Viaje a Grecia (7)

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Mi madre hizo un viaje a Grecia hace treinta años y trajo de Delfos un librito que en la tapa tiene la imagen del Auriga. Ya entonces este joven conduciendo un carro tirado por cuatro caballos era el símbolo de este lugar, el principal santuario de Grecia y más allá, donde gente común y reyes venían a consultar el oráculo. La abertura de la tierra que exhalaba vapores que ponían en trance a las pitonisas era el “omphalos”, a partir de una propuesta juguetona de Zeus: soltó un águila en el extremo oriental del mundo y otra en el extremo occidental; ambas se encontraron el Delfos, desde entonces consagrado por el gran dios como el ombligo del mundo. Aquí Apolo, luego de matar a la serpiente pitón que lo ocupaba, estableció el oráculo.
La palabra auriga deriva del latín, y significa “conductor de carro”, aunque en griego corresponde la palabra éinochos, “el que lleva las riendas”. Cuando la escultura fue descubierta, en 1896, se la bautizó con la palabra latina y así quedó para siempre. Para Lacarriere, uno de los impactos de la obra es la mirada: “una mirada que parece clavarse antes él en un camino de gloria, en un rostro marcado por una tranquila confianza: el Auriga había vencido en la prueba, pero su victoria no acaba allí, porque se había convertido en el símbolo vivo, triunfante, de Grecia y de todos los griegos”. Un dato curioso que refuerza esta impresión es que los ojos son los originales, hecho al parecer rarísimo en estas antiguas estatuas de bronce. A diferencia de Lacarriere, otros vieron en el rostro y el porte del auriga “una figura más intangible y enigmática. Una figura indiferente a la victoria y a los gritos de la masa, indiferente a los juegos ruidosos y agotadores de la arena y poseída por la intensidad de un silencio convertido en meditación”. Gracias a la ciencia y a la bella imaginación de los arqueólogos, podemos ver en el museo una foto que reconstruye la totalidad de la obra.
En Delfos estaban las célebres inscripciones, que resumen los ideales griegos por excelencia: “γνῶθι σεαυτόν”, gnosi seauton, (Conócete a ti mismo), y “μηδὲν ἄγαν”, méden agan, (Nada en exceso). Agrego, extemporáneamente: “El ocio favorece el amor” (proverbio que se atribuye a Epicuro, pero también a varios autores anónimos). Me viene un verso que anoto y guardo para un poema que tal vez, con la asistencia de las musas aparezca entero. La poesía es también una labor arqueológica, vislumbramos un fragmento de algo con la ilusión de que al desenterrarlo aparezca completo. El verso que me vino copia el de un gran poeta, Viel Temperley: “Vengo de Grecia, mar, y estoy en éxtasis”…
Hay en este museo otra célebre escultura, que se exhibe junto con la fotografía del momento en que la descubrieron los excavadores de la Escuela Francesa que exploró este sitio. ¡Podemos sentir la emoción que habrán sentido al verla desenterrada! Se supone que es la representación de Antinoo, amante del emperador Adriano, el romano más enamorado de Grecia y de todo lo griego (incluso de los adorados efebos). Antinoo era originario de Bitinia, Asia Menor, y la historia señala que se ahogó en el Nilo, durante una travesía junto al Emperador, en el año 130 D.C. Adriano lo divinizó y creó un culto en toda Grecia. La estatua de Delfos es una de las mejores entre las muchas que se conservan, y muestra un cuerpo blanco, pulido y lustrado, que contrasta con la cabellera revuelta de adolescente, atada con una banda que según los expertos, completaba una corona de oro.
Luego de la bella Delfos, que mira al mar y a un valle de tupidos olivares, siguen ciudades de nombres famosos por las que pasamos ligeramente: Tebas, Platea, Eleusina. Busqué a Edipo en Tebas, pero no encontré a Edipo, ni a Tiresias, ni a Antígona. Era martes y estaba cerrado el museo, así que tampoco hubo esa posibilidad de rastreo. Busqué el fervor de la batalla en Platea, donde Gracia se libró de los persas, pero vi un valle silencioso al lado de una aldea mínima. Busqué en Eleusis los grandes secretos de la vida y la muerte, pero sus piedras permanecen mudas, insondables en su esplendor ruinoso. Pero fue un placer dormir en el hotel Dyonisios de Tebas, donde nos atendió un joven musculoso y ruidoso, que nos contó algunas referencias mitológicas como quien habla de algo rutinario y viejo, y declaró que lo único que le interesa en la vida es el fútbol; y fue lindo ver cómo un lugar tan significativo en los libros de historia como Platea, no tiene más que unas pocas calles y reina en él una modorra absoluta; y fue finalmente emocionante descubrir el sitio arqueológico de Eleusis, un espacio que no imaginamos tanhermoso y potente, al que llegaba desde Atenas, ritualmente, la procesión de los iniciados.

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