbo
se sale por los dedos hacia el aire
de los pies a la ventanas altas
donde la tarde deja caer sus trinos.
Y yo vuelvo a no saber si habito
una casa soleada o un sótano lúgubre
donde el agua del mar roza o penetra
balbuceos y risas de náufragos eternos.
La voz se abre a las ramas del mar
pone en los nidos huevos de gorriones
cree vivir allí con sus poemas
palabras que esperan que les crezcan alas.
Ay ruiseñor del mito, ay colibrí
que corazona esta brisa terrestre
aquí y ahora está siendo su canto
y late en mi soledad enteramente.
Anclado el verbo canta y gime
y celebra su no sé qué de haber nacido.
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¡Hasta el próximo encuentro de La poesía y el mar!
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